La luz de la mañana se filtró entre las rendijas de la persiana, en el ángulo exacto para impactar de lleno en los ojitos miel de Oliver, quien poco a poco iba despertando. Los primeros rayos del sol iluminaron la habitación, trayendo consigo un calor suave que contrastaba con la fría sensación de la noche. Oliver parpadeó, estiró los brazos y se estiró en la cama, dejando escapar un suspiro cansado pero aliviado.
Se incorporó lentamente, sintiendo cómo la tensión de los días anteriores comenzaba a desvanecerse. A pesar de la luz reconfortante, la preocupación por el descubrimiento de su secreto y la presión constante de la vida en la banda aún pesaban sobre él. Sin embargo, el día de ayer había sido un pequeño paso hacia la normalidad, y el apoyo de Sébastien le daba esperanzas de que podría encontrar su equilibrio nuevamente.
Finalmente, se preparó para ir al estudio y continuar con los ensayos, aún temeroso por la actitud de sus amigos, especialmente la de Elizabeth. Llevaba puesta una remera de rayas rojas y negras, una camiseta blanca debajo, pantalones de jean negros, y como accesorios, un par de aretes en forma de estrella.
Luego de un par de minutos caminando, llegó al enorme estudio, cargado de emociones y pensamientos intrusivos. Al abrir aquella puerta de cristal, el ambiente no cambió en lo absoluto, hasta se podría decir que todo empeoró, al menos anímicamente.
Un silencio ensordecedor abundaba el lugar, el eco de sus borcegos negros resonaba en todas las esquinas. Prontamente caminó hasta la sala donde supuestamente estarían sus compañeros, cruzándose únicamente con la mirada de Elizabeth.
—Hola, Elizabeth… —saludó Oliver en voz baja, al cruzar la mirada con ella. Se notaba tenso, incómodo, como si quisiera esquivar lo inevitable.
Elizabeth levantó la vista lentamente, sin dejar de afinar el bajo que tenía en las manos. Su expresión era tranquila, pero sus ojos mostraban una mezcla de curiosidad y algo que Oliver no podía descifrar del todo.
—Hola, Oliver —respondió con suavidad, pero sin el entusiasmo de siempre. Tras una pausa, añadió—: ¿Cómo te sientes hoy?
—Eh… bien, supongo —dijo Oliver, mordiéndose el labio. La incomodidad era palpable, y tras unos segundos, no pudo evitarlo más—. ¿Tú… sabes lo que pasó, verdad?
Elizabeth dejó el bajo a un lado, cruzando los brazos mientras lo miraba detenidamente. No había juicio en su mirada, solo una calma casi introspectiva.
—Lo sé. Me lo contó Sébastien —admitió, en tono sereno. Dio un paso más cerca, pero mantuvo una distancia respetuosa—. Quería que lo supiera para entenderte mejor. No estaba seguro de cómo te lo tomarías.
Oliver se pasó la mano por el cabello, nervioso.
—Pensé que lo odiarías, que… pensarías que soy raro —admitió, su voz apenas era un susurro—. No quiero que me veas de manera diferente.
Elizabeth lo observó un momento, sin decir nada. Luego, sus labios esbozaron una pequeña sonrisa, cálida, aunque discreta.
—No te veo diferente, Oliver. Al menos, no en el mal sentido. Todos tenemos algo que nos hace únicos, y tú… —hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Tú siempre has sido especial. Que tengas ese espacio, esa parte de ti, no cambia lo que eres para mí.
Oliver la miró, sorprendido, sintiendo un nudo en la garganta.
—¿De verdad? —preguntó con voz quebrada, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas—. ¿No te parece raro?
—Raro no es la palabra que usaría —respondió Elizabeth, volviendo a sentarse, como si la conversación fuera lo más natural del mundo—. Es tu forma de lidiar con las cosas, creo que todos tenemos mecanismos para enfrentar el mundo. No sé si lo entiendo del todo, pero… no creo que necesite hacerlo para aceptarte.
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Bebé Abordo
DobrodružnéOliver es el carismático vocalista de Nunca Fuimos a París, una de las bandas más populares de su país. A pesar de los éxitos y la fama, la presión constante de las giras, entrevistas y ensayos comienza a desgastarlo emocionalmente. Detrás de su ima...