III.

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III.

Me siento en la cama de golpe, el sudor se ha apoderado de mí y tenerlo en la frente, la espalda o las manos no es agradable en absoluto. Es bastante incómodo. Llevo cuatro noches seguidas teniendo el mismo sueño, sinceramente he intentado cansarme físicamente haciendo ejercicio e incluso intenté rezarle a Dios para descansar tranquilo; sin embargo, no he visto resultado alguno hasta ahora.

Tiro de la manta que me cubre para arrimarla a un lado, me pongo las pantuflas y camino hasta el otro extremo de la habitación. Busco entre los cajones una toalla, menos mal no me ha costado mucho hallarla; la tomo en manos y me aproximo al baño con toda la intención de darme una ducha. No sin antes darle una rápida ojeada al cielo teñido de un suave celeste grisáceo que a duras penas ilumina el interior —debo admitir que adoro cuando el cielo presenta ese color—, y al reloj que marca las 5:46 a.m.

¿Quién diablos se baña a esta hora? Yo. Lamentablemente, tendré que adaptarme a hacerlo, solo si continúa atormentándome la misma pesadilla.

Después de desvestirme, preparar la bañera, me sumerjo en el agua tibia. Mis músculos se destensan, aun así mi mente me juega en contra cuando una extraña sensación de añoranza hace que me remueva con molestia. Comienzo a recordar un par de lindos momentos que compartí con Mingyu, sin permiso algunas lágrimas resbalan por mis mejillas.

¿Cuándo podré superarlo?

Tras tomar una gran bocanada de aire, hundo por completo mi cuerpo bajo el agua. El silencio dentro es ameno, es como si todo el sosiego existente estuviese aglomerado ahí. Hago burbujas hasta exterminar el aire almacenado, es cuando asomo mi cabeza de vuelta, sintiendo más calma.

Termino de ducharme y visto una polera verde, un pantalón vaquero oscuro y un par de zapatillas del mismo color. Continúo pasándome la toalla por el cabello hasta que la humedad quede impregnada en esta y por fin se seque, mientras examino mi rostro en el espejo que está encima del tocador. Mis ojeras persisten pigmentadas en un negruzco, parecen dos pozos sin fondo del cual jamás se podrá salir, y las pecas en mis mejillas fácilmente pueden ser arena dispersa alrededor.

Suspiro, aventando la toalla sobre la silla que tengo al lado. Abandono mi habitación, bajo las escaleras rápidamente, sin hacer mucho ruido para evitar llamar la atención de mi madre. Quiero no ser obligado a desayunar, así que salgo de casa sin un rumbo en específico.

Los árboles me ofrecen sus más cordiales buenos días, junto al cantar de unos pájaros, una carretera carente de viandantes o coches trasladándose. El presentimiento de que será un buen día no me lo arrebata nadie, aunque no hay emoción que yo pueda reflejar en respuesta.

¿Y ahora a dónde se supone que iría? Aparentemente, las calles lucen serenas y la única compañía que tengo es la de la camioneta del abuelo.

Solo opto por caminar, tomando la ruta derecha para alejarme lo más posible de la casa. Por suerte, mi foco mental se enciende.

Hiro está despierto desde las cinco, tiene la costumbre de levantarse temprano para ayudar a su padre con la riega de plantas o la cosecha. No estaría mal ir de visita.

Agilizo el paso para llegar en el menor tiempo posible. Corre por mis venas la suerte de un bienaventurado, porque la señora Ishikawa, progenitora de Hiro, justo pasa en su camioneta roja; agito la mano en saludo y ella sonríe mientras me observa directamente a los ojos.

—¡Hola, Jungkook, hijo! —formula en voz alta, mientras desacelera.

—¿Hiro está en casa?

—Sí, ¿vienes a la casa?

Asiento en respuesta y ella se estaciona de golpe.

—Sube. —Hace un ademán, sin borrar su sonrisa gentil.

—Muchas gracias. —Le digo, mientras abro la puerta del copiloto y me adentro.

Llegamos a la casa de los Ishikawa en diez minutos, lo que me hubiese costado más a pie. Pese a que intento ejercitarme, me canso con facilidad caminando largas distancias.

Bajamos de la camioneta, visualizo a Hiro sentado en el segundo escalón de la entrada de su hogar. Asombrado, él expande ambos ojos al notar mi presencia y no tarda en elevar sus comisuras en una sonrisa idéntica a la de su madre. Se levanta de inmediato y corre a saludarme con un estrechón de manos.

—Has venido justo a tiempo, acabé mis deberes a tiempo, así que anduve aburrido. ¿Vamos al centro?

—Me parece bien —acepto, acomodándome un par de mechas de cabello.

—Mamá, voy a ir con Jungkook al centro. —Le avisa a la mujer que ahora yace bajando algunos objetos de jardinería de la parte trasera de la camioneta.

—Está bien, vayan. —Accede, revisando algunas bolsas de semillas.

—Kook, espérame, iré a traer mi abrigo —Me avisa, desapareciendo de mi vista a toda velocidad.

Por simple casualidad, me detengo a ver una van negra que ostenta lujo. Esta viene en dirección contraria, con prisa, pasa por enfrente, sin más, siendo el único detalle que captura mi atención la "K" grabada en color plateado, en la esquina inferior de su puerta.

Humoresque © taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora