Viviendo la realidad

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El sonido agudo de la alarma me taladró los tímpanos. Abrí los ojos pesadamente. La tenue luz del exterior entraba por la delgada tela de las cortinas blancas. Fue cuando me di cuenta. Olvidé desamarrar la tela gruesa para evitar que pudieran verme desde afuera. Genial. Seguro que algún pervertido me miró desde la calle. Mi único consuelo era que el anciano de la casa de enfrente no iba a tener las intenciones de quedarse despierto hasta tarde para contemplarme mientras tiraba baba en la almohada.

Deslicé la mano con movimientos torpes y pesados debajo de las cobijas. El teléfono móvil no había dejado de sonar con esa horrible y desesperante canción que elegí la noche anterior. En realidad, no importaba la que eligiera, pues siempre era lo mismo. Terminaba por escucharla entre sueños en ese momento en el que las imágenes de tus sueños y la realidad se mezclaban para dejarte confundido. Siempre que ocurría abría los ojos y no sabía si estaba dormida o despierta.

Miré la pantalla del teléfono móvil deslizando a una velocidad constante. Las últimas noticias en mis redes sociales subían frente a mis ojos. Las fotografías de mis compañeros de clase y todos los compartían un fragmento de su vida a los demás captaron mi atención. Era como abrir el periódico por la mañana. Todos compartían su punto de vista y cosas que les parecían interesantes. Cuando noté algunas notificaciones sin importancia, apagué la pantalla para ponerlo debajo de la almohada. Las imágenes de mi sueño acababan de aclararse. Estaba confundida. Las cosas siempre se veían borrosas, pero esa mañana el sueño estaba...

Cerré los ojos para recordarlo.

Ese hombre y su rostro eran claros en mi mente. Poseía un rostro amable y sus ojos parecían estudiarme a profundidad como si fuera alguien real...

No. Era imposible. No podía serlo.

Los pasos afuera de la habitación me sacaron de mi ensoñación.

—Niña, el desayuno está listo —anunció mi madre dando golpecitos en la puerta. Pude escucharla alejarse para despertar a mis hermanos. Sus pasos ligeros hicieron un tenue eco.

Lancé un suspiro y luego de tallarme los ojos me puse de pie. Era el momento para comenzar con otro día. Uno que seguramente no iba a tener nada diferente de los demás. Tendría las mismas clases con los maestros que ya conocía y nos dejarían tarea que iba a hacer de inmediato para no tener pendientes. Fui directa al baño para no demorarme. El chorro de agua me hizo volver de mis predicciones del día. Me limité a quedarme debajo de la regadera. Miré absorta la botella de champú y la barra de jabón rosado que estaban en el soporte de plástico.

—Tic, tac —entonó mi madre desde el otro lado de la puerta. La imaginé sonriendo y ladeando la cabeza mientras los mechones de su cabello ondulado se movían de un lado a otro.

Elía siempre fue una mujer bella con la piel perfecta apiñonada. Era delgada. Sus cabellos cortos se movían rítmicamente cuando caminaba. A veces rozaban sus hombros y sonreía por el cosquilleo. Tenía esa impecable sonrisa que mostraba a la mínima provocación y, al mismo tiempo, sus ojos marrones brillaban resaltando en su rostro. Cuando su sonrisa se intensificaba aparecía un hoyuelo en su mejilla derecha. Me recordaba siendo una niña: Elía me abrazaba y yo ponía mi dedo índice en el hoyuelo de su mejilla. Yo siempre tuve parecido con mi madre. Mismo tono de piel e incluso un hoyuelo, pero en la mejilla izquierda.

«—Tenemos la misma sonrisa. La partió el universo para estar unidas por la eternidad —decía Elía cada vez que veía mi hoyuelo».

Sinceramente, siempre me pareció una tontera, pero no era algo que iba a decir. Elía juntaba ambas manos en su pecho al decir tal cosa y miraba hacia arriba con ojitos soñadores como evitando soltar a llorar. Era todo un caso. Los gritos histéricos de mis hermanos pequeños me arrebataron de mis pensamientos.

Audrey Saga de los Dream GamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora