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Ajusté la bata blanca sobre mis hombros mientras observaba el cuerpo de la anciana sobre la mesa de acero. La sala estaba en silencio, solo interrumpido por el suave zumbido de las luces fluorescentes. Frente a mí yacía el cuerpo de Grace Brown, setenta años, muerte natural.

Tomaba el expediente que reposaba al lado y lo repasé por un momento, pero mi mirada se desviaba rápidamente hacia el rostro sereno de la anciana. Era una rutina que había repetido tantas veces, pero siempre lo hacía con la misma devoción.

Con suavidad, comencé a preparar el cuerpo, mis movimientos cuidadosos y respetuosos. Mientras lo hacía, hablaba en voz baja, como si Grace aún pudiese escucharme.

—La paz sea contigo, Grace—susurré con una calidez genuina en mi tono—. Viviste una vida larga... espero que hayas encontrado lo que buscabas.

Mientras ajustaba las manos del cadáver sobre el pecho, continué hablando, ofreciéndole una despedida que solía siempre sabía dar.

—Gracias por estar aquí. Ahora es tiempo de descansar.

Tomé con suavidad la mano fría de Grace Brown, una costumbre que tenía desde que comencé a trabajar con los muertos. Sin embargo en el momento en que mis dedos tocaban la piel inerte, algo cambiaba. Mis ojos se volvían blancos, mi respiración se detenía por un segundo, y todo a mi alrededor desaparecía.

De repente, no estaba en la morgue. La escena frente a mí era cálida, hogareña. Grace Brown, estaba sentada en un sillón junto a una ventana, rodeada de sus nietos. Los niños, felices y risueños, corrían por la sala. El aire estaba impregnado del dulce aroma de galletas recién horneadas y flores frescas. Podía sentir el calor del sol que entraba por las cortinas, y escuchaba la risa de los niños resonando en cada rincón.

Grace se inclinaba hacia adelante, riendo también, y abrazaba con ternura a un pequeño de rizos dorados, quien le devolvía el gesto con una mirada llena de amor. La voz de la anciana era clara y vibrante, llena de vida, y en ese instante sentía la paz y la felicidad de Grace.

Pero al pestañear, todo se desvanecía. La morgue volvía a ser lo único que me rodeaba: fría, silenciosa, impersonal. Grace Brown no era más que un cuerpo sin vida sobre la mesa de acero.

Respiré profundamente, tratando de sacudirme la imagen, y fue entonces cuando vi a Zack, el joven agente del FBI, parado en la puerta de la sala. Su rostro tenía una mezcla de curiosidad y preocupación.

—¿Eve? Tenemos que hablar de nuevo—su tono era firme, pero había una suavidad en su mirada. Con sus treinta años, era claramente atractivo, con una presencia segura que contrastaba con la frialdad del lugar.

Solté la mano de Grace lentamente, aún con la sensación de aquel mundo cálido en la mente. Giré hacia Zack, sabiendo que esta visita no era casual.

—¿Otra vez tú? —pregunté, ocultando mi propia sorpresa por la aparición. Pero en el fondo, sabía que algo grande estaba por revelarse. 

Zack dio un paso hacia adelante, sus ojos fijos en los míos, cargados de una intensidad que conocía bien.

—¿Podemos hablar fuera de aquí? —preguntó, su voz más baja de lo habitual, pero firme.

Levanté una ceja mientras acomodaba los instrumentos en la mesa.

—Zack, estoy trabajando. Hay un funeral a las seis. No tengo tiempo para tus—empecé a decir, pero él me interrumpía antes de que pudiese terminar.

—No quiero hablar de nosotros —dijo con un suspiro pesado—. Es sobre tu habilidad. Esa cosa que hace que tus ojos parezcan sacados de una película de terror.

Entre Luces y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora