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El Pozo de las Luciérnagas
El timbre sonó anunciando el fin de las clases. Mientras los estudiantes recogían sus cosas y salían apresurados del salón, él se quedó sentado, observando a una chica que nunca había visto antes, o al menos eso pensaba.
Había algo en ella que lo atraía de manera inexplicable. Su cabello oscuro caía en ondas suaves sobre sus hombros, y una luz tenue parecía rodearla, como si pequeñas luciérnagas la siguieran dondequiera que iba. Ella no se dio cuenta de su mirada hasta que él se levantó. Cuando sus ojos se cruzaron, una sensación extraña lo invadió: no era la primera vez que la veía. Algo en su pecho le decía que ya la conocía, que habían compartido algo importante, aunque no podía recordarlo.
Se acercó a ella, intentando romper el silencio que pesaba en el aire.
—Hola, soy... —vaciló, sin saber muy bien por qué estaba tan nervioso— ¿Nos conocemos?
La chica lo miró en silencio por un momento, sus ojos parecían cargados de una tristeza profunda, como si llevaran un peso que nadie más podía ver. Entonces, sonrió de manera extraña, una mezcla entre nostalgia y resignación.
—Sí. Nos conocimos ayer —respondió con voz suave, casi un susurro—. Pero... ya lo olvidaste, ¿verdad?
El chico dio un paso atrás, confundido. "¿Ayer?", pensó. No recordaba nada de ella. No recordaba haberla visto antes de ese momento. Pero la certeza con la que hablaba lo perturbaba, como si hubiera algo enterrado en su memoria que no podía alcanzar.
—¿Qué estás diciendo? No es posible, no te había visto antes... —replicó, su voz temblaba de duda.
La chica bajó la mirada, y en ese instante, una luciérnaga se posó suavemente sobre su hombro, iluminando levemente su rostro. Él se quedó mirando, fascinado por esa extraña luz, mientras un pensamiento aterrador cruzaba su mente: algo no estaba bien, algo en él estaba roto, incompleto.
—Siempre sucede lo mismo —dijo ella—. Cada día nos encontramos, y cada día, cuando el sol se pone, lo olvidas todo.

A pesar de la extraña conversación, algo en su interior le pidió que se quedara junto a ella. Así fue como pasaron el resto del día juntos, caminando por el patio vacío de la escuela, hablando de cualquier cosa para distraer el peso de lo no dicho.
Había una dulzura en su risa, una inocencia que lo hacía querer estar cerca de ella. Sin embargo, cada vez que la miraba de reojo, esa luz tenue que la rodeaba le recordaba que no todo era normal. Conforme avanzaba la tarde, la sensación de familiaridad, de haber pasado por esto antes, se hacía más fuerte.
—Es raro, ¿no? —dijo él en un momento—. Siento como si ya te conociera de hace mucho tiempo.
Ella lo miró con tristeza, pero sin sorpresa.
—Lo haces —respondió—. Al menos, por un día.
Él frunció el ceño, confundido.
—¿Qué significa eso? No tiene sentido.
La chica se sentó en el borde de una fuente seca en el patio de la escuela. El sol comenzaba a caer, tiñendo el cielo de un naranja profundo. Ella observó el horizonte antes de hablar.
—Siempre pasa lo mismo. Cada día conozco a alguien nuevo. Nos hacemos amigos, hablamos, como lo estamos haciendo ahora. Pero cuando llega la noche… me olvidan. Todos me olvidan. Mis padres, mis amigos, los maestros… incluso tú.
La incredulidad se reflejó en su rostro. Era imposible, y sin embargo, una parte de él empezaba a creerla.
—¿Cómo es posible? —preguntó, su voz casi un susurro—. Eso no... eso no puede pasar.
La chica tomó una bocanada de aire, como si estuviera recordando algo que le dolía profundamente.
—Todo empezó cuando aparecieron las luciérnagas —explicó, y sus ojos se llenaron de una tristeza indescriptible—. Antes, todo era normal. Tenía una vida, amigos… una familia que me recordaba. Pero un día, esas luces aparecieron. Primero eran pocas, luego, cada noche, más y más. Hasta que ya no quedó nada de mi vida. Ahora, la gente me olvida en cuanto el sol se pone. Es como si no hubiera existido.
Él la escuchaba en silencio, con el corazón acelerado. Las luciérnagas… había algo en ellas, algo extraño. Recordó la primera que vio posarse sobre su hombro y cómo había sentido que el tiempo mismo se detuvo.
—¿Por qué tú? —preguntó al fin—. ¿Por qué te está pasando esto?
Ella lo miró fijamente, pero antes de que pudiera responder, una pequeña luciérnaga comenzó a revolotear cerca de su rostro, parpadeando con una luz que se volvía cada vez más fuerte. El sol casi había desaparecido por completo, y con ello, la oscuridad empezaba a llenar el espacio.
—No lo sé —respondió en voz baja—. Solo sé que, cuando se van las luciérnagas… yo también desaparezco de la memoria de todos.

El sol ya había desaparecido por completo, y la oscuridad empezaba a devorar los últimos rayos de luz. Allison miraba al suelo, resignada, como si ya supiera lo que vendría: el olvido, una vez más. Pero él no estaba dispuesto a dejarla desaparecer de su vida, no esta vez.
Desesperado por encontrar una manera de recordarla, comenzó a buscar en sus bolsillos algo que pudiera ayudar. Finalmente, encontró un pequeño cúter, algo que siempre llevaba para abrir cajas en su trabajo de medio tiempo.
Allison lo miró con una mezcla de curiosidad y temor cuando lo vio sostener el filo del cúter con determinación.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó, su voz temblaba.
Él no respondió de inmediato. Su mente giraba alrededor de una sola idea: encontrar una manera de no olvidarla, de aferrarse a su memoria cuando el sol volviera a salir. Sin decir nada, levantó su brazo izquierdo y, con un gesto rápido y decidido, hizo una pequeña incisión. El dolor fue intenso, pero eso no le importaba. Con cada trazo, escribió el nombre de ella en su piel: Allison.
La sangre empezó a brotar, pero los trazos eran claros. El nombre de ella estaba allí, grabado en su brazo, marcado de una manera que ni el tiempo, ni las luciérnagas, podrían borrar fácilmente.
—¿Por qué…? —Allison lo miró con los ojos abiertos de par en par, sin saber si sentirse asustada o conmovida.
—No te voy a olvidar —respondió él con voz firme, mientras rasgaba una parte de su camisa para envolver su brazo—. Cada mañana, cuando me despierte y vea esto, me acordaré de ti. No importa lo que pase, no importa si las luciérnagas intentan borrarte de mi mente. Te recordaré.
Allison se quedó en silencio, observándolo con una mezcla de incredulidad y esperanza. Nadie había hecho algo así por ella antes. Quizás, por primera vez, alguien lograría recordarla al llegar la mañana.
—No sé si funcionará —dijo ella en voz baja, como si temiera darle falsas esperanzas—. Pero, gracias.
El chico, con su brazo envuelto y el nombre de Allison grabado en su piel, se acercó a ella. Sabía que el tiempo se acababa, que el olvido estaba a punto de reclamarlo, pero en ese momento, mientras las luciérnagas revoloteaban a su alrededor, una chispa de esperanza se encendió.

Pozo De LuciernagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora