LA PRIMERA IMPRESIÓN

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RUBIUS

Hay muchas personas a las que les molesta que las vean como un objetivo fácil. Un alma inocente, incapaz de matar una mosca. Al principio a mí también me resultaba asfixiante. Pero si bien es cierto que hay personas que, a simple vista, parecen letales (y luego son como un conejito en apuros), también las hay que parecen ángeles caídos del cielo, y esconden un ingenio y una astucia brutales tras una máscara de inocencia. Probablemente esas personas tengan un secreto bien guardado. Algo a lo que no te han dejado acercarte porque no consideran que sea adecuado. Cuidado con los angelitos. Porque siempre tienen una doble cara.

Yo tengo una inexplicable tendencia a parecer bonachón. En vez de molestarme ¿por qué no aprovecharla?

¿Qué los demás piensan algo de mí, que yo sé que no soy? Bueno, mejor. Ya tengo un disfraz sobre el que trabajar hasta que termine mi misión. Y aquella vez no iba a ser una excepción. Tenía una meta muy clara. Un objetivo. Parecer frágil e inocente de cara al pueblo, pero sobre todo, a ojos de Vegetta. Como un niño pequeño.

- ¿Conoces a alguien el Karmaland? – Me preguntó entonces, de repente, mientras le daba un sorbo a su café.

Negué con la cabeza.

- A nadie. Ni siquiera he venido por recomendación. Me las he apañado yo para buscarme un pueblo más... rural. ¿Has estado alguna vez en la ciudad? En el centro. Donde todo se apiña.

- No exactamente. Me crié aquí ¿sabes? He viajado bastante, pero nunca he tenido intención de entrar en el centro de todo. Creo que me agobiaría.

- ¿Tienes claustrofobia o algo así?

- Podría decirse. – Bueno saberlo. Una debilidad suya es un punto a favor para mí. – Aunque sí he cogido trenes que pasaban por el centro. La ciudad de la que vienes está plagada de tecnología ¿no? ¿Cómo aguantas tanta aglomeración? ¿Tanta maquinaria?

- Tú te has acostumbrado a los monstruos, y yo a una megaciudad. Supongo que conforme lo vives te vas haciendo al lugar. Pero admito que de vez en cuando no está mal... pisar un poco de césped. Por eso estoy aquí. Y no creo que heche de menos la ciudad en un laaaargo tiempo.

Vegetta tenía la barbilla apoyada sobre una mano, y me miraba con cierto interés. Pero yo sabía que su cerebro estaba confabulando algo. Sabía por los papeles informativos de Willy que ese chico era muy observador. Tendría que andarme con el doble de cuidado. Una mentira mal formulada podría ser mi perdición.

Agarré con más fuerza la empuñadura de la pistola cargada, afianzando el cañón. Por supuesto, le había estado apuntado al estómago por debajo de la mesa desde que nos habíamos sentado a tomar algo. Que él confiase tanto en un completo desconocido no quería decir que yo fuese a hacer lo mismo. Claro que en un lugar como Karmaland, donde ibas a encontrarte con el vecino prácticamente todos los días, tal vez lo mejor era empezar a conocerlo cuanto antes, e intentar mantener una relación, como mínimo, cordial. Y sin embargo, yo estaba allí por muchas razones, pero desde luego que vivir allí rodeado de sonrisas y falsos amigos no era una de ellas.

Pero él no tenía por qué saberlo.

- Tú conoces a todo el mundo ¿no? ¿Cómo has sabido que era nuevo?

- El pueblo no es muy grande – Vegetta sonrió – y parecías un poco perdido. A la mayoría me los he cruzado aunque sea un par de veces. Pero a ti no te había visto nunca.

Por lo que parecía, mi actuación de niño perdido buscando a su madre había funcionado a la perfección. Le debía aquel retazo de inspiración al chiquillo del tren. Sospechaba que esa noche tendría pesadillas, pero para eso estaba el peluche ¿no? Que lo abrazase con fuerza, un par de oraciones a los dioses para que lo protejan de los monstruos y asunto solucionado.

En aquel momento no recordaba del todo si lo había terminado tirando por la ventana del vagón, si se lo había devuelto al niño.

- Podría presentarte a los héroes. Para que te hagas un poco a nuestra forma de ser en el pueblo.

- No me vendría nada mal integrarme – Admití con una voz dulce. Como un caramelo. Uno que estaba a punto de cortarle la lengua Vegetta.

Terminó su bombón de café cuando yo aún estaba a la mitad del mío. Vale que el suyo era más pequeño, pero ¿de dónde salía aquella prisa?

- Me ha encantado conocerte, Rubius, pero me pillas con un poco de prisa.

Cogió sus cosas mientras se levantaba.

- ¿Algo urgente? – Pregunté con inocencia. Él asintió y se apartó de la silla.

- Espero que te vaya muy bien por aquí. Avísame si necesitas ayuda algún día. Vivo... – Sonrió – En la mansión flotante. No creo que te cueste mucho encontrarla. Si no estoy en casa visita a Merlón. Es nuestro... druida, o algo así. Me hará saber que me buscas.

Asentí despacio y le dediqué una última y resplandeciente sonrisa.

- Ya nos vemos, entonces.

Me hizo un gesto con la mano, y se dispuso a salir de la cafetería.

Para cuando me levanté y fui a pagar la cuenta, la camarera me dijo que Vegetta había cubierto la de los dos. Podía tachar "causar buena impresión" de la lista. Oficialmente.

BLOOD - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora