Hablarlo para poder vivirlo

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Las semanas pasaron rápidamente, y finalmente Marta se recibió. Con solo 25 años, ya era oficialmente Doctora en Bioquímica. Durante la ceremonia de graduación, se esforzó por no llorar, manteniendo las formas, como siempre. Por fuera, todo parecía bajo control, pero por dentro estaba destrozada. Ese título tenía un significado profundo para ella, porque quería entregárselo a su abuela, también Doctora en Bioquímica, quien había sido su inspiración para seguir esa carrera. El orgullo que alguna vez soñó compartir con su abuela ahora se sentía vacío, una promesa rota por la muerte.

Su padre, ajeno a sus emociones internas, le dio una palmada en la espalda y le dijo con una sonrisa de orgullo:

—Estás lista para la dirección de investigación, Marta. Felicidades.

Marta lo miró sin decir una palabra. Apenas terminó la ceremonia, Luz, su amiga y compañera de estudios, la invitó a una fiesta que organizaban algunos compañeros en una casa apartada de la ciudad. Aunque no tenía muchas ganas de socializar, Marta aceptó, sintiendo la necesidad de perderse entre desconocidos para evitar que alguien le preguntara cómo estaba realmente.

La fiesta comenzó con música alta, risas y conversaciones ruidosas, pero Marta no lograba conectar con nadie. Bebía sin control, como lo había estado haciendo las últimas semanas, pero el alcohol no conseguía calmar ese dolor profundo que llevaba dentro. En algún momento de la noche, sintió la necesidad de escapar. Caminó sola por el parque y, entre los árboles, vio una hamaca. El lugar parecía un refugio perfecto. Se sentó y dejó que la brisa nocturna la envolviera.

Cerca de la piscina, Fina, Ester, Carmen y Claudia, cirujanas recién recibidas, se habían colado en la fiesta. Fina y Ester habían estado discutiendo desde el viaje, y la tensión entre ellas crecía. Ester se alejó para buscar a Carmen y Claudia, mientras Fina, abrumada por el malestar, decidió caminar sola por el parque.

Con lágrimas en los ojos y el corazón roto, Fina llegó hasta la hamaca. No se dio cuenta de que Marta ya estaba allí. Golpeó el árbol cercano con impotencia y susurró unas palabrotas entre sollozos. Marta, al escuchar su llanto, se levantó lentamente, sorprendida de encontrarse cara a cara con Fina.

—Hola... —Marta la miró con suavidad—. ¿Quién te hizo enojar tanto?

Fina, aún secándose las lágrimas, se disculpó por no haberla visto antes.

—Lo siento, no sabía que había alguien aquí...

La luna llena iluminaba tenuemente sus rostros, y la brisa nocturna resalto el perfume de Fina, fue entonces cuando la reconoció. Esas zapatillas, el mismo perfume... y ese pañuelo. ¿Cómo no recordarlo? Fina le había dado aquel pañuelo el día que murió su abuela.

—Te recuerdo... —dijo Marta con la voz entrecortada—. Tú te llamas Fina y me diste un pañuelo el día que...

—El día que perdí a mi abuela... —completó, con una sonrisa melancólica—. -Eres tu si lo recuerdo estabas muy triste, dijo Fina y nunca me dijiste tu nombre, tu si sabes el mio.

—Lo sé... —respondió Marta, con la mirada fija en el suelo—. Soy Marta y lamento no tener uno para ti ahora. Creo que... ahora soy yo quien debería secar tus lágrimas.

Fina suspiró, y durante un instante compartieron un silencio que lo decía todo. Las emociones, no dichas pero sentidas, flotaban en el aire. Se sentaron juntas bajo el árbol, como si el universo las hubiese llevado allí para encontrar consuelo la una en la otra. La conversación fluía entre sonrisas tímidas y miradas largas, hasta que Marta finalmente se atrevió a preguntar:

—¿Qué haces en tu vida, Fina?

—Hoy me recibí de médica cirujana. ¿Y tú?

—Hoy me recibí de Doctora en Bioquímica.

—No pareces muy feliz con ello —observó Fina, notando la tristeza en la voz de Marta.

—No lo estoy, pero no se lo digas a nadie. Y tú tampoco pareces estar celebrando.

Ambas sonrieron con complicidad, haciendo un brindis imaginario con copas invisibles. En ese momento, la voz de Carmen resonó a lo lejos, llamando a Fina.

—Fina, ¿estás por aquí?

Fina se giró, dejando de mirar a Marta por un segundo.

—Me están buscando. Debo irme... Un placer conocerte, Marta.

—El placer es mío —respondió Marta, con una sonrisa que Fina no pudo resistir.

Fina se levantó lentamente y, en un impulso inesperado, se acercó para despedirse. Cuando estaba a punto de besarla en la mejilla, Marta giró su rostro de manera repentina. Sus labios se encontraron. Fue un beso corto, pero el contacto de sus labios húmedos y el calor que compartieron les transmitió escalofríos. Para Marta, ese breve instante lo cambió todo. Era su primer beso con una mujer.

Ambas mantuvieron los ojos cerrados por unos segundos más, disfrutando de esa sensación indescriptible. Finalmente, la voz de Carmen las interrumpió nuevamente.

—Fina, te están esperando. Vamos.

Fina antes de irse, lanzó una última mirada a Marta y la saludó con un suave "adiós". Marta no respondió, paralizada por la confusión y el torbellino de emociones que la abrumaban. Su respiración estaba acelerada, y su cuerpo inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Se quedó allí, mucho más tiempo del que pensaba, tocándose los labios, moviendo la cabeza incrédula. Ese beso, tan breve pero intenso, había sido la confirmación de lo que su interior llevaba tiempo susurrándole, pero que ella había tratado de silenciar. Una desconocida acababa de abrir una puerta en su corazón que Marta no sabía cómo manejar.

Cuando por fin logró reaccionar, caminó rápidamente de vuelta a la fiesta, buscando a Fina entre cada rostro, en cada rincón de la casa. Pero no la encontró. Mientras tanto, Fina tampoco podía sacarse a Marta de la cabeza. Esa mirada, ese beso... era todo lo que sentía y pensaba en ese momento. Carmen le hablaba, diciéndole que las chicas ya la esperaban en el auto, que Claudia se sentía mal, pero Fina no la escuchaba, estaba en otro mundo. Ester se sentó junto a ella en el auto y, chasqueando los dedos frente a sus ojos, le dijo:

—Fina, ¿en qué planeta estás?

Fina regresó al presente, pero esa noche apenas habló. Parecía ausente, perdida en sus pensamientos. Se fue a dormir, aunque el sueño nunca llegó. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver el rostro de Marta, sentir la suavidad de sus labios. Una completa desconocida estaba robándole su paz y sus pensamientos.

Al otro lado de la ciudad, Marta llegó a su departamento después de un viaje en auto de casi 45 minutos en total silencio. Bajó del coche de Luz y subió lentamente las escaleras hasta su hogar, llevando consigo una vorágine de emociones que nunca había sentido antes. Esos ojos, esa sonrisa... Marta sabía desde hace tiempo que le gustaban las mujeres, pero siempre intentaba negarlo o alejarse de aquellas por las que sentía algo inexplicable. Jamás se atrevió a hablarlo con nadie. Y la única persona que lo había sospechado, su abuela, ya no estaba para poder compartirlo.

¿Qué podía hacer con todo lo que sentía? ¿Cómo manejar algo que parecía tan incontrolable? Encontrar a una médica recién recibida llamada Fina se sentía como buscar una aguja en un pajar. ¿Dónde la encontraría? ¿Cómo volver a verla? Marta se dejó caer en el sillón de su sala, cerró los ojos, y otra vez se tocó los labios, buscando revivir ese instante que había cambiado todo.

Vidas paralelas M&FDonde viven las historias. Descúbrelo ahora