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La noche en Madrid tenía ese aire eléctrico que solo la primavera podía traer. El cielo, despejado y estrellado, era el techo de una ciudad que nunca dormía. En una terraza elegante en el corazón de la ciudad, un evento exclusivo reunía a lo más selecto de la sociedad madrileña: artistas, deportistas, influencers y empresarios, todos compartiendo copas y risas bajo las luces tenues.

Alejandro Vega llegó al evento con la naturalidad de quien estaba acostumbrado a la atención. Lucía impecable, como siempre: una camisa blanca desabotonada en el cuello, mostrando una fina cadena de plata que brillaba bajo la luz, combinada con unos pantalones negros y zapatos que resonaban con cada paso. Su cabello castaño, con esos mechones despeinados tan característicos, caía despreocupadamente sobre su frente. Al entrar, saludó a un par de conocidos con una sonrisa fácil, esa que tenía el poder de desarmar a cualquiera. A su lado, algunos amigos de la infancia, que lo acompañaban desde sus primeros días en la música, reían y compartían bromas privadas.

Athenea del Castillo, por su parte, había llegado un poco antes, buscando evitar la atención que inevitablemente atraería. Vestía con unos pantalones negros de tela fluida y un top oscuro, con detalles de encaje que añadían un toque de sofisticación sin pretensiones. Su cabello rubio caía sobre sus hombros, algún mechón interponiéndose en  su rostro, donde sus ojos destacaban con una intensidad que pocos lograban mantener. Aunque había llegado acompañada por algunas compañeras de equipo, pronto se dispersaron, dejándola libre para moverse entre la multitud.

Ambos estaban inmersos en sus mundos. Alejandro, con una copa de vino en la mano, discutía animadamente con un par de amigos músicos sobre la dirección de su próximo álbum. Se reían de las ideas más absurdas y recordaban viejas anécdotas de giras pasadas. De vez en cuando, su mirada se desviaba por la terraza, observando a los invitados con interés distraído, sin buscar nada en particular, pero disfrutando del ambiente.

Athenea, mientras tanto, había encontrado un rincón tranquilo en la terraza, conversando con una amiga sobre el último partido. Su voz era baja, casi inaudible entre el bullicio, pero su risa, ocasional y genuina, brillaba en la noche. Aunque se mostraba tranquila, siempre estaba alerta, consciente de las miradas que de vez en cuando se posaban en ella, a las que respondía con una ligera sonrisa o un asentimiento, sin perder su enfoque.

Fue durante uno de esos momentos en los que ambos se tomaban una pausa, cuando sus miradas se cruzaron por primera vez. No fue un momento espectacular ni dramático, solo un instante de conexión entre dos personas que, sin decir nada, parecían reconocerse en la multitud. Alejandro sostuvo su mirada por un segundo más de lo necesario, lo suficiente para que Athenea lo notara. Ella, en lugar de desviar la vista, lo sostuvo con curiosidad antes de seguir conversando con su amiga.

Ese breve cruce fue suficiente para que Alejandro se sintiera intrigado. Mientras la noche avanzaba, él seguía disfrutando de la compañía de sus amigos, pero de vez en cuando su mirada volvía a buscar a Athenea entre la multitud. La observaba de lejos, notando cómo se movía con gracia entre los invitados, cómo respondía a los saludos con una sonrisa reservada, pero siempre encantadora. No pudo evitar sentirse atraído por su aura de serenidad y fuerza, tan diferente a las personas con las que solía rodearse.

Athenea, por su parte, también lo notaba. Sentía su mirada en ocasiones, y aunque estaba acostumbrada a ser el centro de atención en los campos de fútbol, esto era diferente. Había algo en la manera en que Alejandro la miraba, una mezcla de interés y respeto, que la hacía sentirse observada pero no invadida. Sin embargo, no dejó que esto alterara su comportamiento. Continuó disfrutando de la noche, charlando con amigas y conociendo a nuevas personas, sin acercarse a él, pero sin ignorarlo del todo.

Finalmente, cerca de la medianoche, cuando la fiesta comenzaba a dispersarse, Alejandro decidió acercarse. No era de los que dejaban pasar oportunidades, y esta vez no sería diferente. La encontró en uno de los balcones de la terraza, donde la vista de Madrid era impresionante.

—Es una vista increíble, ¿verdad? —dijo él, con esa voz suave que solía usar para iniciar conversaciones.

Athenea, sorprendida por la cercanía de la voz, se giró para encontrarse con él. Lo observó por un momento, como evaluándolo, antes de sonreír levemente.

—Sí, Madrid tiene su magia —respondió con calma, volviendo la mirada hacia la ciudad.

Hubo un breve silencio, uno que no resultó incómodo, sino más bien como una pausa en la que ambos apreciaban el momento.

—Soy Alejandro —dijo finalmente él, rompiendo el silencio, aunque sin extender la mano. No hacía falta. Sabía que ella sabía quién era.

—Athenea —respondió ella, dándole una sonrisa breve antes de volver la vista a la ciudad.

No hubo mucho más que decir. Ambos disfrutaron de la compañía mutua sin la necesidad de llenar el aire con palabras innecesarias. La noche avanzaba, y aunque la conversación fue mínima, la conexión era innegable, como si se entendieran sin necesidad de hablar.

Después de unos minutos más, Alejandro decidió dar un paso más. Sacó su teléfono y, con una sonrisa ladeada que había desarmado a muchas, dijo:

—No sé si eres de las que da su número fácilmente, pero me encantaría volver a hablar contigo —dijo con una sonrisa que era mitad desafío, mitad genuino interés.

Athenea lo miró, sus ojos reflejando la luz de la ciudad. No había hostilidad en su mirada, pero tampoco la respuesta que Alejandro esperaba.

— No, no suelo hacerlo, prefiero que las cosas fluyan —dijo con suavidad, sin desviar la mirada.

Alejandro, sorprendido pero no ofendido, asintió lentamente. Había algo en su negativa que lo intrigaba aún más.

—Lo entiendo —respondió, guardando el móvil en su bolsillo—. De todas formas, ha sido un placer.

—Lo mismo digo —dijo Athenea, esbozando una sonrisa sincera.

Con una última mirada y un guiño de ojo, Alejandro se despidió y se alejó, volviendo a unirse a sus amigos que lo esperaban cerca. Aunque no había conseguido lo que esperaba, una sensación de curiosidad quedó en su mente. Sabía que, aunque no tuviera su número, esa no sería la última vez que sus caminos se cruzaran. Y Athenea, mientras observaba cómo él se alejaba, supo que ese encuentro no sería fácil de olvidar.

Todo contigo  | Athenea del Castillo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora