El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado. Sara se despertó con un nudo en el estómago, una sensación que se había vuelto demasiado familiar. Cada mañana, el miedo y la ansiedad la envolvían como una manta pesada, dificultando incluso el acto de levantarse de la cama. Sabía que otro día en el preescolar significaba enfrentarse a Tom, el niño de rastas que parecía disfrutar haciéndole la vida imposible.
Sara se vistió lentamente, sus manos temblorosas luchando con los botones de su uniforme. Su madre la llamó desde la cocina, su voz estaba llena de una calidez que Sara deseaba poder sentir. Desayunó en silencio, apenas probando la comida, mientras su mente se llenaba de pensamientos oscuros y preocupaciones. ¿Qué haría Tom hoy? ¿Qué nuevas formas de humillación había planeado?
El camino al preescolar, que solía ser un paseo alegre, ahora se sentía como una marcha hacia el patíbulo. Cada paso resonaba en su mente, un eco de su creciente temor. Al llegar, vio a Tom de inmediato. Estaba rodeado de un grupo de niños, todos riendo y hablando en voz alta. Su presencia dominaba el patio de recreo, y Sara sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Intentó pasar desapercibida, pero Tom la vio. Sus ojos se iluminaron con una chispa maliciosa, y se acercó a ella con una sonrisa que no prometía nada bueno.
—¡Mira quién llegó! —dijo Tom, su voz llena de burla—. ¿Lista para otro día de diversión, Ratona?
Sara no respondió. Bajó la cabeza y trató de caminar más rápido, pero Tom la alcanzó fácilmente. Le dio un empujón, y Sara tropezó, cayendo al suelo. Las risas de los otros niños resonaron a su alrededor, cada carcajada un golpe a su autoestima.
—¿Por qué no dices nada? —insistió Tom, inclinándose sobre ella—. ¿Eres muda o solo tonta?
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Sara, pero se negó a dejarlas caer. No quería darle a Tom la satisfacción de verla llorar. Se levantó lentamente, sus rodillas raspadas y doloridas, y trató de alejarse. Pero Tom no había terminado.
—¡Oye, no te vayas! —gritó, agarrándola del brazo—. Aún no hemos terminado.
Sara sintió el pánico apoderarse de ella. Quería gritar, pedir ayuda, pero las palabras se atoraron en su garganta. Nadie parecía dispuesto a intervenir. Los otros niños solo miraban, algunos con curiosidad, otros con indiferencia. Los maestros estaban demasiado ocupados para notar lo que estaba pasando.
Tom la empujó de nuevo, esta vez más fuerte, y Sara cayó de bruces. El dolor en sus manos y rodillas era agudo, pero el dolor en su corazón era aún peor. Se sentía impotente, atrapada en un ciclo de abuso del que no sabía cómo escapar.
—¡Ya déjame en paz!—gritó Sara finalmente, su voz quebrada por la desesperación.
Tom solo rió, una risa cruel y despectiva que resonó en los oídos de Sara como un eco interminable.
—¿Y qué vas a hacerme? —se burló Tom, acercándose aún más—. ¿Morderme con esos dientotes, Ratona?
El apodo hirió a Sara profundamente. Tom solía llamarla “Ratona” por el tamaño de sus dientes, algo que había comenzado a disgustarle de sí misma. Cada vez que lo decía, Sara sentía que una parte de su confianza se desmoronaba.
Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente brotaron, y Sara se sintió más vulnerable que nunca.
Recordaba cada detalle de su tormento, tenía en manos una fotografía de hace 12 años, cada vez que veía una fotografía suya de ese entonces le daba asco y coraje. Estaba empacando lo último de su maleta, preparándose para el viaje a Berlín.
Berlín estaba muy lejos de casa, y la idea de estar sola en una ciudad desconocida era tanto aterradora como liberadora. Sara estaba terminando de cerrar su maleta cuando escuchó un suave golpe en la puerta de su habitación. Levantó la vista y vio a su madre asomarse, con una mezcla de tristeza y orgullo en sus ojos.
—Sara, el taxi ya llegó. Es hora de ir al aeropuerto —dijo su madre con una voz suave pero firme.
Sara asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que este momento llegaría, pero no estaba preparada para la oleada de emociones que la invadió. Se levantó de la cama y caminó hacia su madre, quien la recibió con un abrazo cálido y reconfortante
—Estoy tan orgullosa de ti, mi amor —susurró su madre, acariciando suavemente su cabello—. Sé que vas a hacer cosas increíbles en Berlín.
Sara se aferró a su madre por un momento más, dejando que el calor y el amor de ese abrazo la llenarán de fuerza. Finalmente, se separó y tomó su maleta, lista para enfrentar el siguiente capítulo de su vida.
—Vamos, no quiero hacer esperar al taxista —dijo Sara con una sonrisa, tratando de aliviar la tensión del momento.
El taxi estaba esperando en la entrada, y el conductor ayudó a Sara a cargar su maleta en el maletero. Su padre ya estaba sentado en el asiento delantero, y Sara se deslizó en el asiento trasero junto a su madre
Al llegar al aeropuerto, Sara sintió una mezcla de emociones. La emoción de comenzar una nueva etapa en Berlín se mezclaba con la tristeza de despedirse de sus padres. Mientras recogían las maletas del taxi, su padre se acercó a ella con una sonrisa cálida y un sobre en la mano.
—Sara, quiero darte esto —dijo, extendiéndole el sobre—. Toda adulta debe tener su propia tarjeta de crédito.
Sara abrió el sobre y encontró una tarjeta de crédito nueva, con su nombre
—¡Papá!—
Su padre la abrazó de vuelta y luego se apartó un poco para mirarla a los ojos.
—Pero hay una condición —dijo con seriedad—. Tendrás que buscar un trabajo para poder pagarla. Quiero que aprendas a manejar tus propios gastos y a ser responsable con tu dinero.
Mientras se acercaban a la puerta de embarque, la madre de Sara la tomó de la mano, deteniéndola por un momento. Sus ojos estaban llenos de preocupación y amor, y su voz era suave pero firme.
—Sara, quiero que me prometas algo —dijo su madre, mirándola directamente a los ojos—. Si en algún momento la idea de estar en esa universidad, en esa ciudad, se vuelve demasiado pesado para ti, por favor, házmelo saber. No quiero que te sientas obligada a quedarte si no estás feliz.
Sara sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de su madre. Sabía cuánto significaba para ella este viaje y esta oportunidad, pero también sabía que su madre solo quería lo mejor para ella.
—Mamá, todo será increíble...
Su madre asintió, con una mezcla de orgullo y preocupación en su rostro.
—Lo sé, mi amor. Y estoy muy orgullosa de ti, te vamos a extrañar mucho cariño
Sara abrazó a su madre con fuerza, sintiendo el calor y el amor que emanaban de ella
Con una última mirada de despedida, Sara se dirigió hacia la puerta de embarque, sintiendo una mezcla de nerviosismo y determinación. Sabía que estaba a punto de embarcarse en una aventura que cambiaría su vida.
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𝗘𝗱𝗴𝗲 𝗢𝗳 𝗗𝗲𝘀𝗶𝗿𝗲; Tom Kaulitz
Fanfiction𝗘𝗗𝗚𝗘 𝗢𝗙 𝗗𝗘𝗦𝗜𝗥𝗘| Sus discusiones son legendarias, sin embargo, detrás de cada enfrentamiento, hay una chispa innegable. Miradas y roces accidentales revelan una atracción peligrosa que podría complicar aún más su relación. ─Deberias tener...