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El cielo está nublado, cubierto de nubes grises, el viento sopla no tan fuerte, pero lo suficiente para que me den escalofríos. Subo al colectivo, tomo asiento y observo el paisaje por la ventana a mi izquierda, pequeñas gotas golpean el cristal nublando el paisaje. Cierro mis ojos cuando oigo que la lluvia se intensifica, maldigo en voz baja.
Era obvio que iba a llover: nubes grises, el viento sopla más de lo común, humedad. Pero yo me dejé llevar por mis pensamientos intuitivos y me negué a cargar con un maldito paraguas, por eso ahora estoy pagando las consecuencias.
Corro como un pingüino hasta llegar a la zona techada de la Universidad. Las gotas que antes golpeaban la ventana ahora están impactando en mi cuerpo, empapando toda mi ropa y haciéndome sentir pesada. Al llegar a los pasillos dentro de la institución acelero mis pasos hasta la puerta del salón que nos corresponde, giro el picaporte y me adentro.
Resultan ser las 8.AM y estoy en mi primera clase del día: Psicología del Desarrollo y el Aprendizaje II, una materia que se me hace sumamente interesante en relación con el horario, ya que mi cerebro no suele estar tan activo para prestar atención la mayor parte de la clase.
Las lagañas mañaneras son parte de mi vestuario, normalmente suelo despertarme media hora antes de salir y pocas veces alcanzo a limpiar correctamente mi rostro. A diferencia de mis compañeras, ellas están perfectamente alineadas, bien maquilladas y peinadas. Siento la vergüenza recorrer mi cuerpo y hospedarse en mis mejillas. Siento el cuerpo hervir. Debo mejorar.
