Epílogo

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Seis años y diez meses.

Ese es el tiempo que ha pasado desde que un tal Serizawa Katsuya entró en la vida de Reigen.

Desde que Reigen ha ganado un compañero de su misma edad en la oficina, y eventualmente un amigo. Desde que Reigen empezó a deslizarse por una pendiente impredecible y estimulante, de la que se ha estrellado hasta el fondo.

Se echa hacia atrás en su silla, con la mirada posada en algún lugar entre él y la pared del fondo, y se permite rememorar.

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Es el primer día de vuelta al trabajo de Reigen.

Aún no se lo han dicho a Tome. Está deseando colarse en uno o dos trabajos lo antes posible, pues está claro que echa de menos la emoción de ver a Serizawa en acción mientras Reigen grita instrucciones innecesarias desde la barrera. Pronto se lo harán saber, pero primero quieren unos días menos agitados para asentarse en la rutina.

Reigen agradece aún más su regreso cuando se encuentra todo el día preocupado por nada. No había previsto lo abrumador que sería estar de nuevo en la oficina sabiendo que ése es ahora su futuro indefinido.

Serizawa dejándole el té en su mesa, Reigen dándole las gracias con un prolongado toque en el dorso de la mano; los dos deslizándose tan rápida y sincronizadamente en sus papeles cuando entra un cliente; la facilidad con la que trabajan.

Ya trabajaban juntos sin problemas antes, pero ahora es algo totalmente suyo, de una forma difícil de comprender. El pensamiento colorea su rostro cada vez que se atreve a tocarlo.

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Aunque será difícil llegar a ser bueno en eso de ser abierto, como pronto aprende Reigen.

Al final de la primera semana, Reigen descubre que ha estado disimulando su fatiga. Al final de la segunda semana, acaba de empezar a sincerarse cuando se da cuenta de que está deseando que llegue el lunes para volver a ponerse el traje, volver al trabajo y alejarse de las conversaciones delicadas una vez más. Al final de la tercera semana tiene que sentarse y admitir que puede que tenga un pequeño problema.

No ha pasado ni un mes y ya está fallando en lo más básico.

No puede permitirlo. No puede permitirse arruinar esto, no puede apartar a Serizawa cuando apenas están poniendo un pie en su relación.

Ya ha empezado la terapia -ha asistido a varias sesiones-, pero se las ha apañado para salir airoso de todas y cada una de ellas, lo cual, como sabe desde hace tiempo, es su principal mecanismo de defensa. Una parte amarga de él se hincha ante eso, enfadado por la idea de que tiene que cambiar y tiene que trabajar para ello, y deliberadamente se queda atrás y espera a que pase la ola.

No va a volver a hacerlo; no va a dejar que su disposición cautelosa vuelva a abrir una brecha entre ellos.

Desencajonará sus sentimientos, lenta y metódicamente, y los arrojará al suelo donde pueda verlos en su totalidad, diseccionarlos por lo que son. Y se liberará de sus roles autoimpuestos, de la idea de que tiene que ser algo, en lugar de simplemente ser. Se dejará llevar, se permitirá admitir que no tiene sus cosas ni remotamente claras, y se permitirá ser honesto al respecto.

Reigen puede hacer eso por Serizawa, por sí mismo, por los dos; puede dejar de fingir.

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Pasan tres meses. Tres meses de adaptación, de aprender a ser él mismo, de aprender a estar con Serizawa. De deconstruir lenta y meticulosamente sus muros, por muy lento y a menudo desmoralizador que sea el proceso.

El Yo Insignificante - SerireiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora