El inspector John Smith había estado sentado en esa oficina cientos de veces, pero esa noche algo en el ambiente se sentía diferente. La humedad densa parecía envolverlo, y una inquietante sensación de que el pasado siempre encuentra la forma de alcanzarte lo acosaba mientras encendía un cigarrillo. El humo flotaba en el aire, mientras su mente lo arrastraba hacia un nombre que intentaba enterrar desde hacía años: Terrience.
Ella no era alguien común. Nunca lo fue, ni cuando era apenas una adolescente ni ahora, que su nombre se había mencionado con respeto y miedo en el inframundo. John había tenido el desdichado honor de conocerla muy de cerca en el pasado. Recordó con nitidez la primera vez que la trajo a interrogatorio. Era joven, demasiado joven para la frialdad que mostraba, y desde ese primer encuentro supo que había algo profundamente perturbador en ella.
Los gemelos Willoughby. Beau y Peter habían sido asesinados brutalmente, ambos con disparos limpios en la frente. El escenario, un bosque cercano a una fiesta privada, había sido como salido de una pesadilla. Los dos jóvenes pertenecían a una familia prominente, y el caso había sacudido la ciudad. Se mencionaban drogas, deudas, y oscuros tratos. Y en el centro de todo, los ojos fríos y calculadores de Terrience Regnovil.
Desde el principio fue la única sospechosa. Se le había visto con los gemelos esa noche, saliendo del bosque sola. Pero ella no era una simple delincuente, y eso lo supo John en cuanto se sentó frente a ella en aquella sala de interrogatorios.
La luz blanca y dura de los fluorescentes iluminaba cada rasgo de su rostro juvenil. Tenía el cabello desordenado, recogido de forma despreocupada, y una expresión de aburrimiento, como si estar ahí fuera solo una molestia insignificante en su día.
Smith lanzó una carpeta sobre la mesa. El golpe resonó en la pequeña sala, pero Terrience no reaccionó. Continuó inspeccionando sus uñas, como si lo que pasara a su alrededor no mereciera su atención.
—Sabemos que estuviste en esa fiesta, Terrience —comenzó John, su tono áspero, lleno de una autoridad que había aprendido a imponer—. Varios testigos te vieron con Beau y Peter esa noche. No tiene sentido que sigas negando algo que ya sabemos.
Terrience no levantó la vista. Sus dedos continuaron moviéndose con lentitud, repasando cada imperfección en sus uñas como si las palabras del inspector fueran irrelevantes.
—No sé de qué hablas, inspector —dijo al fin, su tono suave, casi desinteresado. Sin embargo, bajo esa aparente indiferencia había una chispa. John reconoció de inmediato ese desafío.
—No juegues conmigo —replicó Smith, inclinándose hacia adelante—. Sabemos que los viste por última vez. Hay pruebas suficientes para hundirte. ¿De verdad quieres seguir fingiendo que no sabes nada?
Finalmente, Terrience levantó la mirada. Sus ojos eran oscuros, y en ellos no había ni rastro de miedo. Al contrario, había algo más profundo, algo que a John le costó identificar: calculadora, fría, y lo más preocupante, completamente en control.
—¿Pruebas? —repitió con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Muéstramelas. Me encantaría ver lo que crees que tienes.
Esa respuesta lo tomó desprevenido. ¿Qué clase de adolescente enfrentaba una acusación de doble homicidio con tal desdén? Había esperado nerviosismo, tal vez lágrimas, pero lo que tenía frente a él era algo completamente distinto.
—Dos disparos directos a la frente. Como una ejecución —dijo John, manteniendo su tono firme—. Y te vieron saliendo del bosque. ¿Por qué no admites lo que hiciste?
—Inspector, ¿en serio cree que me habría quedado si hubiera hecho algo así? —respondió Terrience, alzando una ceja, casi divertida—. Me fui porque la fiesta se volvió aburrida. No sabía lo que pasó con Beau y Bruce hasta que lo vi en las noticias.
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Tierra de nadie
Teen FictionEn la vida de Riley siempre ha estado seguro algo: no importa el camino, decisiones o que tanto quiera cambiar, su pasado regresa para arrastrarla al infierno, pero esta vez sin viaje de regreso. Ella solo quiere una cosa: no arrastrar a nadie más...