Cuarto

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Decir que llegada a Hermosillo fue miel sobre hojuelas, sería negar la realidad de los hechos.

En cuanto aterrizó, pudo sentir como a su cuerpo le costó bastante acostumbrarse al clima Sonorense. Claro que Hassan había sentido calor anteriormente en su vida, pero nunca uno tan… seco.

Dejando de lado el cambio al que se sometió su cuerpo, en cuanto aterrizó, pudo divisar a su amigo acompañado de una mujer (notablemente mayor que su amigo), dos muchachos y una chica.

Temeroso (y quizás retractándose de la decisión de llevar tanta ropa en su maleta, y llevarse en su maleta de mano todos sus productos para el cuidado de la piel) Hassan avanzaba a paso lento pero seguro, dedicándoles una sonrisa nerviosa a la familia. Su amigo apresuró el paso para ayudarle con sus maletas.

—A ver, presta— Le dijo Natanael a Hassan con toda la confianza que se tenían, mientras tomaba las maletas del muchacho. Para su sorpresa, significó todo un reto para el Alfa poder transportar la maleta. —No mames Emi, ¿traes rocas o qué?— Cuestionó, mientras jalaba hacia sí la maleta.

Hassan no lo pudo evitar, comenzó a reír a carcajadas de la escena que su amigo le regalaba. —Si quieres yo la llevo, wey— Se acercó para tratar de tomar la maleta de nuevo, sin embargo, Natanael la jaló bruscamente para impedírselo.

—No wey, tu ahí deja— Le respondió Natanael orgulloso, pues él fue a donde su amigo con toda la intención de ayudarlo, y si le regresa el equipaje va a quedar como un pendejo. —¡Alejandro! ¡No te quedes mirando, ven a ayudarme!— Nata le llamó al mayor de sus dos hermanos, otro Alfa, para que, entre los dos, puedan transportar la maleta del omega.

Con pasos lentos e inseguros, el Omega permitió que su amigo y su hermano se encargaran de su maleta, mientras se acercaba a donde la familia de su amigo. Solo conocía a la mamá de Nata, quien era una Omega como él, y la adoraba bastante.

Muy a pesar de la actitud tímida y vacilante del adolescente, la mujer Omega abrió ampliamente sus brazos para estrecharlo entre ellos. —¡Qué bueno que si viniste hijo!— Exclamó alegre y amistosa la mujer Omega, mientras estrechaba el delgado cuerpo entre sus brazos.

Hassan, con pena, correspondió el cariñoso tacto de la mujer. No la había tratado mucho el tiempo que Nata vivió en Guadalajara, pero sí era exactamente como la recordaba: una mujer amorosa y bastante extrovertida.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Ya bastantes años, verdad?— Sin dar tiempo a respuesta, la mujer separó al Omega del abrazo y le tomó los cachetes. —¡Mirate pero qué chulo estas! ¡Ya sabía yo que ibas a ser un Omega muy hermoso!— Aseguró sonriente, mirando con ternura y nostalgia al joven Omega frente a ella, pues ya no era ese niño que se hizo amigo de su hijo, ya era todo un joven adulto.

A pesar de que la acción de dejar que otra gente le toque la cara iba severamente en contra de su rutina de cuidados de la piel, no podía evitar sentirse halagado por los comentarios de la madre de su amigo y ese sentimiento tan grato dejaba completamente en segundo plano todas las estrictas reglas que se ponía a la hora de cuidar su imagen personal.

—¡Uy no! Si yo fuera tu madre, con lo chulo que estás, no te dejaría salir ni a la esquina solo, pero que bueno que tus papis hayan confiado en ti— Mencionó como si no fuera nada, de una manera tan honesta (quizás imprudente) como solo las madres mexicanas saben ser.

Esas palabras, tan bienintencionadas como fueran, hirieron al pobre Omega, quien no había hablado de los problemas con su familia abiertamente, pues esa herida seguía fresca.
Hassan se quedó callado para evitar provocar incomodidad, nomás atinó a sonreír sin los dientes y asentir.

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⏰ Última actualización: Sep 19 ⏰

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