prologo II | ¿Soy bell cranel?

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Parpadeó varias veces, incrédula. Ais Wallenstein observaba la figura extraña y, al mismo tiempo, familiar que le devolvía la mirada desde el espejo.

-"¿Qué clase de broma es esta?" -pensó, mientras una incomodidad desconocida la invadía. Ais, quien rara vez experimentaba emociones tan desconcertantes, bajó la vista hacia sus manos. La confusión se reflejaba en sus ojos, que ahora parecían menos seguros que de costumbre.

-"¿Qué está pasando...?"

El rostro que la miraba desde el espejo no era el suyo, o al menos, no el que esperaba ver. Los ojos, antes de un frío y sereno dorado, habían sido reemplazados por un rojo intenso, como rubíes. Su cabello, normalmente dorado y liso, había cambiado a mechones blancos como la nieve, cayendo desordenadamente sobre sus hombros.

No necesitaba más para reconocer ese rostro. Lo había visto incontables veces en la mazmorra, en los rumores, e incluso en sus propios pensamientos. Era Bell. Bell Cranel. El chico que la intrigaba por la velocidad a la que crecía. Y ahora, ella, de alguna manera, se veía atrapada en su cuerpo.

El semblante frío y controlado de Ais vaciló por un instante mientras la realidad se asentaba. Esto no era un sueño. Lo sabía. La firmeza en sus manos era real, aunque se sintieran extrañas, ajenas. Apretó los puños varias veces, tratando de aferrarse a cualquier sensación familiar, pero nada de lo que sentía le pertenecía. Su cabeza pesaba, llena de pensamientos dispersos y confusos, y sin embargo, una certeza comenzaba a tomar forma.

Al despertar, no había visto el techo conocido de la mansión crepúsculo. En su lugar, un techo derruido y agrietado fue lo primero que saludó sus ojos. Ais notó la incomodidad en su cuerpo antes de que su mente procesara por completo la situación. Yacía en un mueble viejo, desgastado por el tiempo y el uso, muy lejos del lujoso entorno al que estaba acostumbrada.

Su mirada vagó por la pequeña habitación. Era austera, casi desprovista de vida. Había una cama, una mesita de noche y una estantería repleta de libros. Apenas había un atisbo de personalidad en ese lugar, como si estuviera atrapada en un rincón del mundo que no pertenecía a nadie.

Finalmente, sus ojos regresaron al espejo. Apretó las manos con fuerza, sintiendo la extrañeza de esa piel que no era la suya, el cuerpo que no respondía con la fuerza y agilidad que conocía. Todo lo que definía a Ais, su poder, su precisión, había sido reducido a casi nada.

-"Esto... no puede ser real" -pensó, aunque en su interior, una pequeña voz le decía que no había error. Algo, de alguna forma, había salido terriblemente mal.

En medio de todo el caos que se agitaba en su interior, una pequeña pero insistente pregunta comenzó a formarse en su mente: ¿Dónde estaba su cuerpo original? Las posibilidades eran aterradoras. ¿Lo tendría Bell? ¿O... acaso había muerto? Aunque su rostro permanecía tan imperturbable como siempre, las comisuras de sus labios temblaron ligeramente al pensar en esa última posibilidad.

Ais, sin embargo, no era alguien que sucumbiera fácilmente al miedo. A pesar de la inquietud que la envolvía, decidió no dejarse arrastrar por esas ideas. No era momento para ello. Tenía que creer que Bell estaba en su cuerpo, tal como ella ahora estaba en el suyo. Era lo más lógico, lo único que podía calmar sus pensamientos desordenados.

Si Bell estaba en su cuerpo, lo más probable era que se encontrara en su habitación en la mansión crepúsculo. Pero ahí radicaba un gran problema. Su apariencia actual.

-"Esto... es un problema" -susurró con una expresión peculiar que no encajaba del todo en su rostro ahora masculino.

Ais, acostumbrada a enfrentar el peligro en la mazmorra con la calma de una veterana, se encontraba en una situación totalmente desconocida. Normalmente, en un momento como este, habría buscado la guía de Riveria. La elfa sabia siempre sabía qué hacer en situaciones difíciles, siempre tenía una respuesta. Pero aquí, sentada en un viejo sofá que rechinaba bajo su peso, con un cuerpo que no era el suyo, Ais solo pudo mirar al aire, como si las respuestas estuvieran flotando en él.

DanMachi | IntercambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora