El Olimpo retumbaba mientras los primeros enfrentamientos comenzaban a tomar forma. Las arenas elegidas para los combates eran tan variadas y complejas como los propios dioses. Mientras el aire se llenaba de la tensión de los inminentes choques, el mundo de los mortales permanecía ajeno a lo que estaba en juego en los cielos. Los dioses antiguos y jóvenes se enfrentaban, no solo por el trono, sino también por su orgullo, por demostrar quién realmente merecía guiar a los inmortales.
Ares, como era de esperar, fue el primero en iniciar el combate en la categoría de los antiguos. Se encontró frente a frente con Hefesto, el dios del fuego y la forja. El campo de batalla era un paisaje infernal, lleno de cráteres de lava hirviendo y montañas de roca volcánica que se alzaban amenazantes hacia el cielo. El choque de sus armas resonaba como si el mismísimo Olimpo estuviera tambaleándose bajo su furia.
Hefesto, cojeando pero imperturbable, lanzó un mazo de fuego directo al pecho de Ares, quien, con un rugido de batalla, lo desvió con su escudo. Ambos dioses se miraron durante unos segundos, evaluandose mutuamente, antes de lanzarse nuevamente al combate. Ares, confiado en su fuerza bruta, se abalanzó con violencia, pero Hefesto, siempre calculador, esquivó con precisión, usando su intelecto para superar la ira desenfrenada de su oponente. El fuego y las chispas llovían a su alrededor mientras los golpes reverberaban en la roca volcánica.
Pero el combate no duró mucho más. Con un movimiento rápido y preciso, Hefesto manipuló la misma lava que los rodeaba, creando una barrera que envolvió a Ares en una prisión ardiente. El dios de la guerra, sorprendido, intentó liberarse, pero Hefesto lo inmovilizó por completo.
—Tu furia es tu mayor debilidad, Ares —dijo Hefesto, sin rastro de burla en su voz—. Aquí, en mi reino de fuego, yo soy quien manda.
Ares, inmovilizado, tuvo que rendirse. La primera victoria de los antiguos fue para Hefesto, quien se marchó del campo de batalla con un paso pesado pero victorioso.
En la otra categoría, la de los dioses jóvenes, los combates también comenzaban a encenderse. Hermes, el dios mensajero, fue emparejado contra Dionisio, el dios del vino y la locura. Su arena era un paisaje de exuberantes viñedos y bosques enredados, un terreno caótico y lleno de trampas naturales. A simple vista, Dionisio parecía despreocupado, con su copa de vino en la mano y una sonrisa de embriaguez en el rostro. Sin embargo, Hermes sabía mejor que subestimarlo. El dios del vino tenía un lado impredecible, peligroso cuando se dejaba llevar por su locura.
Hermes, veloz como siempre, comenzó a moverse a una velocidad casi imperceptible, esperando agotar a su oponente. Pero Dionisio, en lugar de perseguirlo, se dejó caer en una hamaca improvisada entre dos árboles y bebió otro trago de su copa.
—¿Por qué tanta prisa, Hermes? —preguntó Dionisio con una sonrisa perezosa—. Tenemos todo el tiempo del mundo. El truco para ganar este torneo no es correr más rápido, sino disfrutar del viaje.
Hermes frunció el ceño, deteniéndose un momento. Fue un error. En un abrir y cerrar de ojos, el viñedo a su alrededor comenzó a transformarse, las vides se extendieron como serpientes, entrelazándose y formando una prisión viva que intentaba atraparlo. Dionisio, con una risa burlona, controlaba las plantas como si fueran una extensión de sí mismo.
Hermes, sorprendido por el repentino cambio de estrategia, usó su velocidad para escapar de las vides, pero cada vez que lo hacía, más plantas surgían para reemplazarlas. No podía permitir que Dionisio lo rodeara por completo. Con un rápido movimiento, se elevó en el aire, utilizando sus sandalias aladas para salir del alcance de las plantas. Desde el cielo, lanzó una ráfaga de pequeños pero poderosos rayos dirigidos a Dionisio.
El dios del vino apenas tuvo tiempo de esquivar el ataque, tropezando y cayendo de su hamaca. La lucha se volvió más intensa, con Hermes atacando desde el aire y Dionisio respondiendo con una mezcla de ilusiones y manipulación de la naturaleza. Sin embargo, la velocidad de Hermes finalmente resultó ser demasiado para Dionisio, quien, después de varios intentos fallidos de atraparlo, fue derribado por un ataque certero.
—Lo siento, amigo —dijo Hermes, aterrizando frente a su oponente caído—, pero en este juego, la velocidad es lo que cuenta.
Con Dionisio derrotado, Hermes avanzó en la categoría de los dioses jóvenes.
Mientras tanto, en la arena de los dioses antiguos, otro combate de gran relevancia estaba a punto de comenzar. Atenea, la diosa de la sabiduría, se enfrentaría a Poseidón, el dios de los mares. La arena en la que se encontraban era un vasto océano, con pequeñas islas dispersas, cada una con ruinas antiguas y secretos ocultos.
Poseidón, con su tridente en mano, sonrió de forma arrogante mientras hacía surgir grandes olas a su alrededor, envolviendo a Atenea en una tormenta de agua y relámpagos. Sin embargo, Atenea, siempre calculadora, no se dejó intimidar. Sabía que la fuerza bruta de Poseidón era inmensa, pero también que su astucia podría igualarlo.
Usando su inteligencia estratégica, Atenea se refugió en una de las islas, estudiando los patrones de las olas y buscando una manera de neutralizar la ventaja de Poseidón. Mientras él lanzaba ataques masivos, ella ideaba un plan. Con precisión, Atenea comenzó a utilizar las ruinas antiguas de la isla, invocando su sabiduría arcana para crear barreras mágicas que repelían el agua. Mientras Poseidón intentaba derribarlas, ella desató una serie de trampas que había preparado en secreto.
Finalmente, tras un combate mental tanto como físico, Atenea encontró la oportunidad perfecta. Cuando Poseidón lanzó un ataque final, Atenea canalizó toda la energía de las ruinas hacia él, creando una explosión de poder que lo desarmó momentáneamente. Aprovechando la confusión, Atenea lanzó un golpe decisivo, sellando su victoria.
Poseidón, sorprendido por la astucia de su oponente, no pudo hacer más que reconocer su derrota. Atenea, sin arrogancia, lo ayudó a ponerse de pie.
—La fuerza es importante, Poseidón, pero la sabiduría siempre prevalecerá.
Con esto, Atenea avanzó en la categoría de los dioses antiguos, dejando claro que el torneo no sería solo una prueba de poder, sino de inteligencia y estrategia.
Mientras tanto, los dioses jóvenes seguían luchando ferozmente en sus propios enfrentamientos. Apolo, el dios del sol, enfrentaba a Artemisa, su hermana gemela y diosa de la caza, en una lucha de precisión y destreza. Ambos eran habilidosos y letales con sus arcos, pero sabían que solo uno podría avanzar.
El torneo estaba lejos de decidirse, pero algo era claro: los mejores de cada categoría estaban emergiendo, y pronto, el Olimpo sería testigo de un enfrentamiento final que cambiaría para siempre el destino de los dioses.
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El torneo entre los Dioses del Olimpo
AcciónMi historia trata de un torneo que se realizó entre los Dioses del Olimpo , el torneo se realizó para decidir quien iba a ser el nuevo líder y gobernante del Olimpo ya que el Dios Zeus se iba a retirar después de tantos milenios de ser el único gob...