Bajo la luna

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Caminaba entre las sombras que los voluminosos árboles proyectaban bajo la tenue luz de la luna. Su cabello castaño se movía majestuoso con la brisa nocturna, mientras sus ojos atentos seguían los movimientos de la fauna a su alrededor. Desde hacía tres años, se había interesado en la flora venenosa y sus efectos en los ecosistemas. Su fascinación por las plantas más letales del mundo natural la había llevado a este bosque remoto, donde se rumoreaba que crecía una especie de flor desconocida, tan hermosa como peligrosa, capaz de alterar el comportamiento de los animales que la rodeaban.

Se trataba de la flor Amónae, una planta envuelta en mitos y leyendas. Su nombre derivaba de un antiguo dios asociado con la muerte y la belleza, pues, al igual que la flor, ambos poseían una atracción fatal. Florecía solo bajo la luna llena, sus pétalos de un azul profundo exhalaban un aroma embriagador, capaz de cautivar y confundir a quienes se acercaban demasiado, convirtiéndose en una trampa mortal para cualquier criatura que osara tocarla.

El tiempo transcurría y, tras un largo recorrido, Lydia llegó a un río de aguas cristalinas. Decidió sentarse en el césped y asomarse para ver su reflejo, mientras sus cabellos caían suavemente a ambos lados de su rostro. Había convertido en hábito salir cada noche de luna llena en busca de su gran tesoro, y a pesar de la cantidad de intentos fallidos, no pensaba rendirse. Creía con todas sus fuerzas que era capaz de encontrarlo.

Después de unos minutos, decidió reemprender el camino. Se levantó y, cuando estaba a punto de continuar, divisó una gran silueta. Parecía un animal, tal vez un perro aunque demasiado grande, que se movía entre los árboles. Su corazón comenzó a latir descontroladamente y se quedó inmóvil, sin saber qué hacer, nunca había vivido algo parecido. Un gruñido rompió el silencio, y las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas. No quería morir. Poco a poco, aquella criatura avanzó hacia ella, dejando al descubierto su cabeza al salir de las sombras. Era un gran lobo de pelaje negro, mostrando los colmillos. La joven estaba completamente aterrorizada. 

No estaba segura de cuántos segundos había pasado mirando los ojos de aquella criatura. Cada parte de su ser esperaba que saltara sobre ella y le arrancara la cabeza. Sin embargo, eso nunca sucedió. De repente, el animal retrocedió lentamente, se dio la vuelta y se perdió en el bosque. Con el corazón desbocado, latiendo con tal fuerza que parecía romper su pecho, permaneció inmóvil, con la mirada fija en el lugar por donde el lobo había desaparecido.

De regreso en casa, se sentó en el sofá, completamente muda, incapaz de comprender cómo seguía viva. Finalmente, decidió dejar el asunto atrás, estaba a salvo y, después de todo, mañana tenía que trabajar.

Aunque intentaba convencerse de que todo había terminado, Lydia no podía dejar de pensar en el lobo. Había algo extraño en su mirada, algo que no entendía pero que no podía ignorar. Sabía que esa noche no había sido un encuentro cualquiera.

Sin querer profundizar más en sus pensamientos, se levantó del sofá, suspirando. Lo que no sabía en ese momento, es que aquella sería la primera de muchas noches en las que su vida cambiaría para siempre.

Pétɑlos LetɑlesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora