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La expresión de mi rostro, un lunes por la mañana, es un poema para Lily. Se apresuró a llegar hasta mi lugar y se sentó a mi lado.
—Uh, lala, ¿a qué se debe semejante milagro? —pregunta burlonamente— Wow, hasta te lavaste la cara, ¿o es maquillaje?, ¿y esa pollera de dónde la sacaste? —ruedo los ojos fastidiada. Agarro mi celular exageradamente para que se dé cuenta de que la estoy ignorando— Y tu cabello está suelto, oh my god. ¿Para quién te vestiste así, eh?
—Para nadie, Liliana, hacé silencio.
—Seguramente. La chica que viene todos los días con la misma ropa con la que se despierta hoy decide arreglarse como para asistir a una pasarela. Yo no te creo.
—No me importa, sh.
Su risa me puso de mal humor. O quizás la razón de mi mal humor es porque no desayuné.
Poco a poco el aula se va llenando de gente y a lo lejos lo veo llegar con sus amigos.
Quizás sí estoy tratando de impresionar a alguien, pero no de la forma en la que mi amiga lo interpreta. Todo se debe a que luego de lo sucedido el sábado, al llegar a casa, mi mente estuvo maquinando. El hecho de que él me haya visto de esa manera, desarreglada y poco presentable, generó en mí cierto rechazo hacia mi imagen. Seguramente no se vaya a acordar de mí, pero si lo hace no quiero que tenga una mala impresión. No es que esté tratando de que se fije en mí, claro que no, es más, espero no volver a cruzarlo porque no creo resistir ante tanta presión, más bien es una cosa relacionada con que no quiero que piense que soy una cosa rara andante.
