MARBLES IN THE RIVER

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Había una vez hace muchos muchos años una tierra conocida por sus grandes bosques verdosos, sus caudalosos ríos, su folklore repleto de fantasía y criaturas mágicas; se llamaba Galaica. Estaba completamente repleta de misterios, y eso unido a lo anterior atraía mucho turismo, por lo que se podría decir que era un pueblo rico. Nadie podía perderse de ir a un sitio tan mágico, pero lamentándolo mucho, nada es para siempre. Actualmente Galaica es una región fantasma; no hay habitantes y nadie con dos dedos de frente se atreve a entrar, ¿por qué? Bueno, no vayamos tan rápido si no tiene gracia; os voy a contar la historia del primer infante con el que comenzó el mal del lugar allá por el año 1872.

Era un invierno sin nada destacable; al fin y al cabo, todo se sentía igual siempre en Lastigueira (el pueblo más importante del territorio). Más o menos a las doce del mediodía quedaba poco para el recreo en el colegio y los niños estaban deseando que llegase ya ese descanso, en especial nuestro protagonista que se llamaba Xacobe, debido a que deseaba ir al río que estaba enfrente del colegio para coger orugas y llevarlas a su casa. Antes de que sonase la campana indicando el rato libre, ya había alguien en el afluente. Detonaba un gran aura de misterio e iniquidad su presencia.

Estaba escondido detrás de un árbol observando el centro educativo y a su vez le caían babas de la boca al ver a los niños recogiendo sus cosas para salir al recreo. También soltaba pequeñas carcajadas al imaginar en su mente los distintos futuribles que podían traer las intenciones que traía. Al ver que ya estaban casi fuera, cortó inmediatamente su disfrute y puso en marcha su plan. Se acercó a la orilla de aquel río y de su mano fea y vieja puso en el suelo una canica de contundente tamaño y de forma que sea visible para quien la encuentre.

Xacobe le pidió permiso a la profesora para que le dejase ir al torrente. Esta se lo permitió, pero con la condición de que no se retrasara mucho. Con mucha emoción en el rostro marchó hacia allá; tenía listo el bote para los insectos. Estando en el área, intentó hacer su objetivo, pero le fue imposible porque no había ni un solo bicho en todo el sitio; incluso estaba desesperado, ya que se le iba a pasar el poco tiempo que tenía disponible. En el reflejo de su ojo vió algo brillar, giró la cabeza en la dirección que provenía aquello y ahí fue cuando vio a la canica. Quedó completamente impactado por ese objeto tan hermoso y reluciente, así que sin pensárselo mucho la cogió del suelo y con mucho gusto la metió en el bote; le pareció mil veces mejor que cualquier insecto que hubiese podido robar.

Un rato después, estando en clase, les estaba presumiendo a los compañeros de lo que había logrado obtener ahí al lado; hasta la profesora quedó sorprendida por esa esfera tan extraña. Después de un par de horas llegó el momento de marcharse al respectivo hogar de cada alumno. Para el pequeño Xacobe, por desgracia, sus padres siempre trabajaban hasta tarde, por lo que tenía que ir andando todos los días hasta su casa, que por cierto estaba bastante lejana del centro.

Fue un viaje tranquilo hasta el hogar desde su perspectiva; simplemente atravesó todo el bosque y finalizó el trayecto deseando ir a jugar con la canica, pero tristemente ese día era muy distinto a cualquier otro, ya que había "algo" que traía muy malas intenciones consigo; el mal acechaba observándolo impaciente por salir a divertirse.

El rapaz se encontraba en el jardín de su humilde morada de piedra trasteando un poco con la pelotita. Casi desde que fue traído a este mundo, aprendió a disfrutar de pasar el tiempo solo, cosa que es muy positiva, aunque de todas formas había un gran vacío en él. La soledad puede llegar a ser un arma de doble filo. Así de la nada empezó a llover y tronar muy fuerte de forma que medioambientalmente no tenía mucha lógica; parecía cuasi mágico.

Como era obvio, el niño corrió a meterse adentro para no empaparse, dejó el nuevo objeto en la cama de su pequeña habitación y se sentó en una silla a dibujar cualquier cosa que le viniera a la mente. La canica inició a brillar progresivamente, soltando una brisa de color verde (su aroma era semejante al de un eucalipto) que impedía ver en ese momento toda la habitación, asustando al niño. Quien estaba alucinando por este suceso tan peculiar, escuchó una vez muy grave que le dijo: "No temas, pequeño".

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