RED DEMENTIA

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Abril, primavera; una tarde como ninguna otra y desde las entrañas de un viejo edificio se introducía una figura que nunca antes había estado allí. Lentamente subía las escaleras y, por cada paso que daba, el aura del lugar se enturbiaba más y más. Dentro del tercer piso había dos personas: un padre que se encontraba en el salón tumbado en el sofá, con una triste botella de whisky sin prácticamente una gota, y un hijo adolescente que, como mucha gente de su edad, estaba en su habitación jugando a la videoconsola. Este último tiene un aspecto muy formal, con su polo, su corte de cabello cortado a los lados y una cara que peca de corriente.

Suena el timbre. De repente tiembla toda la casa, y, aunque pareciese un terremoto, no era el caso... Fue el corpulento cabeza de familia, que, esperando una visita, inmediatamente se lanzó en dirección a la puerta. La abrió, y no había ni veía nada; así que la cerró cabreado, pensando que serían otra vez los molestos hijos de la vecina de abajo gastando una broma. La puerta se abre poco a poco y silenciosamente, ya que alguien impidió que se cerrase.

El patriarca del hogar, estando de espaldas a la puerta, muy ansioso, cogió el teléfono y comenzó a mandar una buena cantidad de mensajes a su amigo preguntándole por qué tardaba tanto. Inesperadamente sintió una sensación muy rara, pero no tardó en identificarla: era una mano que prácticamente ardía tocándole el cuello. Su acto reflejo fue girarse inmediatamente. Un cuchillo de buen tamaño le atravesó todo el cuello salvajemente y, a la misma velocidad que entró, fue retirado. El hombre, expulsando una cantidad exacerbada de sangre a través de su garganta abierta, descendió hasta el suelo de inmediato, dando un gran golpe que retumbó por toda la casa.

Una vez tirado y desangrándose, miró a su verdugo. Era una persona muy joven, un muchacho de pelo mediano y negro teñido, excesivamente obeso. Portaba una camisa de cuadros roja y pantalones negros; también llevaba una bandana para el pelo. Pero sin duda, su rasgo más llamativo era su expresión facial y sus ojos. Debido a que emitía puro asco y una desmesurada ira, pero a la vez no emitía nada, se asemejaba a un cadáver que poseía la capacidad de moverse.

Al fondo del pasillo de la larga casa se escuchó un grito y un llanto. Era el hijo, viendo con horror cómo su padre era brutalmente atacado. Unos pocos segundos después, el miedo se extendió completamente en él, como una llama apoderándose de una hoja de papel, pero se quedó paralizado intentando comprender quién era ese mórbido individuo. Desde la lejanía del corredor vio cómo el intruso movió la cabeza hacia él, mirándolo y finalmente cambiando completamente la cara a una sonrisa macabra y un disfrute enorme que sencillamente no se puede describir.

Segundos después, aquel terrible advenedizo levantó su pierna para bajarla brutalmente hacia la cabeza del moribundo hombre que yacía en el suelo, con tanta fuerza que destrozó todo su cráneo e hizo que los órganos que traía dentro de este emergieran hacia el exterior, pringando una buena parte del pasillo con ellos, así como también impregnando los de sangre. El descendiente, llamado Diego, del ahora difunto, comenzó a chillar deplorado por lo que acababa de ver ante sus propios ojos. Aquel asesino que estaba enfrente de su siguiente objetivo se encontraba riendo y gozando de este acto. Solo nos podemos preguntar, ¿cómo un ser humano podría realizar algo tan horripilante y aún encima disfrutarlo?

Diego veía en ese momento cómo se le acercaba el abominable sujeto con un cuchillo, por lo que no la valentía sino su miedo hizo que velozmente corriera hacia atrás y cerrase la puerta de su habitación. Metió todos los objetos posibles en el acceso para que así el lunático no pudiese entrar.

Una vez bloqueado, llamó a la policía y estos le avisaron de que ya iban de camino. La puerta estaba siendo golpeada repetidas veces, pero era imposible que éste pudiese entrar. Así que después de tanto miedo y sufrimiento, Diego, ahora estando en un sitio seguro, le gritó: "¿POR QUÉ COJONES HACES ESTO?" Una voz tranquila pero perversa le respondió: "Es muy triste que ya me hayas olvidado".

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