Capítulo I: Michervale

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―¡Alcen las velas! ―Se escuchaba en el silencio de una siesta en el pequeño pueblo de Michervale.

Era normal allí escuchar los gritos de Elsa Hunderluff, una joven de dieciséis años que aprovechaba que nadie estaba por allí para jugar con su fiel amiga Millie, con quien había compartido gran parte de su infancia.

―¡Ten cuidado, Elsa! ―gritaba Millie al ver a su amiga subida en un árbol, simulando ser vigía de un barco pirata.

―¡No me caeré! ―le respondía ella con confianza, para luego confirmarlo bajando de allí con un salto.

A Elsa siempre le había gustado jugar de ese modo, desde pequeña salía afuera y le gustaba subirse a los árboles, correr por las calles y saltar de un lado a otro, es por eso que era bastante atlética, y como también era bastante alta, alrededor de un metro setenta, podía hacer ciertas cosas con más facilidad. Su amiga Millie prefería solo observarla antes que participar de forma directa, aunque de cierta forma ella sí tenía su grado de participación. Su presencia era esencialmente el apoyo emocional que necesitaba Elsa para jugar de ese modo a pesar de su edad.

Luego de correr entre algunas plantas, comenzaba a practicar movimientos de lucha con una espada de madera que se había construido. A medida que avanzaba, corría y esquivaba ramas de árbol como si fueran las espadas de sus enemigos, y a decir verdad, lo hacía muy bien. Había estado haciéndolo todo el tiempo desde que tenía memoria, sin embargo en aquel momento acabó por soltar su espada sin darse cuenta. El arma de juguete voló y acabó estrellándose contra la ventana de la casa de un vecino.

―Ay no... ―murmuró Elsa cuando se dio cuenta de lo que había pasado, aunque por suerte para ella, la espada volvió a sus manos de la misma manera en la que se había ido.

―¡Malditas! ¡Inmaduras! ¡Ahora verán! ―Se oyó desde dentro de la casa.

Morgan, el nieto de Irma, una anciana muy amable del pueblo, había sido interrumpido por el estruendo del cristal mientras escuchaba música, y eso era más que suficiente para hacerlo enojar.

Las caras de las chicas no representaron exactamente alegría cuando vieron que el joven muchacho abrió la puerta, tomó un palo de escoba y salió afuera con un ímpetu furioso. Al ver esto, Elsa tomó del brazo a su amiga y la jaló hacia atrás mientras salía corriendo.

―¡Cortaremos camino por este terreno abandonado! ―le dijo mientras ambas se escabullían entre unos arbustos.

―¡Elsa! ―protestó Millie―. ¡Suéltame o me caeré!

Las chicas corrieron a través de varias plantas, yuyos altos y árboles que se extendían por un largo terreno no ocupado, hasta que salieron por el otro lado, quedando justo al lado de la casa de Millie, que quedaba a pocos metros de la casa de Elsa.

―Uff... ¡Vaya! Que humor horrible tiene ese tipo ―rebufó Elsa un poco agitada.

―¡A mí no me ha parecido gracioso! ―protestó Millie algo molesta―. ¡¿Crees que algún día puedas dejar de blandir esa espada?!

―¡No lo creo! ―dijo Elsa―. Además, ¿qué quieres que haga entonces? Me encanta imaginar que estoy peleando contra alguien ―agregó justificándose.

―Podrías practicar lejos de las ventanas ―murmuró su amiga.

―Es un buen punto ―dijo Elsa.

―Mira ―dijo entonces Millie ― ¿Por qué no le pides a Mike que te ayude a practicar esgrima? Él recibe clases particulares.

―Mike va a hacerme un favor a mí... ―dijo Elsa en tono irónico―. Tanto dinero le impide ser amable.

―¡Vamos, Elsa! ―exclamó Millie―. No le des importancia. Si vive en este pueblo es porque no son tan ricos como aparentan ser.

Los Piratas de Elsa HunderluffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora