Elsa y Laurence entraron con algo de timidez a la cantina, y se dirigieron rápidamente hacia donde se encontraba la estatua, que por suerte quedaba al lado de la barra, y el cantinero era el menos tosco de los hombres que allí había.
―¿Que hacen aquí? ―preguntó él cuando las vio.
―Ehh... solo estamos mirando la estatua ―dijo Elsa un poco nerviosa.
―Bueno, quédense por allí ―respondió el cantinero mientras servía una cerveza a un tipo alto y bigotudo.
―Elsa, ya vámonos ―sugirió Laurence.
―Solo un rato más, déjame mirarlo bien así me lo grabo en la memoria ―dijo Elsa―. Ojalá tuviera una cámara fotográfica ―murmuró por lo bajo, recordando aquel día en que Maia le había mostrado una y ella había quedado fascinada.
Elsa miraba la pulsera y luego la estatua en busca de algo que la sorprendiera. En eso se acercó el cantinero y les habló.
―Niñas. ¿Buscan algo en particular? Este no es un lugar muy apto para ustedes.
―Ehh... ¿Elsa? ―preguntó en voz baja Laurence.
―¿Sabe algo sobre los símbolos que hay en la estatua? ―preguntó Elsa.
―¿Esos símbolos? Creo que son una lengua muerta ―respondió el cantinero sin entender mucho el motivo de la pregunta.
―Elsa... ¿Por qué de repente te interesan tanto los símbolos? ―preguntó Laurence nerviosa y con ganas de irse de allí.
Entonces Elsa de repente recordó lo que había leído en la carta que Millie le había dado, y preguntó:
―Disculpe, ¿sabe qué es un Orbo?
El cantinero se volteó a verla y alzó una ceja.
―Ehh... No tengo ni idea, niña.
Ante esa respuesta, Elsa se encogió de hombros y le dijo adiós al cantinero. Laurence suspiró aliviada y caminó por detrás de ella, pero cuando estuvieron por marcharse, un hombre las detuvo diciéndoles algo.
―Orbo... ―murmuró con voz ronca.
Las chicas se dieron vuelta y vieron cómo un hombre pelado y de estatura promedio, como de unos cincuenta años, les hablaba.
―Esa palabra me suena...
―¿Sa... Sabe lo que significa? ―preguntó Elsa.
―Me recuerda a mi padre... ―dijo con la mirada perdida―. Él era un buen hombre...
―Oye Elsa, este hombre está borracho, mírale los ojos ―le susurró Laurence.
―Espera ―respondió Elsa―, quizá sepa algo.
El hombre miraba hacia todos lados y se balanceaba de manera extraña.
―Está borracho, vámonos ―insistió Laurence.
―No lo sé, niña. Mi padre era un hombre extraño ―agregó para luego darle un trago a su botella de cerveza.
―Ahh... Bueno, ¡Gracias, señor! ―dijo Elsa y dio la media vuelta para marcharse, cuando de repente el hombre dijo algo más.
―Niña... me has hecho recordar a mi padre, y eso me pone triste... ―dijo el hombre con la vista perdida.
―Oh... Ehh... Yo... lo lamento ―tartamudeó Elsa preocupada.
―Quiero que me lo compenses... ―balbuceó el hombre acercándose.
Elsa y Laurence comenzaron a retroceder.
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Los Piratas de Elsa Hunderluff
MaceraElsa Hunderluff es una joven alegre y humilde que vive junto a su padre en un pequeño pueblo aislado y aburrido. Sin muchas cosas por hacer, Elsa se pasa los días afuera, jugando y compartiendo tiempo con sus amigos. Su amiga Maia le presta libros q...