Mundo en decadencia

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El mundo había cambiado de forma irrevocable. Lo que una vez fue un paisaje de civilización moderna y organizada se había transformado en un escenario caótico y sombrío. En cada rincón de la ciudad, los edificios que solían ser un refugio de seguridad, conocimiento y progreso, ahora eran tumbas de desesperación. Universidades, escuelas, hospitales, centros comerciales, todos habían sucumbido a la pesadilla de la infección.

El aire, antes limpio y fresco, estaba cargado de un hedor nauseabundo. El olor a carne podrida y sangre era inconfundible. Las calles, que alguna vez fueron vibrantes y llenas de vida, estaban ahora desiertas, manchadas de rojo, cubiertas por los restos de lo que alguna vez fueron personas. Los infectados, con sus cuerpos de piel desgarrada y ojos sin vida, deambulaban sin rumbo, guiados solo por el instinto básico de buscar el ruido. Sus pasos eran torpes, sus cuerpos pesados, pero su presencia era incesante, una amenaza constante para cualquier superviviente que se atreviera a hacer el más mínimo sonido.

El sol, que alguna vez había traído luz y esperanza, ahora solo servía como un recordatorio de la vulnerabilidad. Durante el día, los infectados eran menos activos, sus cuerpos apenas reaccionaban, como si el resplandor los debilitara. Pero la calma diurna era engañosa. Incluso entonces, los pocos que aún se atrevían a moverse entre las sombras sabían que el peligro estaba presente. Cualquier sonido podía alertarlos, cualquier error podía ser fatal.

Las noches, sin embargo, eran mucho peores. Cuando el sol se hundía bajo el horizonte, la ciudad se sumía en una oscuridad absoluta. Las criaturas de piel roja y negra comenzaban a moverse con más libertad. Aunque seguían siendo lentas y torpes, su número creciente y la incapacidad de verlas a tiempo convertían la oscuridad en un escenario de terror absoluto. Los pocos refugios seguros que quedaban se convertían en prisiones, donde los supervivientes temblaban en silencio, rezando para no ser encontrados.

Las señales de los intentos humanos de resistir todavía eran visibles, aunque la mayoría de ellos estaban fallando. En las calles, se podían ver vehículos abandonados, muchos de ellos bloqueados por barricadas improvisadas que no habían sido suficientes. Algunos edificios estaban marcados con señales de evacuación, con ventanas y puertas selladas en un intento desesperado de mantener a los infectados fuera. Pero el tiempo había demostrado que esas barreras eran inútiles. La infección no solo consumía cuerpos; también arrasaba con la esperanza.

El gobierno, los militares, las autoridades... todo lo que una vez representó orden y control se había desmoronado. Los canales de noticias habían dejado de emitir semanas atrás. Las redes de comunicación colapsaron una tras otra. Los pocos mensajes que lograban filtrarse eran de angustia y desesperación: llamadas de auxilio que quedaban sin respuesta. En un abrir y cerrar de ojos, la civilización moderna había sido reducida a escombros.

Aquellos que aún no habían sido infectados se enfrentaban a una nueva realidad, una lucha por la supervivencia en un mundo donde las reglas habían cambiado. No había héroes ni salvadores. La humanidad estaba fragmentada en pequeños grupos que trataban de encontrar refugios, lugares donde el tiempo parecía congelarse, esperando un rescate que nunca llegaría.

Los rumores de que las grandes ciudades habían caído por completo se extendían entre los supervivientes, cada historia más aterradora que la anterior. Se decía que Nueva York, Tokio, París... todas habían sido consumidas. Millones de personas que alguna vez caminaron por sus calles ahora eran parte de esa horda sin sentido. Las imágenes que quedaban grabadas en la mente de quienes habían logrado escapar eran pesadillas vivientes: cuerpos amontonados en las calles, hospitales saturados de infectados, y gritos de terror ahogados por la marea incesante de la infección.

Algunos científicos, antes de desaparecer, lograron enviar informes parciales. Se supo que la infección no era completamente natural. Algo, en su creación o propagación, había sido manipulado. Quizá era un experimento fallido o un arma biológica que había escapado del control. Pero ahora, eso ya no importaba. El cómo y el porqué se habían vuelto irrelevantes frente a la simple pregunta de cómo sobrevivir.

Infected Hearts ︱ BoomAouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora