Estaba en casa, aburrida, y como siempre, me la pasaba en cama, con el celular, o leyendo algún que otro libro para matar las horas, y también mi ansiedad. Debo admitir que, en aquel momento me sentía bien haciendo lo que me gustaba, y, además, no tenía ninguna preocupación grande. Lo único que hacía era; ir a la secundaria, pelear con mis estúpidos compañeros, y pasármela increíble con Nicolás, mi mejor amigo de toda la vida. Bueno, así era como le decía.
Él y yo éramos compañeros desde primer grado de primaria, exactamente. Solo que, jamás le había prestado atención. Ambos éramos de esos niños introvertidos y que prefieren jugar solos, o, si lo hacen con alguien, quieren que sea igual a ellos en todos sentidos porque si no, se torna incomodo. Nicolás era de ese tipo; selectivo, y yo también.
Recuerdo que mi única amiga se llamaba María, y la conocía desde el jardín. Me negaba rotundamente a conocer más niñas o niños, porque con el simple hecho de pensar en que debía socializar, me mataba por dentro, era como una tortura.
Por otro lado, supongo que Nicolás sentía lo mismo con respecto a ello, porque él también tenía su mismo grupo de amigos desde que comenzó la escuela con nosotros. Así que, no tenía ni idea de cómo fue que terminamos siendo casi como hermanos.
A pesar de estar sumergida en mi propio mundo de pensamientos un poco catastróficos, miraba la hora a cada minuto. Había quedado en que iría a su casa a las cinco de la tarde a merendar, como todos los fines de semana.
Me levanté apenas de la cama, bostezando y caminando sin hacer el esfuerzo de levantar mis pies, haciendo que se escuchara el horrible sonido de mis ojotas al deslizarlas de la manera más vaga posible. Abrí mi armario y lo único que me cambié fue el pantalón que traía puesto; de azul, a negro. Después, me dirigí a la cocina; ahí se encontraba mi tía preparando la masa para hacer pan integral. Le di un beso en la mejilla, y me largué, avisándole que volvería en la noche.
Salí de casa mientras me colocaba los auriculares, escuchando la playlist con las canciones de Justin Bieber, y me adentré a las calles de Palermo, Buenos Aires. Había vivido ahí desde bebé, con mis tíos, y antaño, también, con mi abuela. Ella había fallecido en 2018, pero, el corazón todavía me seguía doliendo hasta ese instante por su ausencia.
Caminaba en silencio, inhalando profundamente porque por ratos sentía como si me oprimieran el pecho, y me era incómodo. Trataba de relajarme, mirando el cielo que estaba cubierto de nubes grises y cargadas de agua. Las hojas de los árboles se movían bruscamente con el viento, anunciando que el otoño en Argentina, estaba llegando.
Me exigía a mí misma concentrarme en ello: en ese presente. En el clima, en las calles de Palermo viejo con sus estructuras antiguas, en las personas disfrutando de sus helados en una esquina. Quería poder dejar de pensar en el pánico que sentía. Le tenía miedo al miedo, porque sabía que no era tan normal sentirme así; desolada, estresada, ansiosa.
Para mi suerte, Nicolás, también vivía en aquella subzona, a unas seis cuadras de mi casa estaba la suya, me venía excelente para llegar rápido y dejar de pensar demasiado.
Al llegar, le envié un mensaje diciéndole que me encontraba afuera. No tardo más de cinco segundos en aparecer con una sonrisa al abrir la puerta. Estaba despeinado, y por alguna razón, sus ojos color miel tomaban más color en días grises como ese.
—¿Viniste sola? —pregunto al no ver a nadie conmigo.
—Sí.
—¿Por qué no me dijiste que ibas a venir caminando? Habría ido a buscarte.
—No quería molestar.
—Dios mío, Isa, ¿Cuántas veces más debo repetírtelo? —Rodó sus ojos —, ¿Cómo te has sentido en el camino? —Se notaba preocupado.
—Bien, no te preocupes, Nicolás.
—Me preocupo, y te conozco, estás agitada, ¿Qué paso?
Entramos juntos a la sala, y nos sentamos en uno de los sillones. Me quede quieta e intente calmar mi respiración, haciendo que, sin querer, notara eso. Él me observaba con serenidad, porque, aunque se preocupara, sabía como mantener la calma y la paciencia que a mí me faltaba en esos momentos. Así que, por eso, no pude ocultárselo más.
—Te odio a veces —dije con voz de sufrimiento —. Me sentí horrible —Admití.
—Ves, aun que me lo quieras ocultar, no puedes —Sonrió.
—Por eso mismo te odio —Bromeé, y él me tomó del brazo para llevarme hacía él y abrazarme.
Estuvimos allí sentados en el sofá, entrelazando nuestros cuerpos en algo que parecía un eterno abrazo. Uno de esos que solo Nicolás sabía darme, llenos de decisión y seguridad, y que llenaban de paz mi alma. Sentía que era el único momento en el día en el que sentía que mi mente y mi corazón podían descansar de la tortura que me generaba vivir con una ansiedad que parecía incontrolable.
—¿Qué pasa? —pregunto cuando se percató de que estaba sollozando por lo bajo.
—Estoy sensible, es todo —contesté.
Nico no tardo en reaccionar y me sostuvo el rostro, tomándome de las mejillas con ambas manos, y me contempló con ternura. Fue cuando sentí una ligera sensación de incomodidad, porque no supe como actuar ante eso, era demasiado para mí. No estaba acostumbrada al contacto de esa manera; mirar fijamente a alguien, por ejemplo, a veces se convertía en un infierno, y pese a las miles de sesiones terapéuticas que había tomado, todavía no lograba entender porque era de esa manera. Me cansaba poner excusas todo el tiempo diciendo que "soy así", cuando claramente, existían personas que no se lo merecían en absoluto. Pero, el problema era que, aunque me esforzara mucho en acostumbrarme, no lograba hacerlo.
—¿Qué pasa? —Le pregunté con nerviosismo.
—¿Por qué tiene que pasar algo?
—Porque te quedaste mirándome...
—¿Y eso tiene que ser algo malo?
—Quizás tengo un moco pegado en la cara y no me lo dices —Prendí mi teléfono y activé la cámara selfie para verme, y él comenzó a reír a carcajadas.
—Piensas cualquier cosa —Me sonrió y me acaricio el cabello —Me resultas hermosa, incluso cuando estas en crisis, por eso te miro.
Lo escuché atentamente, y ni siquiera había terminado de hablar cuando mi corazón saltó de golpe provocándome taquicardia. La respiración se me cortó y tuve que concentrarme para poder hacerlo con normalidad y, sobre todo, con tranquilidad, no quería perder la poca cordura que tenía. Soné mi garganta, aún seguía sintiéndome un poco incomoda, pero no quería que se sintiera mal por mi culpa, esa no era mi idea.
Nicolás se levantó y se dirigió a pasos lentos hacía la cocina. Yo, me mantuve en el sillón, esperando a que volviera, y me obligaba a respirar profundamente como en el camino. Últimamente comenzaba a tener crisis de ansiedad por cualquier cosa que me sucediera, o que no entendiera. Como eso; ¿Por qué al principio sentía seguridad al correr a sus brazos, y después no? Sabía que no me ocurriría nada si el estaba cerca, ya que siempre se había preocupado por mí, y hacía hasta lo que parecía imposible para que estuviera bien. Solo que, al parecer, eso tenía un límite bastante marcado, porque si sucedían cosas como el tener demasiado contacto, por alguna razón, me sentía incomoda, o tensa, y, todo eso me volvía una loca confundida.
—Te compré helado —dijo, apareciendo de nuevo —Esta semana faltaste mucho al colegio, y supuse que te sentías mal.
—Le atinaste —casi no pude hablar, estaba sorprendida al ver el pote de un kilo de helado que tenía en sus manos.
—Te hará sentir mejor.
—Gracias...
—Te quiero, Isa, no tienes que agradecerme nada.
—Claro que si.
—No —dijo con seriedad —. Ya te lo he dicho; te quiero, y lo hago por eso.
—Yo también te quiero.
—Ahora cuéntame, ¿Por qué no has ido a clases?
—Es una larga historia para contar.
—No importa, quiero escucharla...
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Latidos que mantuve en silencio.
Teen FictionIsabella, es una chica que apenas esta saliendo de su adolescencia. Ella siempre ha soñado con tener un compañero, y se la ha pasado en su corta vida, buscando y tratando de encajar con chicos que ella creía que eran correctos. Se negó internamente...