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Me quedo tumbada en el suelo. Las piernas recogidas, abrazándome las rodillas.
Inspiro. Espiro.
Los latidos me retumban en los oídos, el dolor de estómago se ha convertido en náuseas y he dejado de temblar.

Una claridad gris otoñal se cuela en la habitación. Oigo el sonido de la lluvia, sigue cayendo a raudales.

Siempre me he imaginado que soy yo quien la encuentra. No que es ella la que me viene a buscar. Quizá se haya visto empujada por la curiosidad, para ver quién soy. Quizá sea para acusarme, para que no me olvide nunca. Quizá para vengarse.

Sigo tumbada en el suelo, abrazándome las rodillas.
Inspiro. Espiro.

Era un día normal y corriente, ella tenía hora antes de comer. Nos hemos dado la mano y nos hemos presentado. Se ha hecho llamar Isabel. Le he cogido el abrigo mojado de lluvia.

Tal como suelo hacer en la primera cita con un cliente, le he pedido que me explicara porque está buscando ayuda. Necesitaba ayuda para transitar tu tristeza. Ha dicho que se sentía perdida e insegura de si misma, que le costaba mucho manejarse en contextos sociales.
Todo muy bien ensayando.
¿Por que?
Podría haber dicho las cosas tal cual son. No tenía que esconder la causa real que la ha traído hasta aquí.

El resto de la conversación se ha fundido en una niebla espesa. Parecía escuchar atentamente pero estaba tensa, en alerta.

Primero me ha venido la náusea, luego el vahido y la presión en el pecho, que me ha dificultado la respiración. He reconocido los síntomas. Me he disculpado, he salido de la consulta y me he metido en el baño del pasillo. El sudor frío me caía por la espalda y detrás de los ojos sentía una palpitación que me lanzaba rayos de luz. Se me ha encogido el estómago y me he puesto de rodillas delante del vater en un intento de vomitar.

Me he sentado en el suelo, me he reclinado en los azulejos y he cerrado los ojos.
<< Deja de pensar en lo que hiciste >>
<< Deja de pensar >>
<< Déjalo >>

Pasados unos minutos he vuelto, le he dicho que era bienvenida a la terapia de grupo del próximo miércoles a la una. Isabel se ha puesto la chaqueta.

Ella se ha dado cuenta.
Ha observado mi titubeo.
A lo mejor era justo eso lo que quería despertar en mi. Hacerme sentir insegura.

He soñado con este día. Como me sentiría, lo que haría. No iba a ser como ha sido. Y duele más de lo que me habría podido imaginar. Sigo tumbada en el suelo. Las piernas recogidas, abrazándome las rodillas.
Inspiro. Espiro.
Ha vuelto.

Acabo de pasarle una hora con todo el cuerpo en tensión. Creía que iba a explotar de tanto contener las emociones.

La pena. La rabia. El odio. Intentar esconderlo todo. Sonreír y ser amable a la fuerza. Fingir ser alguien que no soy.

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