Orión

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Viernes, 23 de noviembre de 2024

Ya me queda poco para finalizar mi primer año en la escuela de artes y hay mucho trabajo que hacer. Es agotador.
Hoy hemos tenido sesión de fotografía surrealista y sinceramente, es la primera vez que lo escucho. Aún así, ha sido divertido. Todas las fotografías salieron increíbles. Cada una representaba una sensación, temor o deseo. Lo cierto es que me gustaba la percepción de melancolía que aportaban todas ellas. Y la única explicación que tengo es haberme criado aquí, en Londres.

Por estas fechas en la ciudad las temperaturas empiezan a bajar, hace frío y el cielo es gris la mayoría de los días. Pero me gusta, y me resulta hasta romántico. Sobre todo la nieve. Cuando era niña pasaba horas y horas tumbada sobre la blanca nieve, dibujando la silueta de un ángel y haciendo muñecos de nieve con Charlie. Me gusta Londres pero a veces siento que no me vendría mal un cambio. No salgo de la rutina y, al ser una ciudad tan grande, y con tantos habitantes, puede incluso llegar a ser estresante. Sin embargo, no le doy mucha importancia a ese pensamiento.

En mi casa me esperaban mis padres, mi hermano pequeño Charlie y mi gatito Buddy ya esperando en la puerta al escuchar el ruido de las llaves al introducirlas en la cerradura.
De verdad que me encanta mi familia y sencillamente no podría vivir sin ellos.

Los animales son lo que más quiero después de la familia. A mis 5 años adoptamos a una rottweiler de un año llamada Wendy. Y claro, cuando crecí me tocaba sacarla a pasear todas las mañanas antes de ir a clase y antes de cenar. Me encariñé de ella muy rápido. Pero cuando cumplió los 10 años enfermó y a la semana falleció. Todos estuvimos muy tristes y los primeros meses después de su muerte los pasé realmente mal. Pero me quedo con todos los momentos buenos que pasé con ella.

Todavía recuerdo cuando corríamos por el césped en nuestra casa de campo, en Canterbury-el lugar más visitado del condado de Kent-A Wendy le encantaba pasar tiempo allí, rebuscando entre los yerbajos y persiguiendo ardillas que se dejaban ver en busca de semillas y gusanillos. Además, siempre encontraba alguna rama tirada en el suelo y me la traía para lanzársela y ella ir en su búsqueda.

Ahora con Buddy es diferente. No está persiguiéndome constantemente para lanzarle ramas ni tengo que sacarlo a pasear, y aunque no vaya detrás de ardillas silvestres, va detrás de ratoncillos que se cuelan en casa. A veces siento que no hace la función de un gato, que sería cazarlos. Él simplemente juega con ellos y luego los deja ir. Es curioso.

Hoy nos vamos a Canterbury a pasar el fin de semana y como mi abuela vive en el mismo edificio, mientras estamos fuera ella viene a echar un vistazo a Buddy y reponer su comedero y bebedero. Así todos estamos más tranquilos.

Antes de irnos hemos pasado por casa de Margaret, la prima de mamá, para hacerle una visita. Ella tiene depresión desde que perdió a su marido hace un año en un accidente de tráfico y nosotros a menudo acudimos a verla. Normalmente mi madre y ella conversan sobre el trabajo o recetas de cocina.

A Margaret siempre se le ha dado bien la repostería. Cuando yo era pequeña, habitualmente venía a casa y nos traía galletas caseras a Charlie y a mí. Nunca quedaban para papá porque cuando llegaba del trabajo ya las habíamos deborado todas. Mamá apenas probaba una, y es que las galletas desaparecían en un abrir y cerrar de ojos.

Ahora somos nosotros los que le llevamos galletas a ella. Se le cambia la cara al vernos. Yo sé que poco a poco se va recuperado y un día volverá a llamar a casa y nos traerá un taper con otra de sus recetas en el interior.

—Pero bueno, ¿cómo estáis niños?

—Muy bien tía Margaret. ¿Dónde se ha metido Lucky?—responde Charlie.

—La chica que pasea a Lucky lo ha sacado un rato. No tardará mucho en volver.

—Abi, ¿por qué no vais al parque mientras charlamos?. A las 16:30 aquí.— me pidió mamá.

—Entendido—dije a regañadientes.

Estábamos jugando al ping pong cuando vimos un dálmata de mediana altura correr hacia nosotros.

—¡Lucky!—Gritó mi hermano mientras lo acariciaba.

El perro se acercó a mí y entonces vi a Susan, la paseadora.

Ya en la casa, Margaret le ofreció un té a Susan y nosotros nos despedimos de ellas.

Al salir del coche, la brisa fresca acariciaba mi rostro y el sol, aún radiante, asomaba entre las nubes.
Estaba nublado. Miré el tiempo y habría tormenta esta noche, así que tenía que aprovechar el día.

Nunca me había fijado. La casa en realidad por fuera parece más grande de lo que es. Por dentro es un lugar acogedor. Ni muy grande ni muy pequeño. Lo suficiente como para querer quedarme aquí una eternidad. Creo que lo que la hace especial es su aspecto rústico y hogareño.

Ahora que tengo el carnet del coche, siempre que quiero evadirme de la realidad vengo a Canterbury. Mientras que en Londres la gente se amontona en el metro, hay contaminación lumínica por la extensa iluminación nocturna y una gran contaminación acústica por el aterrizaje de los aviones comerciales, aquí la gente no va apresurada a trabajar. Es un sitio donde relajarte y disfrutar de lo que hay a tu alrededor. La noche es muy tranquila.

De echo, cuando era pequeña, mi familia y yo nos alejábamos de Canterbury y al anochecer y se podían divisar las estrellas con claridad. Mi padre, que es astrónomo, nos explicaba las constelaciones una por una. Echo de menos esos momentos. Eran mágicos.

—Abi, ¿me ayudas con las bolsas?—me preguntó papá, devolviéndome a la realidad.

Este domingo viene Grace—la amiga de mi madre—a comer junto con Logan así que habíamos comprado comida suficiente. Yo diría que más que suficiente.

Dejé la última bolsa en la cocina y encendí la chimenea. Me eché la manta por encima y procedí a leer the mist de Stephen King por tercera vez. No sé qué tienen las novelas de terror y de misterio que me enganchan tanto. Pero el final de este libro es... simplemente inesperado. La historia transcurre prácticamente de principio a final dentro de un supermercado y la trama es inquietante, dejando una incógnita tras otra. Te hace reflexionar sobre lo que acaba de pasar o lo que crees que sucederá a continuación. Sin duda, es uno de mis libros favoritos.

Leí cinco capítulos y caí rendida en el sofá, frente a la calidez que desprendían las llamas.

Dormí durante una hora aproximadamente. Al despertar eran las 9 p.m. y me preparé algo de cenar, más tarde de lo normal.

La noche estaba encapotada y soplaba un viento que anunciaba la cercana tormenta. Mi hermano ya estaba durmiendo y mis padres veían una película. Yo no tenía sueño así que cogí mi manta y me acoplé a ellos. La verdad es que la película no me interesaba lo más mínimo. Seguí leyendo mi libro y cuando ya llevaba cuatro capítulos mis padres se fueron a la cama.

Yo seguía sin conciliar el sueño así que pedí a mamá que no apagase aún la chimenea. Me preparé un chocolate caliente y unos s'mores en cinco minutos. Me acomodé en el sillón y leí una revista que encontré en la estantería y me llamó la atención. En la portada, escrito en grande había: Astronomía, la historia de Orion. Y muchas curiosidades que no sabía sobre esta constelación. Mi padre alguna vez me habló de ella. Fui directa al apartado Mitología:

En la mitología griega, Orión es un gigante legendario, un cazador que siempre va en compañía de sus perros de caza: el Can Mayor y el Can Menor.

En "La Odisea" de Homero, es retratado como un cazador formidable, mientras que en "La Ilíada" se le menciona como una constelación y se describe a la estrella Sirio como su perro de caza.

Sirio, situada en la constelación del Can Mayor, es la estrella más luminosa del cielo.

Bailando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora