1. Entre rejas

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–Will...

Aún estaba algo soñoliento, pero distinguí la dulce voz de mi novia llamándome.

–Vamos a abrir los regalos de navidad, ¿vienes?

En ese momento supe que no estaba consciente. Me desperté al instante por el impacto y vi la realidad ante mis ojos. No estaba con Olivia. Había sido un sueño. Un puto sueño. Y donde estaba yo, te preguntaras... Bueno, es una larga historia.

A los dieciséis años conocí a Olivia, la que hoy en día seguia siendo mi novia, pero desde ese momento también me empezaron a echar de menos mis padres. Según ellos, pasaba demasiado tiempo con Olivia, y creían que me estaba obsesionando con ella. Tuvimos una pelea muy fuerte, y decidí irme a vivir con mi hermano Jacob a su casa en Yellowknife, Canadá. Además de a Olivia era lo único que tenía. Nuestro padre era un empresario multimillonario, y por ello nuestra familia era bastante conocida, pero mi hermano y yo nunca le dimos mucha importancia. Hasta que me detuvieron por error, y sorpresa!, ahora estaba en la cárcel.

Como ya he dicho, nuestros padres no significaban mucho, a los únicos a los que considerábamos nuestra familia eran a los padres de Olivia, a los que también juzgaron mucho por ser los dos hombres. Yo nunca vi el problema, pero la gente es muy idiota a veces.

Volviendo a mi detención inmerecida, mi primo Alex es drogadicto.

Aunque ahora no os lo creais, esperad un poco, que os juro que somos todos normales.

Bueno, era drogadicto. Y obviamente mis tíos no estaban demasiado felices por ello. Siempre le echaban de casa, le maltrataban, y eso fue incluso antes de que se volviera adicto. Uno de esos días vino llorando borracho a mi piso y me rogó que fuéramos de fiesta juntos, que lo necesitaba. Juro que hice todo lo que pude para negar ir, pero al final cedí por lastima. Al final yo acabé drogándome también, aunque no hice nada indebido. Pero Alex sí. Empezó a atracar bancos, robar joyas y drogar a la gente. Obviamente ninguno de los dos estaba consciente del todo, pero yo sí que lo estaba un poco más que él. Empecé a gritarle por las calles que parara, que él no era así, que era todo producto de la inconsciencia, pero no me escuchó. Al día siguiente me desperté en una celda y los policías me lo explicaron todo. Alex me culpó de todas las cosas que había hecho porque mis padres les habían sugerido a mis tíos que trataran algo peor a Alex, por su comportamiento sobre la adicción. Supuse que pensó que yo tenía algo que ver, y me detuvieron. La rabia y la tristeza se apoderaron de mí desde ese momento.Supongo que os estaréis preguntando porqué no simplemente les dije a los policías que no tenía nada que ver. Se lo expliqué a la policía más de una vez, pero me contaron que Alex falleció en el acto de sobredosis, y que no podía romperse nada ya que él no estaba para decidirlo. Grite como un niño, no podía creer que hubiera muerto. Lloré más que nunca cuando la noticia llegó a mis oídos, pero los policías se mostraron indiferentes. Tengo diecinueve años y desde hace tres años no puedo salir de aquí ni siquiera el día de navidad. No tenía ni compañía, ni familia. Solo a dos personas a las que veía una vez cada año cuando nos dejaban hacer una videollamada. Dos personas que podrían desprenderse de mí cuando quisieran porque yo no lo sabría. Porque estaba atrapado, sin opción, sin salida.

El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora