Pequeños pasos

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La luz del sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas del salón del pequeño piso de Violeta, creando un ambiente cálido y acogedor. Ayla, su hija de casi un año, estaba sentada en la alfombra, rodeada de juguetes de colores, explorando su pequeño mundo con curiosidad. Violeta sonrió al verla, sus ojos brillaban de ternura. Ser madre era un viaje lleno de sorpresas y, aunque a veces abrumador, cada momento valía la pena.

Mientras pensaba en preparar algo para merendar, su mente divagaba hacia el trabajo que tenía por delante. Tenía un par de artículos que necesitaban su atención para la revista para la que trabajaba, pero siempre encontraba tiempo para jugar y cuidar de Ayla. La pequeña comenzó a gatear hacia un juguete brillante, dando pequeños gritos de alegría que resonaban en la habitación.

—¡Mira, Ayla! —exclamó Violeta, agachándose para aplaudir mientras su hija se esforzaba por levantarse—. ¡Eso es! ¡Un paso más!

En ese instante, su teléfono vibró sobre la mesa de la cocina. Era un mensaje de Denna, su amiga de toda la vida, quien ahora trabajaba como bailarina en una compañía de danza contemporánea.

Denna 🌹
¿Lista para tu reunión de mañana? Recuerda que tienes todo bajo control, ¡y ya me contarás cómo va ese nuevo proyecto!

Violeta sonrió al leer el mensaje y pensó en lo mucho que admiraba a su amiga. Denna vivía de lo que amaba: bailar. Cada vez que hablaba de sus ensayos y espectáculos, lo hacía con una pasión que Violeta envidiaba un poco. Recordaba cómo, en la universidad, Denna siempre había tenido esa chispa, ese deseo de dedicarse al arte, y lo había logrado.

Suspiró, recordando que al día siguiente tendría que dejar a Ayla con la canguro para asistir a la reunión. Aunque disfrutaba de su trabajo, lo que más anhelaba era estar con su hija.

Ayla, decidida, se había puesto de pie, apoyándose en el sofá, con una sonrisa radiante en su rostro. Violeta no pudo evitar reírse mientras la pequeña intentaba dar sus primeros pasos.

—¡Vamos, puedes hacerlo! —la animó, sintiendo una mezcla de orgullo y emoción.

Justo cuando estaba a punto de disfrutar de ese pequeño triunfo, el sonido del timbre interrumpió la calma. Con un último vistazo a Ayla, que estaba concentrada en sus juguetes, Violeta se dirigió a abrir la puerta.

Al abrirla, se encontró con Naiara, su amiga, que entró con una sonrisa amplia y una bolsa llena de cosas.

—¡Sorpresa! —gritó Naiara, agitando la bolsa—. He traído merienda y algunas cosas para jugar con Ayla. ¡Hoy es tarde de juegos!

Violeta no pudo evitar reírse. Naiara siempre sabía cómo levantar el ánimo.

—¿No deberías estar trabajando? —preguntó Violeta, aún sonriendo mientras se apartaba para dejar pasar a Naiara.

—Es por la tarde, te recuerdo que los lunes salgo antes del curro —respondió Naiara, dejando la bolsa en la mesa—. Además, he venido a ayudar a la madre más ocupada del mundo.

Mientras Naiara se agachaba para jugar con Ayla, Violeta sintió una oleada de gratitud. Sus amigos siempre habían sido su apoyo, y Naiara, en particular, era como un soplo de aire fresco en los días difíciles.

—Gracias, de verdad —dijo Violeta, sintiéndose más relajada—. Necesitaba un poco de compañía.

Las horas pasaron entre risas y juegos, mientras Naiara entretenía a Ayla con juguetes y canciones. Violeta aprovechó el momento para revisar algunos correos y prepararse mentalmente para la reunión del día siguiente. En medio de su rutina, sus pensamientos se desvanecieron en la cotidianidad: la lista de tareas, la planificación de los días, y cómo lidiar con la maternidad y el trabajo al mismo tiempo.

En un momento, Naiara levantó la vista desde el suelo, donde jugaba con Ayla, y comentó:

—Oye, ¿te acuerdas de esa chica de la cafetería del otro día? La que estaba cantando.

Violeta frunció el ceño un momento, tratando de recordar. Había sido una tarde mientras merendaban, un lugar lleno de vida donde una chica había estado tocando la guitarra y cantando. La música había atraído su atención, pero en ese momento, estaba demasiado concentrada en cuidar de Ayla como para pensar en nada más.

—¿Chiara? Creo que sí, me parece que se llama así —respondió finalmente, sin darle mucha importancia.

—Dijo que cantaba en la cafetería de vez en cuando, ¿no? —preguntó Naiara, sonriendo—. Siempre es genial conocer gente nueva. La vida en Madrid puede ser tan monótona a veces.

Violeta asintió, pero no quiso profundizar en el tema. Su vida ya estaba bastante llena con su hija, su trabajo y los pocos momentos de calma que lograba rascar del día.

—Sí, me pareció que tenía una buena voz —dijo Violeta con una sonrisa ligera—. Pero ahora mismo tengo otras cosas en la cabeza.

—Entiendo —respondió Naiara, dándole espacio—. Ya sabes que siempre estoy aquí para recordarte que el mundo es más grande que los pañales y la revista.

Violeta sonrió, agradeciendo en silencio que Naiara supiera cuándo dejar el tema. Había veces en las que sentía que la maternidad absorbía cada rincón de su vida, pero ahora mismo, su prioridad era Ayla.

Cuando la tarde comenzaba a apagarse y la luz dorada del sol se convertía en un suave resplandor a través de las ventanas, Naiara se despidió, dejando a Violeta con la sensación de haber recargado un poco sus energías. Recoger los juguetes de Ayla y prepararla para su baño era una rutina que, aunque agotadora, le resultaba reconfortante. Ver a su hija sonreír y chapotear en el agua le recordaba lo que realmente importaba.

—Ayla, ¿quieres bañito? —le preguntó Violeta en tono cariñoso, recogiendo a su hija del suelo.

Ayla aplaudió emocionada, chapurreando algo ininteligible que siempre lograba hacer sonreír a su madre. En el baño, Violeta llenó la bañera con agua tibia y dejó que la pequeña chapoteara alegremente, rodeada de sus patitos de goma.

—¡Mira qué grande estás! —comentó Violeta, echándole agua con una pequeña jarrita mientras Ayla reía—. Pronto vas a correr por toda la casa, y yo no voy a poder alcanzarte.

Ayla respondió con una carcajada y luego se concentró en intentar atrapar el agua que caía entre sus manos, como si cada gota fuera un nuevo descubrimiento. Violeta observaba a su hija con una sonrisa que no podía esconder. Estos momentos, cuando el mundo parecía reducirse a ese pequeño baño y las risas de Ayla, eran los que más atesoraba.

Después de secarla y ponerle su pijama, la acostó en su cuna. Violeta tarareaba suavemente una canción, mientras acariciaba con delicadeza el cabello fino de Ayla. La pequeña cerraba los ojos lentamente, acurrucándose en su manta favorita.

—Buenas noches, mi niña —susurró Violeta, dándole un beso en la frente antes de salir del cuarto, dejando la puerta entreabierta.

Con el silencio de la noche cayendo sobre el apartamento, Violeta tomó su ordenador portátil y se sentó en el sofá. Todavía tenía trabajo por hacer, pero decidió tomarse unos minutos más para relajarse. Se sirvió una taza de té, disfrutando del momento de paz.

El cansancio comenzaba a ganarle la batalla, pero aún quedaba una lista interminable de cosas por hacer. Entre los artículos para la revista y los correos que aún no había contestado, la cabeza de Violeta era un torbellino de pendientes. Y, por supuesto, estaba Ayla, siempre en su mente, el motor de todo lo que hacía.

A veces, se preguntaba si alguna vez volvería a sentirse como la Violeta de antes, la que disfrutaba de las noches despreocupadas, la que improvisaba planes. Ahora, su mundo giraba en torno a su hija, y aunque no lo cambiaría por nada, echaba de menos esa parte de sí misma que parecía haberse quedado atrás.

Suspiró y cerró el portátil, dándose cuenta de que ya era tarde. Mañana sería un día largo, y necesitaba descansar. Con un último vistazo a la cuna de Ayla, se dejó caer en la cama, esperando que las horas de sueño fueran suficientes para enfrentarse a todo lo que la vida le seguiría lanzando.

Un poco de luz - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora