Todo valdrá la pena

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El sol de la mañana iluminaba la cafetería con una luz suave y dorada, creando un ambiente acogedor. Violeta había llegado temprano, empujando el carrito de Ayla, quien se entretenía con uno de sus peluches favoritos. Hoy tenía una reunión importante en la revista, donde hablarían de un nuevo proyecto de investigación en el que estaba muy interesada. Sabía que debía enfocarse, pero encontrar el equilibrio entre su carrera y ser madre le resultaba cada día más complicado.
Como la niñera aún no llegaba, había decidido que pasarían un rato en el café mientras esperaba su mensaje de confirmación.

La cafetería estaba casi vacía, salvo por un par de clientes dispersos y el suave murmullo de las conversaciones. Violeta respiró hondo, agradecida por el ambiente tranquilo que tanto necesitaba antes de una jornada larga. Este lugar siempre le daba un respiro en medio del caos de su vida, aunque fuera solo por unos minutos.

Encontró una mesa cerca de la ventana y se acomodó, sacando su portátil y algunos apuntes que había hecho para el proyecto. Con la niñera a menudo ocupada, tenía que encontrar la manera de organizar su tiempo sin descuidar ni a Ayla ni su trabajo. Por ahora, confiaba en que la niñera confirmaría pronto, o tendría que llevar a Ayla con ella a la redacción, algo que prefería evitar.

Ayla, siempre curiosa, dejó caer su peluche al suelo y estiró los brazos, con una mueca que Violeta reconoció como el inicio de un puchero.

—Aquí tienes, cariño —dijo Violeta, sonriendo mientras recogía el peluche—. No te vayas a poner triste, ¿eh?

Ayla la miró con esos grandes ojos llenos de curiosidad, y Violeta no pudo evitar reírse al escuchar el balbuceo alegre de su hija. Ayla le devolvió una especie de risa, y Violeta sintió un calorcito en el pecho que le daba energías para el día.

Después de unos minutos, se centró en su portátil, revisando correos y ordenando las notas que necesitaría en la reunión de más tarde. Sin embargo, un sonido familiar la distrajo. Al levantar la vista, vio a Chiara, la chica que solía tocar en el café, pidiendo su café en la barra.

Violeta la había visto en algunas ocasiones, pero nunca habían intercambiado palabras. La voz tranquila de Chiara resonaba en el ambiente, y su cabello oscuro y su figura relajada captaron su atención por un momento. Sin embargo, tenía que concentrarse; Ayla estaba comenzando a moverse inquieta en su carrito.

Con un gritito, Ayla reclamó la atención de su madre justo cuando Chiara, al girarse, las vio. Ambas mujeres se quedaron en silencio unos segundos, sorprendidas por la coincidencia.

—Hola —saludó Violeta, intentando romper el hielo.

Chiara sonrió, algo sorprendida.

—Hola —respondió con una voz cálida—. Te he visto antes, ¿verdad?

—Sí, creo que sí. Vengo a menudo con mi hija. —Violeta sintió un leve nerviosismo, pues nunca había hablado con Chiara antes—. Me gusta la música que tocas.

—Gracias, significa mucho para mí. Tocar aquí es mi manera de desconectar. —Chiara se inclinó un poco hacia Ayla, que la miraba con curiosidad, moviendo sus bracitos hacia ella—. ¿Y esta pequeña?

—Es Ayla. —Violeta sonrió con un toque de orgullo y cariño—. Está aprendiendo a caminar, así que no para quieta.

—¡Qué bonita! Parece muy activa. —Chiara se agachó un poco, permitiendo que Ayla la mirara de cerca, lo que provocó que la pequeña riera con ganas—. Me encanta ver a los niños cuando están descubriendo el mundo.

Violeta asintió, sintiendo una conexión inesperada en la conversación.

—Sí, es una aventura cada día —dijo Violeta, mientras se relajaba un poco más con la charla.

Un poco de luz - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora