2 Los Ojos De Papá.

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Cuando Alison nació, su madre estaba en la cúspide de su carrera como corredora de propiedades. Gozaba de sus mejores años y era la mujer más conocida en su profesión, lo que la enorgullecía, porque su actividad era prácticamente gobernada por hombres. Fueron años de esfuerzo y trabajo para llegar al lugar en donde estaba.

Al enterarse de su embarazo, el mundo se le vino abajo. Creía que todo lo que había construido con lágrimas y esfuerzo se derrumbaría en menos de nueve meses. Nadie querría aguantar a una mujer hormonal. Eso era algo que le repetían sus compañeros de trabajo y eso mismo provocó en ella querer desistir de la idea de ser madre. Por la misma razón, al menos hasta los siete meses de gestación, continuó yendo a su oficina, a pesar de los consejos de su jefatura. Le era imposible descansar, ya que un día de ausencia era perderlo todo y darles la ventaja a sus compañeros.

Durante el embarazo, Elizabeth evitaba tocar su abultado vientre, pues le provocaba rechazo. No dejaba de preguntarse: ¿Cómo es posible? ¿Cómo a alguien tan responsable y calculadora podría haberle ocurrido eso? Claramente para ella estar embarazada significaba más problemas que felicidad. Por otro lado, y totalmente contrario a lo que ella pensaba, Raúl, su marido, se sentía encantado con la situación. Cuando llegó el momento de contarle la noticia, Elizabeth no preparó ninguna sorpresa ni evento especial. Agendó una cita al médico para confirmar sus sospechas y luego de eso se dirigió al trabajo de su esposo para contarle. Él estaba feliz con la noticia, no podía más de la alegría. Desde ese día, después del trabajo y junto a algún amigo que hubiera sido papá, se encaminaba a las tiendas departamentales de la ciudad a buscar cosas de bebés y productos de belleza para su esposa, con quien, a pesar de intentar tener una buena relación, todo iba empeorando.

A pesar de que ambos sabían que era niña, Elizabeth no había demostrado sentir entusiasmo. Raúl sabía que ella solo quería volver a su trabajo y que prácticamente se olvidaría de la niña en cuanto naciera. Por las noches, cuando por fin las discusiones ya no estaban presentes en la casa, Raúl pensaba en cómo sería su vida cuando naciera su pequeña y se cuestionaba a cada momento su relación, y cómo Alison interferiría en ella. Tenía claro que las cosas con su esposa empeorarían. No obstante, el día en que su hija nació, supo que su vida ya no le pertenecía. Raúl olvidó todo lo malo y sintió que comenzaba desde cero. La tomó entre sus brazos y besó su frente, bendiciendo y agradeciendo su nacimiento.

Alison tenía los cabellos dorados, al igual que su madre, y los ojos cafés, como los de él. Su esposa, al ver a la pequeña criatura, volvió a sonreír, aunque no sabía si era por la felicidad de recuperar parte de su vida normal o porque Alison había nacido saludable. Aun así, al mirarla sintió cómo toda aquella carga que llevaba por tantos meses sobre sus hombros se desvanecía.Llegó el momento de volver a casa. Raúl de antemano sabía la conversación que tendría con su esposa, así que una vez que dejó a la niña de sus ojos acostada en la cuna, se encaminó al escritorio de su mujer, quien, a pesar de las recomendaciones de los doctores sobre descansar, ya se encontraba trabajando nuevamente.

—¿Deberíamos hablar, Elizabeth? —le preguntó y ella con una señal le invitó a tomar asiento. Recuperando su nuevo semblante, la mujer se quitó los anteojos para mirar a su esposo,

cruzando antes las manos sobre el escritorio. —Debes imaginarte lo que pasará desde hoy, Raúl —le dijo.

—Me imagino que querrás volver a trabajar. ¿No puedes esperar? Solo son seis semanas o al menos hasta que Alison crezca un poco. Ella te necesita, Eli — repuso, preocupado. A pesar del tiempo, no entendía la despreocupación de la madre hacia su propia hija.

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