La ventana

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                               Puso un papelito de color delante de José.

- ¿Qué dice acá?

-Pa...lo...ma... ¡paloma!

-Muy bien... ¿y acá?

-Ma...ri...po...sa... ¡mariposa!

-¡Excelente!

Unos cuantos ojos curiosos observaban con atención y en silencio la escena. Celebraban en voz baja cada vez que José descifraba una de las palabras.

El Profe no podía estar más conforme. En pocos días su alumno había avanzado muchísimo. Su esfuerzo era notorio y entusiasmaba a toda la celda. Cada día subía junto a él a una de las camas altas de la celda, y allí se internaban en el misterio de las palabras. No había un horario establecido. Las clases podían durar las horas que aguantaran ambos.

Manuel hizo traer los elementos necesarios para su tarea: una cartuchera repleta de lápices y otros objetos, papelitos de colores, cinta adhesiva y un libro. Dispuso las tardes como horario de encuentro para practicar. Los demás compañeros comprendían la importancia de aquello y buscaban la forma de no incomodarlos. Sin embargo, la curiosidad podía más y, muchas veces, terminaban siendo testigos de aquel momento.

El Profe pegaba en la pared cada palabra que José lograba leer. Allí quedaba como estímulo para continuar practicando.

Entre palabra y palabra, José compartía con el profe alguna vivencia. Se interesaba por saber, por ejemplo, como se escribían los nombres de sus hijos, el de su mamá y los de sus hermanos. Soñaba con el día en que pudiera redactar una carta completa a su familia sin precisar ayuda. Muchas veces, esa ansiedad le jugaba en contra y se desanimaba entendiendo que le faltaba practicar mucho, y allí se lo veía, mirando estático las esquelas de colores pegadas en su pared, releyendo una vez más las palabras simples, que le abrían la puerta a su sueño.

Para Manuel las horas que invertían estudiando, pasaban velozmente. Era un oasis en medio de tanto desierto. Entendió quizás el propósito de su presencia allí.  Se sintió de pronto un liberador. Si. Podía romper con José las cadenas de su historia, esas que no le permitieron hacer muchas cosas que cualquiera hace cuando niño.

Cuando lee, José es libre. Abre una ventana en las paredes de aquel calabozo horrendo. Cuando se detiene a observar aquellas palabras pegadas en el arcoíris de papel, bien pudiera creerse que mira a través de un vidrio.

Inunda de aire puro los corazones de los demás hombres allí encerrados, que siguen expectantes y entusiastas los avances de su aprendizaje. José salta la barrera de lo imposible, del tiempo perdido, del tren que se fue. Ningún tren se escapó, ni el tiempo está perdido. Cuando José pronuncia palabras, todo tiempo es presente, toda caída un impulso.

Manuel enseña porque nació para eso. No le será arrebatado. José aprende a leer porque se lo merece, porque le dijeron que ya no podría hacerlo. Rompe las cadenas de la desigualdad, del prejuicio y del estigma. Abre de par en par la ventana invisible del calabozo. Descubre algo nuevo.

José mira al Profe y sonríe. El Profe ve el sol y la esperanza, a través de la ventana que abre José.

Enseñarás a volarWhere stories live. Discover now