CAPITULO 11: DEBES DEJAR IR

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La luz de la tarde se filtraba a través de los grandes ventanales del salón, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de piedra. Las voces bajas de los demás resonaban como un eco lejano en mi cabeza mientras me sentaba en uno de los bancos de madera. El lugar, aunque sencillo, tenía una extraña solemnidad, como si estuviera cargado de una energía que no lograba identificar del todo.

A mi alrededor, los miembros de la comunidad permanecían en silencio, sus cabezas inclinadas en un gesto de devoción que me resultaba ajeno. El ambiente era tranquilo, casi acogedor, pero había algo en el aire que me mantenía inquieto. No sabía exactamente qué era, pero no podía evitar sentirme un extraño entre ellos.

Mis pensamientos comenzaron a divagar. Me pregunté qué estaría haciendo Lilith en ese momento. Probablemente aún estaría con Tessa y las demás chicas, participando en alguna actividad propia de este lugar. No podía evitar preguntarme si ella también se sentía fuera de lugar, o si ya se había acostumbrado a esta extraña rutina. Intenté sacarla de mi mente, pero la imagen de su rostro seguía ahí, persistente.

De pronto, un movimiento al frente captó mi atención. Radis se había levantado y avanzaba hacia el centro del salón. Su figura, alta y serena, dominaba el espacio. Había algo en la manera en que caminaba, en la calma que irradiaba, que capturaba a todos los presentes. Mi atención se desvió de mis pensamientos dispersos hacia ella, casi sin querer.

—Hermanos y hermanas —comenzó Radis, con una voz suave pero firme que resonó en cada rincón del salón—. Hoy es un día para reflexionar sobre nuestra conexión, sobre lo que realmente nos une y nos da propósito. En este mundo, fuera de estas paredes, muchos se pierden en el caos, en la confusión de una vida sin sentido, llena de deseos superficiales y metas vacías.

Mientras hablaba, su mirada recorría la sala, deteniéndose brevemente en cada persona. Cuando sus ojos pasaron por mí, sentí una leve punzada de incomodidad, como si me viera más allá de lo que estaba dispuesto a mostrar.

—¿Cuántas veces hemos pensado que la vida allá afuera, en las ciudades ruidosas, en los trabajos sin alma, nos traerá felicidad? —continuó Radis—. Creemos que si logramos ese ascenso, si conseguimos más dinero, si encontramos a esa persona especial, finalmente seremos felices. Pero, ¿cuánto tiempo tarda esa felicidad en desvanecerse? ¿Cuánto dura antes de que nos demos cuenta de que seguimos vacíos?

Sus palabras me golpearon de una manera inesperada. A pesar de que intentaba mantener una barrera emocional, sentí cómo sus preguntas comenzaban a resonar en mí. ¿Cuánto tiempo había pasado persiguiendo cosas que, en el fondo, no me llenaban? Mi trabajo, mis relaciones... todo parecía tan distante ahora, como si hubiera sido otra vida.

Radis continuaba, sin dejar de observar las reacciones de todos. Pero había algo en la forma en que hablaba, en el tono casi hipnótico de su voz, que hacía difícil apartar la mirada o los pensamientos de lo que decía.

—Nos convencemos de que la felicidad se encuentra en lo material, en lo externo —dijo, inclinándose un poco hacia adelante—. Pero la verdadera paz, la verdadera plenitud, solo se encuentra cuando dejamos ir esas falsas ideas, cuando encontramos un propósito mayor, cuando formamos parte de algo que nos trasciende. Aquí, en esta comunidad, tenemos ese propósito. Aquí, bajo la guía de Dios, no necesitamos nada más.

Por un momento, me vi envuelto en sus palabras. Pensé en mi vida antes de todo esto, en las cosas que había hecho, en los días que parecían pasar sin dejar huella alguna. Siempre había pensado que encontraría algo, algún sentido en lo que hacía, pero... ¿lo había encontrado realmente?

—Y tú, hermano —dijo Radis, mirando directamente hacia mí—, ¿estás satisfecho con la vida que llevabas? ¿Acaso no sientes que hay algo más, algo que has estado buscando, pero que nunca has encontrado?

El umbral de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora