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Paul comió de su manzana con alegría, siendo un fanático total de las frutas y disfrutando del sabor.

Solo se sobresaltó cuando el leve líquido de ella le ensució la mano, ésta corriendo por su brazo y provocando que se sintiera pegajoso e incómodo.

Se encontraba entretenido, mirando a todos los demás niños jugar en el receso. Como era usual, él no se unía en estas actividades, pero disfrutaba de su soledad amena y le resultaba curioso ver las expresiones de los demás en diversas situaciones.

Se levantó perezosamente con el objetivo de tirar lo que restaba de la manzana y así poder ir a lavarse las manos y la boca.

En ningún momento imaginó o esperó ser bruscamente tirado al suelo, ocasionando que se raspara las rodillas lo suficiente como para hacerle sangrar; sus manos le ardían, pero por suerte no llegó a lastimarse el rostro.

Se puso de pie con los ojos llorosos y miró su ropa completamente llena de tierra y soltó un quejido lastimero al sentir el latir en sus rodillas, advirtiéndole del dolor que sentiría.

Alguien lo volteó con brusquedad y Paul abrió los ojos con evidente desconcierto.

Un niño un tanto más alto que él le hablaba rápido y lo sacudía por los hombros con clara molestia. Paul analizó su rostro: tenía las cejas demasiado fruncidas, sus ojos eran fríos y sin rastro de algún brillo, sus labios se movían demasiado rápido, lo que le provocó que se encogiera en su lugar.

Paul comenzó a mover sus manos con ansiedad, tratando de transmitir lo que sentía y asustándose aún más al notar la mirada furiosa del otro niño.

Finalmente, juntó su dedo del medio con el pulgar y lo llevó hacia su sien; así mismo abrió los dedos, dejando la palma abierta. Repitió esta acción unas cinco veces, arqueando sus cejas con angustia y tratando de mover sus labios exageradamente.

El niño lo soltó de golpe y lo empujó una vez más, esta vez sin intención, pero de igual forma le provocó dolor al ser inesperado, golpeándose la espalda y la cabeza contra el suelo, y en esta ocasión no pudo retener las lágrimas.

Paul comenzó a llorar, llamando la atención de las maestras que estaban al rededor. Lo ayudaron a levantarse y comenzaron a hacerle preguntas, intentando calmarlo en el proceso, pero él se negaba a recibir ayuda por parte de ellas.

Su maestra a cargo hizo aparición cuando fue notificada y ella se arrodilló frente a él con cuidado. Le tomó del rostro y lo obligó a que la mirara.

"Llamé a tu madre" le dijo con lentitud y él permitió que ella lo llevara de la mano hacia la dirección.

No pudo pasar desapercibidas las miradas de los demás niños, asustados y llenos de una curiosidad inocentemente malvada que le hizo apartar los ojos, encontrándose con las maestras que susurraban entre sí sin dejar de mirarlo.

Se sintió tan asustado y miserable, que cuando su mamá llegó, le suplicó que lo sacara de la escuela.

Paul odiaba a la gente que le juzgaba, detestaba ser tratado como un bicho raro.

Pero también se odiaba a sí mismo.

Signs of Love [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora