PARTE UNO

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—Hora de comer, bestias —dijo el carcelero, con desprecio fluyendo entre sus labios.

Y con eso dicho, había arrojado ese revoltijo viscoso y gelatinoso en la tina de madera de la celda.

Los muchos e interminables prisioneros apretujados en ese miserable cuadro de piedra fría, se apresuraron sin demora hacia adelante como perros rabiosos, mordiendo y pateando para llegar a esa asquerosa comida que sería lo único que alguna vez tendrían.

La luz de la luna era un pequeño destello plateado, deslizándose a través de una rejilla en la parte más alta y alejada de la pared. Apenas un respiradero, aunque poco hacía para ventilar el aire mohoso y el hedor asfixiante.

He Sheng solo se había quedado ahí, tendido como un muerto viviente, recargado en la esquina más húmeda y pestilente de la celda.

Sus ojos miraban sin mirar, perdidos en un lugar mejor que ahora solo vivía en sus recuerdos. En ellos, toda su familia se encontraba reunida, todos felices y sonrientes. Todos vivos.

Ellos estaban ahí un momento y después, de la nada... bajo tierra. Alimentando a los gusanos mientras él se podría en vida.

No le quedaba nada, ni honor ni esperanza. Ni siquiera ganas de seguir.

Hubiera sido mejor morir.

Hubiera preferido morir.

Su padre, viejo y cansado, tenía que saberlo también. No venía a verlo más, y eso era bueno, no tendría por qué ver el fracaso en el que se había convertido. Tal vez eso era lo mejor, se decía. Eso aliviaba un poco la culpa, eso lo hacía odiarse un poco menos por ignorar al hombre, por nunca contestar a sus pobres intentos de consuelo.

Pero todo era un caso perdido ahora.

De haberlo sabido... si He Sheng lo hubiera sabido. Todo aquello que iba a suceder por sus estúpidos sueños. Él hubiera renunciado. A todo. Hubiera desistido sin un solo arrepentimiento.

Pero ya era muy tarde.

—Tsk, mira a esos animales, bazofia de la sociedad, ¿por qué debemos alimentar a los criminales? Deberíamos solo dejarlos ahí hasta que mueran —dijo el mismo guardia, escupiendo a un lado de sus pies.

—Descuida, morirán tarde o temprano. Si son tan suertudos —exclamó otro, vertiendo una cubeta más.

Los prisioneros lamían la madera y rascaban con sus uñas amarillentas para conseguir sacar los restos de lo que quedaba adherido.

Una mujer desnutrida, cuyos huesos resaltaban de forma afilada por todo su cuerpo, aulló de alegría cuando la palangana se llenó de nuevo. Ella hundió su cara hasta el fondo y bebió. Tragó, masticó y chupó sus dedos con desesperación. Su cara sucia llena de más porquería.

Después se giró y se arqueó salvajemente, vomitándolo todo.

Una de las manos de He Sheng quedó cubierta por completo.

En un extremo alejado del resto, dos personas ignoraban la comida mientras se balanceaban de ida y vuelta, copulando como perros.

He Sheng miró los ojos sin brillo del cadáver en la parte inferior y después apartó la vista.

Se acurrucó de lado y cerró los ojos, esperando el dulce llamado de la muerte.

** ** **

La madrugada era fría y despiadada en esta época del año. Todos se amontonaban juntos en este chiquero, con la sola esperanza de sobrevivir la noche.

He Sheng daba vueltas en el suelo.

Tenía tanta hambre y sed.

Hacía días que los carceleros no se aparecían por aquí.

Venganza dulce como la hiel [TGCF/Beefleaf]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora