La respiración me sigue saliendo en jadeos cortos, irregulares, como si mi pecho se negara a hacer las cosas correctamente. Las manos todavía me tiemblan mientras agarro el volante del auto de Riley, mis dedos blancos de tanto apretar. Siento el peso de sus palabras, de sus órdenes, resonando en mi cabeza como un martilleo insistente: Llama a Landon. Escóndete en la universidad. Hazlo por mi hijo.
Todo lo que sé sobre ella —todo lo que creía saber— se está desmoronando. He visto a Riley en muchas situaciones, he sentido su presencia intensa, fuerte, a veces inquebrantable. Pero lo que pasó hace unos minutos... fue diferente. Violento. Frío. Un lado de ella que no había imaginado, y aún peor, un lado del que no sé si podré recuperarme.
El miedo sigue incrustado en mis huesos, pero la confusión es más fuerte. ¿Quién es ella realmente? ¿Cómo puede matar a alguien y no pestañear? Acelero, sin mirar atrás, haciendo caso a sus instrucciones, aunque mi mente está hecha un desastre. La universidad, la universidad... repito en mi mente. Solo tengo que llegar allí, esconderme, y entonces... ¿qué? ¿Cómo confío en un desconocido llamado Landon, solo porque Riley me lo dijo?
Pienso en los cuerpos. Los hombres irlandeses caídos en la oscuridad, la sangre extendiéndose lentamente. Y ella... ella, con la calma gélida de alguien que ha hecho esto antes. Es un pensamiento que me revuelve el estómago.
Pero no hay tiempo para pensar más. Una sacudida en la carretera me hace volver a la realidad, y con un sobresalto me doy cuenta de que he conducido casi en piloto automático hasta la entrada de la universidad. Tomo un respiro profundo, estaciono en un rincón oscuro del estacionamiento subterráneo, y trato de recobrar el sentido. Mis dedos encuentran el teléfono en mi bolsillo, y me obligo a marcar el número que Riley me dio.
Cada segundo se siente eterno mientras el tono de llamada suena, hasta que una voz grave y segura responde al otro lado. —¿Quién es?
La garganta se me cierra por un instante. Apenas puedo encontrar mi voz. —Me... me llamo Owen. Riley me dijo que llamara. Ella está... —Me detengo, sin saber cómo explicar el caos, la sangre, la frialdad en sus ojos.
Hay una pausa al otro lado, y entonces, la voz vuelve a hablar, más firme. —¿Está a salvo?
Me llevo una mano al rostro, tratando de no perder la calma. —No lo sé. Me dijo que me escondiera aquí. Que tú sabrías qué hacer. ¿Quién eres? —La pregunta sale antes de que pueda detenerla, y no sé qué estoy esperando que responda.
El hombre —Landon, supongo— suspira con el cansancio de alguien que ha lidiado con esto muchas veces. —Soy alguien que ha estado cuidando de ella desde que todo se fue al demonio. Quédate donde estás. No te muevas. Voy para allá.
La línea se corta, y me quedo sosteniendo el teléfono, como si el pequeño aparato pudiera ofrecerme alguna respuesta a todo esto. Miro al asiento trasero, donde el hijo de Riley duerme, ajeno a todo el caos, con su pequeña figura envuelta en una manta. No puedo evitar sentir un nudo en el estómago. ¿Cuántas veces ha tenido que huir Riley, protegerlo, mentir y luchar para mantenerlo a salvo?
Dejo caer la cabeza contra el volante. Las lágrimas amenazan con salir, pero no las dejo. He querido a Riley en silencio, desde la distancia, aceptando que es alguien inalcanzable, complicada. Pero esto... esto es algo más. Algo que me asusta más de lo que quiero admitir.
El sonido de un motor a lo lejos me pone alerta. Levanto la cabeza rápidamente, mi corazón volviendo a latir con fuerza. Las sombras se mueven en el estacionamiento, y por un instante, temo que no sea Landon. Temo que todo este lío vaya a acabar en un desastre aún peor.
Y es en ese momento, mientras el eco de mis propios miedos resuena en mi cabeza, que comprendo algo dolorosamente claro: estar con Riley no es solo un riesgo. Es una sentencia. Y aunque mi corazón quiere aferrarse a la idea de que ella necesita a alguien que la ame, la realidad es brutal: estar cerca de ella podría significar mi muerte. Pero... ¿es eso suficiente para alejarme?
El motor se detiene, y contengo la respiración, esperando, con el amor aún colgando en mi mano, junto con un miedo que no sé si algún día podré dejar ir.
El sonido del motor de un coche que se detiene me arranca de mis pensamientos. Mi corazón, que ya late desbocado por el pánico, parece detenerse por un segundo, esperando lo peor. Pero entonces veo una figura familiar salir del vehículo y, con una rapidez que parece casi desesperada, correr hacia el asiento trasero donde el niño duerme. Es Landon.
Se agacha, con las manos temblando un poco mientras verifica que el niño esté bien. Lo toma en sus brazos con una mezcla de alivio y amor palpable, algo que me deja un extraño sabor de amargura y envidia en la boca. Porque, aunque sé que Landon es de los buenos, aunque sé que está aquí para protegerlos, siento que estoy presenciando un vínculo al que nunca podré pertenecer.
Landon me mira entonces, con una seriedad que me hiela. —Owen, ¿qué pasó? —Su voz es grave, controlada, pero puedo notar la tensión. Esa clase de tensión que uno tiene cuando está a un paso de perder la calma.
Intento encontrar las palabras, pero todavía me tiemblan los labios. Mi cabeza está llena de imágenes: Riley disparando, los cuerpos cayendo, la sangre. Trago saliva, forzando mi mente a calmarse lo suficiente para hablar. —Aparecieron dos autos... irlandeses. Nos encontraron. Riley... ella... —Me detengo, respirando con dificultad. —Los mató. A todos. Me dio instrucciones, me dijo que cuidara al niño, que te llamara.
Los ojos de Landon se oscurecen, como si lo que he dicho hubiera confirmado algún miedo que ya esperaba. Mira a su alrededor, evaluando rápidamente la situación. —¿Alguien te vio? —pregunta, con una urgencia fría. —¿Alguien sabe que estuviste allí?
Niego con la cabeza, aunque no estoy seguro de mi propia respuesta. —Creo que no... no lo sé. —Me paso una mano por el rostro, sintiéndome más perdido que nunca. —Nadie nos siguió. Creo que ella se aseguró de eso.
Landon parece pensar por un momento, luego me observa con una dureza que me hace retroceder un paso, aunque no es su intención asustarme. —Bien. Escucha, Owen. Vete a casa. —Su voz es baja, pero firme, como una orden militar. —Por lo que más quieras, olvida lo que pasó. Por tu propio bien, no vuelvas a pensar en esto.
Sin más palabras, Landon se mueve con una eficiencia escalofriante. Se dirige al coche de Riley y comienza a cortar algunos cables del motor, como si supiera exactamente qué hacer. Enciendo el coche por última vez, pero en lugar de dejarlo ahí, saca un encendedor del bolsillo y lo enciende, lanzando las llamas al auto sin dudar. El fuego se extiende rápidamente, iluminando el estacionamiento con un brillo infernal.
—Landon... —mi voz apenas es un susurro, pero él no me escucha. O quizá no quiere escucharme. Cuando finalmente se vuelve hacia mí, hay un cansancio indescriptible en sus ojos. —Vete, Owen. —Dice cada palabra con un peso que me golpea. —Déjalo así, tal cual está. No sabes nada. Nunca me has visto.
Asiento, aunque mi mente apenas puede procesar lo que está pasando. Siento el impulso de decir algo más, de preguntar, de pedirle alguna garantía de que Riley estará bien, pero sé que no es el momento. Así que, con el corazón aún latiendo desbocado y las emociones enredadas en mi pecho, hago lo que me dijo: me marcho.
A medida que me alejo, el resplandor del fuego va quedando atrás, junto con todo lo que ha sucedido. Pero las imágenes siguen ardiendo en mi mente: el miedo, la violencia, la mirada de Riley, y la comprensión de que he entrado en un mundo del que nunca quise formar parte. Mientras camino por las calles oscuras hacia una ciudad que parece indiferente a todo lo que acaba de ocurrir, una única certeza me quema por dentro: querer a Riley no solo me ha puesto en riesgo; me ha cambiado para siempre. Y ya no sé si volveré a ser el mismo.
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Tierra de nadie
Teen FictionEn la vida de Riley siempre ha estado seguro algo: no importa el camino, decisiones o que tanto quiera cambiar, su pasado regresa para arrastrarla al infierno, pero esta vez sin viaje de regreso. Ella solo quiere una cosa: no arrastrar a nadie más...