Fernanda caminaba sola por una calle empedrada en Brasil, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón hecho trizas. La conversación con Richard había sido devastadora; su rechazo y desprecio la habían dejado desolada. No tenía idea de a dónde ir, pero necesitaba alejarse del lugar que ahora le parecía un recordatorio constante de su dolor.
Se detuvo en una esquina, sacó su teléfono y marcó el número de Claudia, su amiga de confianza. Esperó mientras el teléfono sonaba, el bullicio de la ciudad que la rodeaba se mezclaba con su creciente angustia.
Hola, Claudia —dijo Fernanda, tratando de mantener la voz firme, pero quebrada por la tristeza.
—Fernanda, ¿qué ocurre? Te escuchas mal —respondió Claudia, detectando la preocupación en la voz de su amiga
Fernanda tomó una respiración temblorosa, intentando no dejarse vencer por las lágrimas. —Necesito tu ayuda. Richard me rechazó y me hizo sentir terrible. Estoy en una calle aquí en Brasil, no sé adónde ir y me siento perdida.
Claudia sintió un nudo en el estómago al escuchar el sufrimiento de Fernanda. —Oh, Fernanda, lo siento mucho. No tienes que estar sola en esto. Puedes venir a mi casa. Estoy aquí para ti, sin importar la distancia.
¿De verdad? No quiero causarte molestias —dijo Fernanda, aliviada y agradecida por el ofrecimiento..
—Para nada es molestia. Mi casa está siempre abierta para ti. Ven cuando puedas, te espero.
Fernanda miró a su alrededor, sintiéndose un poco más aliviada. —Gracias, Claudia. Estoy en camino.
Colgó el teléfono y comenzó a caminar hacia la parada de autobuses más cercana, su mente llena de recuerdos de la conversación con Richard y de la cálida promesa de su amiga. El bullicio de la calle brasileña parecía más acogedor ahora, sabiendo que había un refugio esperándola.
Cuando finalmente llegó a la casa de Claudia, la cálida bienvenida de su amiga fue un bálsamo para su alma herida. Claudia la recibió con un abrazo reconfortante y la condujo al interior, donde pudieron sentarse y hablar en un ambiente seguro y tranquilo..
Fernanda, mientras relataba su experiencia, sintió cómo el peso de la decepción empezaba a aligerarse. Claudia escuchó atentamente, ofreciendo palabras de apoyo y aliento. El consuelo de la amistad incondicional de Claudia le permitió empezar a sanar las heridas abiertas.
La noche transcurrió entre charlas sinceras y el reconfortante calor de la compañía. Aunque el dolor del rechazo seguía presente, el saber que no estaba sola en su sufrimiento le ofreció una nueva perspectiva. Mientras se acomodaba en el sofá de Claudia, Fernanda comenzó a sentir una renovada esperanza, reconociendo que, a pesar del rechazo de Richard, el verdadero valor de la amistad y el apoyo genuino le darían la fuerza necesaria para seguir adelante.