El Infierno

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El resto del viaje transcurrió en un silencio tenso, sólo interrumpido por el zumbido del motor y los corridos que seguían sonando en la radio. La carretera se extendía infinita frente a nosotros, y mi mente vagaba entre los recuerdos del pasado y la incertidumbre del futuro.

Sabía que me estaba metiendo en un juego peligroso, pero ya no había marcha atrás. Los muertos quedaban atrás y los vivos debían seguir adelante, aunque el camino estuviera sembrado de sangre y traiciones.

Miré a Juan de reojo. Él mantenía la mirada en la carretera, concentrado, con el ceño ligeramente fruncido. A pesar de su actitud relajada, se notaba que estaba alerta, como si en cualquier momento esperara que algo saliera mal. Quizás compartíamos esa misma sensación, ese sexto sentido que se desarrolla cuando vives en constante peligro.

—No te preocupes, compadre —dijo de repente, sin apartar la vista del camino—. Vamos a resolver esto rápido. Sólo haz lo que te digan y todo saldrá bien.

No respondí. Sólo asentí, con la mente aún en otro lugar. Quizás en la carta que había enviado, quizás en los días que vendrían. Todo lo que sabía es que estaba listo para enfrentar lo que fuera necesario. Por más oscuro que se pusiera el camino, yo seguiría adelante.

El sol empezaba a descender en el horizonte, pintando el cielo de un naranja intenso. Al final del viaje, me esperaba una tormenta. Y yo, como siempre, me adentraría en ella sin miedo.

Al llegar a la finca de Joaquín, la atmósfera era tensa. Un grupo de hombres estaba arrodillado, temblando bajo la ira de Joaquín, que los señalaba con dedo acusador. Uno de ellos era el traidor que había causado la muerte de su hijo. Juan y yo nos quedamos al margen, en un rincón, observando la escena, el sonido de gritos y recriminaciones llenaba el aire.

Finalmente, Joaquín se tomó un momento para calmarse y se volvió hacia mí.

—Eres Michael, ¿no? —preguntó, su voz grave resonando en la habitación.

—Sí, señor —respondí, intentando no dejar que la tensión me afectara.

Joaquín me hizo un gesto para que me acercara, y al hacerlo, me preguntó si tenía un arma. Saqué mi revólver y se lo ofrecí. Lo examinó, luego lo cargó y, sin pensarlo dos veces, disparó a uno de los hombres que temblaba ante su furia. El estruendo del disparo fue ensordecedor.

—¿Sabes qué se siente perder a un hijo? —me miró, su expresión fría—. No lo entenderías, gringo.

Devolvió el arma y luego ordenó a los demás que se dirigieran a la bodega a investigar quién había traicionado su confianza. Un silencio tenso siguió a sus palabras.

—Toma asiento —me indicó, y lo hice, sintiéndome como un pez fuera del agua en medio de su caos.

Joaquín se acomodó tras su escritorio, observándome con una mezcla de respeto y desdén.

—Sé que viniste por el cargamento de Robert, pero ahora mismo no es la prioridad —dijo, su tono cambió a uno más serio—. Necesito tu ayuda. No estaba planeado, pero como puedes ver, la situación se ha complicado.

Lo miré, extrañado.

—Mire, Joaquín, yo solo vengo por el cargamento. No tengo intención de involucrarme en este asunto —respondí con cautela.

—Entiendo —replicó—, pero también entiendo que, en este mundo, las oportunidades no esperan. Hemos perdido a un hombre del grupo y necesitamos un reemplazo.

Su mirada se intensificó.

—Si me ayudas a eliminar a los importantes del cartel rival y a encontrar al traidor, te prometo que no solo tendrás tu cargamento, sino también una recompensa que no podrás rechazar.

El Monstruo Tiene un Nombre (The Monster has a name) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora