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La tarde en casa de los Vega transcurría con la serenidad habitual de un domingo familiar. Alejandro había decidido tomarse un respiro después de la sesión en el estudio y, con algo de tiempo libre, decidió visitar a sus padres y a su abuelo en la casa familiar, una amplia vivienda en las afueras de Madrid, con un jardín bien cuidado y una decoración que mezclaba el estilo clásico con toques modernos.

Al llegar, Alejandro fue recibido con un cálido abrazo por su madre, Carmen, una mujer elegante de cabellos castaños que siempre irradiaba calidez. Su padre, Manuel, un hombre alto y de semblante serio, pero con un sentido del humor sutil, estaba en la sala revisando un periódico deportivo, mientras que su abuelo paterno, Antonio, se encontraba sentado en su sillón favorito, con un vaso de vino tinto en la mano.

—¡Ale, qué alegría verte por aquí! —dijo su madre, sonriendo mientras lo guiaba hacia la sala—. Justo a tiempo para la cena.

—No podía faltar —respondió Alejandro con una sonrisa, dejando su chaqueta en el perchero antes de dirigirse hacia el abuelo—. ¿Qué tal, abuelo? ¿Cómo va el Madrid?

Antonio, un madridista de corazón desde que tenía uso de razón y quien le había inculcado esa afición por el equipo a toda la familia, levantó la mirada con una sonrisa amplia al ver a su nieto.

—Siempre bien, muchacho. Aunque esos del Barcelona parece que han espabilado este año —respondió, dándole una palmada en la espalda cuando Alejandro se agachó para darle un abrazo.

Después de los saludos, la familia se sentó a la mesa del comedor, donde ya habían dispuesto una cena sencilla pero deliciosa que desprendía un aroma irresistible. La conversación giraba en torno a temas cotidianos: las novedades en la vida de Alejandro, las historias del pasado que Antonio siempre disfrutaba contar...

Mientras cenaban, la televisión en la esquina de la sala estaba encendida, emitiendo un programa de deportes. Manuel, sin mucha ceremonia, tomó el mando a distancia y comenzó a hacer zapping entre canales, deteniéndose cuando vio que había un partido en directo.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó Manuel, subiendo el volumen.

—Parece que están dando un partido del Real Madrid Femenino —respondió Alejandro, reconociendo de inmediato las camisetas blancas en la pantalla.

Antonio, siempre interesado en cualquier cosa relacionada con el Madrid, aunque no fuera el equipo masculino, se inclinó hacia adelante para ver mejor.

—¿Juegan bien, no? —preguntó, sin dejar de observar la pantalla.

—Sí —respondió Alejandro, su atención ahora dividida entre la conversación y el partido.

—Pues déjalo— concluyó el abuelo ahora entretenido con el partido.

Mientras continuaban cenando, la cámara enfocó de cerca a una de las jugadoras del Real Madrid, una rubia con expresión concentrada y ojos decididos. Alejandro la reconoció al instante: Athenea del Castillo. No pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro mientras la veía correr por el campo, ágil y segura, desafiando a las defensoras rivales.

Carmen notó el cambio en la expresión de su hijo y sonrió con complicidad.

—¿Es esa la chica que me contaste de la fiesta? —preguntó con suavidad, aunque con suficiente volumen para que los demás lo escucharan. Alejandro le contaba todo a su madre siempre que podía. Así se aseguraba de recibir buenos consejos o simplemente desahogarse a veces.

—Sí, esa misma —respondió Alejandro, intentando que su tono fuera casual.

Manuel miró a su hijo con curiosidad, pero fue Antonio quien los mandó callar a todos.

Justo en ese momento, mientras la familia observaba con interés, una jugadora del equipo contrario le hizo una entrada fuerte a Athenea. La falta fue clara, pero el árbitro no pitó nada. Athenea se levantó rápidamente, con una expresión de incredulidad y enojo evidente en su rostro. La cámara captó su gesto mientras se quejaba en voz alta, aunque sus palabras no se escuchaban claramente.

En la casa, la escena provocó algunas risas. Antonio, siempre crítico con los árbitros, no pudo evitar comentar.

—¡Eso sí que es un robo! —dijo, entre risas—. Esa chica tiene razón en quejarse, ¡qué barbaridad!

Alejandro rió también, aunque no podía apartar la vista de la pantalla. Había algo en la intensidad de Athenea que lo fascinaba. Aunque la conocía poco, cada gesto suyo le hacía sentir intrigado. Quizá por eso seguía pensando en ella.

—Bueno, parece que tiene un carácter fuerte —comentó Manuel viendo como Athenea seguía con la cara de indignada.

El juego continuó, y aunque la falta no fue pitada, Athenea se preparó para lanzar el balón parado que su equipo había conseguido momentos antes. Alejandro observó cómo se colocaba con precisión, concentrada en el arco. Sin embargo, cuando lanzó, la portera del equipo contrario hizo una parada espectacular, evitando lo que habría sido un golazo.

—¡Qué paradón! —exclamó Antonio, impresionado—. Esa chica tiene que estar frustrada después de eso.

Alejandro asintió, aún con la mirada fija en la pantalla. Aunque Athenea no había conseguido marcar, había demostrado una vez más su talento y determinación. La cámara la mostró nuevamente, esta vez con una mezcla de frustración y determinación en su rostro. Alejandro no pudo evitar sentirse más intrigado.

La conversación en la mesa pronto regresó a temas más familiares. Sin embargo, Alejandro seguía pensando en la jugadora, en lo que la hacía tan diferente. Sabía que, en algún momento, tendría que volver a ponerse en contacto con ella.

Todo contigo  | Athenea del Castillo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora