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Cada mañana, Will se despertaba con la misma sensación: un pequeño dolor en su brazo, recordándole la última noche y la marca que había hecho para no olvidar a Allison. Miraba su brazo, viendo el nombre grabado y el vendaje que envolvía la herida. Era un recordatorio constante de que debía buscar a Allison.
Los días siguientes se convirtieron en una rutina. Cada mañana, Will recordaba a Allison y, con una determinación renovada, la buscaba en la escuela. Encontraba a Allison en el patio o en la biblioteca, y pasaban el día juntos. Al principio, la relación era sencilla: conversaciones triviales y risas tímidas. Pero a medida que los días pasaban, su amistad se profundizaba.
Pasaban tiempo explorando el pueblo, compartiendo historias y sueños, y la conexión entre ellos se hacía más fuerte. Will comenzó a notar detalles sutiles que antes le parecían extraños: cómo las luciérnagas seguían a Allison, cómo la tristeza en sus ojos parecía desvanecerse cuando él estaba cerca. Allison, por su parte, parecía encontrar en Will una chispa de esperanza que había estado apagada durante mucho tiempo.
—¿Sabes? —dijo Allison un día mientras caminaban por un sendero del bosque—. Nunca pensé que alguien pudiera recordarme así. No recuerdo la última vez que me sentí tan… real.
Will la miró con una sonrisa cálida.
—Para mí, eres muy real. Eres importante.
A medida que pasaban el tiempo juntos, comenzaron a compartir momentos más íntimos. Los abrazos se volvían más largos, las miradas más profundas. Se contaban secretos que nunca habían compartido con nadie más. Will se dio cuenta de que, a pesar del dolor y el sufrimiento, Allison le ofrecía una conexión que no podía encontrar en ningún otro lugar.
Cada noche, mientras el sol se ponía, la realidad del olvido se cernía sobre ellos. Will se preguntaba si esta rutina duraría para siempre. Sin embargo, mientras las luciérnagas danzaban alrededor de Allison, él se aferraba a la esperanza de que su marca era suficiente para mantenerla en su memoria.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Will y Allison pasaban cada día juntos, construyendo una rutina que se hacía más valiosa con el tiempo. Sus conversaciones se volvieron más profundas, y el vínculo entre ellos se fortaleció. La marca en el brazo de Will se convirtió en un símbolo de su compromiso y amor hacia Allison, y él nunca dejaba de admirarla y recordar su nombre.
Una tarde, mientras caminaban por un sendero que serpenteaba a través del bosque, el sol filtraba sus rayos a través de las hojas, creando un espectáculo de luces y sombras en el suelo. Las luciérnagas empezaban a aparecer, flotando en el aire como pequeñas estrellas danzantes.
—Las luciérnagas siempre han sido tan bonitas —dijo Allison, su voz suave—. Es difícil odiarlas cuando parecen tan llenas de vida, incluso si me han traído tanto dolor.
Will la miró con una mezcla de tristeza y comprensión. Sabía que las luciérnagas, aunque bellas, eran también un recordatorio constante de su maldición.
—No puedo imaginar cómo te has sentido —respondió él—. Pero veo lo hermosas que son, y eso me hace pensar que, a pesar de todo, hay algo especial en ellas.
Allison sonrió débilmente, mientras una luciérnaga se posaba en su mano.
—Sí, son especiales. A veces pienso que son la única compañía que tengo, además de ti. Aunque me han causado mucho sufrimiento, hay algo mágico en cómo iluminan la noche. Es como si intentaran mostrarme que, incluso en la oscuridad, hay belleza.
A medida que la noche avanzaba, se sentaron cerca de un arroyo, donde el sonido del agua fluía suavemente. Las luciérnagas seguían bailando a su alrededor, creando una atmósfera tranquila y casi mágica. Will miró a Allison y vio una mezcla de melancolía y esperanza en sus ojos.
—¿Qué es lo que más deseas? —preguntó él, rompiendo el silencio.
Allison lo miró con una expresión pensativa.
—Deseo ser recordada, por completo. No solo por ti, sino por todos. Deseo que mi nombre no se borre, que mis recuerdos no se desvanecen como el viento. Quiero que, algún día, estas luciérnagas no sean la única prueba de que existo.
Will tomó su mano, apretándola con cariño.
—Haré todo lo que esté en mis manos para que eso suceda. No solo te recordaré yo, sino que haremos todo lo posible para que tu historia se conozca, y para que esta maldición, de alguna manera, se rompa.
Los meses pasaron y, mientras el vínculo entre ellos se fortalecía, el peso del olvido seguía presente. Sin embargo, la esperanza nunca los abandonó. Juntos, exploraron el bosque, se adentraron en conversaciones profundas y disfrutaron de cada momento que el destino les ofrecía, aferrándose a la promesa de que algún día, el olvido no tendría poder sobre ellos.
El cielo se oscurecía mientras el sol se escondía detrás del horizonte, dando paso a la noche. Will y Allison se encontraban en el borde del bosque, rodeados por la danza etérea de las luciérnagas. El aire estaba impregnado con el aroma fresco de la tierra y el murmullo del arroyo cercano.
Ellos se habían detenido para descansar, y Allison se recostó contra un árbol, mirando las luces titilantes con una mezcla de melancolía y fascinación.
—¿Sabes? —dijo ella en voz baja—. Nunca había conocido a alguien que realmente intentara recordar, alguien que se esforzara tanto solo para estar a mi lado.
Will se acercó a ella, tomando su mano con ternura. A través de las pequeñas luces que parpadeaban alrededor de ellos, vio la sinceridad en sus ojos.
—No es solo que te recuerde —dijo él con firmeza—. Es que cada día contigo es valioso. Lo que compartimos, lo que siento… es real, y quiero que lo sepas. Aunque el olvido pueda separarnos, yo lucharé contra él.
Allison sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y tristeza. Las luciérnagas se agruparon más cerca de ellos, creando una atmósfera mágica y cálida. Era como si la noche misma estuviera celebrando su unión.
—Gracias, Will —dijo ella—. Gracias por no olvidarme, por hacerme sentir que no estoy sola en esta oscuridad.
Will se inclinó y, con suavidad, la besó en la frente. Luego, se levantó y extendió su mano hacia ella.
—Vamos a casa, Allison. Mañana será otro día, y cada día contigo es un día que valdrá la pena recordar.
Tomando su mano, caminaron juntos hacia el pueblo, dejando atrás el bosque y el manto de luciérnagas que seguía brillando en la noche. Aunque el desafío del olvido persistía, en ese momento, rodeados por el resplandor suave y reconfortante de las luciérnagas, había un sentido de paz y esperanza. Sabían que su conexión era algo especial, una luz en medio de la oscuridad que, aunque frágil, era lo que les daba fuerza para seguir adelante.

Pozo De LuciernagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora