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Es curioso cómo es imposible reconocer un momento decisivo hasta que ya pasó.

Para Jimin, es este: en clase de matemáticas, aburrida como siempre, pensando en el suspenso del drama que vio anoche, mientras dibuja el rostro de la actriz principal en los márgenes de su cuaderno. El calor del verano aún se siente pesado en el aire, a pesar de las ventanas abiertas del salón. El profesor sigue hablando sobre algo que dejó de escuchar hace siglos, y de repente...

Es el sonido de la puerta deslizándose lo que la obliga a levantar la mirada. Su vista se posa en una chica pequeña, con la mochila colgando de unos hombros encogidos, parada con cierta timidez al lado de su madre.

Se presenta como Kim Minjeong y, después de la presentación (la mudanza desde Busan, la típica petición de buen trato), el profesor señala el único escritorio vacío en todo el salón, justo al lado de Jimin, como si fuera cosa del destino.

Minjeong deja su mochila. Jimin la observa, curiosa, y le envía una sonrisa tímida, que la otra chica le devuelve.

Y con eso, comienza a sonar la música.



Unas semanas después de volverse inseparables (lo cual les tomó apenas un día) la música empieza a colarse en la vida de Jimin.

El último regalo de cumpleaños de Minjeong fue un reproductor MP3, que, naturalmente, termina siendo propiedad compartida de Yu Jimin. A diferencia de su casa, donde la madre de Jimin se queja de dolores de cabeza con tan solo oír la radio, la casa de Minjeong está llena de vida: discos, cassettes y CDs esparcidos por todas partes, y siempre hay alguna melodía sonando de fondo. Incluso tienen una computadora que el papá de Minjeong usa con diligencia para descargar lo más nuevo y popular para ella.

Así, se convierten en expertas de todo lo relacionado con la música pop: memorizan las discografías de cada grupo de idols, asociando nombres con rostros cada vez que aparece Inkigayo en la tele. Pasan horas escuchando canciones de SNSD, siempre pendientes de las presentaciones en vivo, intentando torpemente imitar las coreografías.

Bueno, Jimin lo hace torpemente. Minjeong, por otro lado, es natural, con verla una vez, ya la tiene dominada, "demasiado elegante para tener solo once años" piensa Jimin, siempre cuidadosa con los ángulos y el movimiento de sus extremidades.

Los años pasan. Jimin y Minjeong están extremadamente unidas, siempre son las que caminan por los pasillos con los brazos entrelazados, compartiendo audífonos en los recreos, encorvadas viendo algún nuevo video musical o discutiendo sobre dramas. Lanzándose bocadillos de un lado a otro, tomando fotos tontas mientras la otra duerme durante el almuerzo.

Es esa última foto la que se queda con Jimin: una selfie de su primer año de secundaria, con algo de comida, y la cabeza de Minjeong recostada en su hombro, profundamente dormida. Su intención era captar a la chica menor con cara graciosa, para molestarla al despertar, como hacen las amigas cercanas, pero Minjeong solo luce tranquila, en perfecta paz. Unos mechones de su cabello caen sobre el uniforme de Jimin, los ojos cerrados, el cable de los audífonos asomándose por debajo del cuello, una escena maravillosamente cómoda.

Y es curioso que sea a través de una foto, ese reflejo del momento, visto en la pantalla, lo que le revele lo que realmente está ocurriendo. El nudo en su pecho, ese cosquilleo en el estómago. Jimin sabe exactamente lo que está pasando.

Pero, para finales del año siguiente, Minjeong ya no está.

a movie script endingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora