Meet me in the Hallway || PAUSADA

04

LOUIS

Me paré bajo la marquesina del autobús. Llovía a cántaros sobre la calle.

Había trabajado otro turno de noche, por lo que era imposible llegar antes de las 20.00 horas. Sería otra larga noche.

Estaba muy cansado. Las piernas me estaban matando y ansiaba una ducha caliente y una comida caliente. En lugar de eso, intentaría encontrar un lugar seguro para pasar la noche sin gastar dinero extra.

Decidí ir a mi restaurante favorito. Estaba situado en una zona industrial bastante apartada de la ciudad, pero las camareras eran simpáticas, hacía calor y a veces me daban comida gratis. Nadie decía nada si me quedaba dormido en mi mesa.

Bajé del autobús y me zambullí en la lluvia. Para mi consternación, la cafetería estaba a oscuras y había un cartel en la puerta: Cerrado por hoy debido a problemas eléctricos.

Miré a mi alrededor consternado. El autobús sólo pasaba por aquí una vez cada hora. Acurrucado junto a la puerta principal, debatí mis opciones. Podía volver andando a Hastings, pero tardaría casi lo mismo que en esperar el autobús, y caminar bajo esta lluvia me dejaría calado hasta los huesos.

Otra opción era quedarme aquí y esperar al próximo autobús. El único problema con esa opción es que esta no era la mejor zona. Y no me parecía la mejor idea quedarme aquí solo. Miré a mi alrededor y me dirigí a la parte trasera del restaurante. Si me ponía contra el edificio, podría permanecer fuera de la vista y también permanecer relativamente seco. Era bueno y malo. Era más vulnerable al estar detrás del edificio y de cara a la oscuridad del callejón, pero pensé que esta noche probablemente estaría bien. Nadie saldría esta noche. Era demasiado miserable. Pateé mi bolso bajo los escalones, esperando que se mantuviera seco.

La espera fue interminable. Tenía tanto frío que me castañeteaban los dientes. Una figura solitaria se acercó por el callejón. Su capucha oscura le ocultaba el rostro y empujaba un carrito de la compra. Probablemente era un drogadicto en busca de comida. No respiré cuando se acercó a los contenedores de basura. Lo observé desde las sombras mientras rebuscaba en ellos, tanto comida como botellas. Cerró de golpe el último cubo y volvió a su carrito.

Casi se me para el corazón cuando dejó de andar y se dio la vuelta lentamente.

Hicimos contacto visual.

Debería correr. Debería correr.

Mi vacilación fue mi perdición. Antes de que pudiera siquiera procesar lo malo que era esto, él estaba en mi cara, imponiéndose sobre mí. Era feo, en ese sentido adicto, malsano y mezquino. Puso una mano en la pared junto a mi cabeza y me encerró.

―¿Qué estás haciendo, pequeño?

―Soy un adulto y estoy esperando a que me lleven.

Miró detrás de él.

―¿Ah, sí? No veo a nadie por aquí.

Mi navaja y mi spray de pimienta estaban en mi bolso. Fui un idiota. ―Ya vienen.

Su mano sucia me agarró la entrepierna, sus dedos huesudos mordiéndome.

Lo empujé con fuerza e intenté, sin éxito, darle una patada en los huevos.

―Que te jodan.

Se rió.

―¿Qué tal si en vez de eso te jodo yo a ti?

Me inmovilizó contra la pared con su apestoso cuerpo.

―Suéltame ―le grité en la cara, enloquecido. Le di puñetazos y patadas con las piernas, intentando golpearlo con todo lo que encontraba. Mordí y escupí, y cuando se echó hacia atrás por mi cabezazo, me alejé de él, resbalando en el barro húmedo. Su largo alcance me encontró cuando estaba a la vuelta de la esquina, pero tropezó con algo, dándome una oportunidad más.

El autobús. La carretera. Cualquier cosa. Cualquier cosa. Doblé la esquina y no había nada más que carretera negra vacía y charcos. Espera. ¿Eso eran luces? ¿Era el autobús?

Estaba llorando y corriendo cuando se abalanzó sobre mí por detrás. Estaba sobre mí como un animal sucio, inmovilizándome con su cuerpo, mientras sus puños llovían sobre mi cabeza.

Solo podía sentie un dolor cegador.

Me tapé la cabeza con las manos, pero los golpes seguían. Y entonces todo se volvió negro.