Más que un café

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Chiara se despertó tarde esa mañana, algo inusual en ella, pero después de la tarde con Violeta, se permitió descansar un poco más. Había disfrutado mucho del café, y esa sensación de conexión seguía rondando su mente. Mientras se estiraba en la cama, escuchó a su compañera de piso, Ruslana, moverse por la cocina, probablemente preparando su típico desayuno rápido antes de salir a entrenar.

Chiara y Ruslana eran amigas inseparables desde el primer año de universidad. Compartían un pequeño piso en un barrio animado, lleno de bares y tiendas, algo que les encantaba a las dos. Aunque llevaban estilos de vida diferentes, siempre habían encontrado un equilibrio que funcionaba. Ruslana era de esas personas que nunca mostraban inseguridades y vivían el día a día como una aventura. Amaba el riesgo, lo impredecible, y eso la hacía destacar en todo lo que hacía, tanto en sus relaciones como en su vida diaria.

Chiara salió de su habitación, arrastrando los pies hacia la cocina mientras se frotaba los ojos.

—¡Buenos días, dormilona! —dijo Ruslana con una sonrisa divertida al verla aparecer—. Pensé que te habías quedado de fiesta anoche o algo.

Chiara se sirvió una taza de café, disfrutando del olor que inundaba la cocina.

—No, volví temprano. Fui a tomar un café con una chica que conocí en la cafetería donde toco.

Ruslana arqueó una ceja mientras se servía unas tostadas, obviamente interesada en la conversación.

—¿Una chica? ¿Y cómo fue? ¿Es alguien... interesante o solo otro encuentro casual?

Chiara sonrió, notando la chispa de curiosidad en los ojos de su amiga.

—Fue bien. Nos tomamos un café. No era una cita ni nada, pero conectamos bastante. Se llama Violeta. Es diseñadora, tiene una niña pequeña. La verdad es que me cayó muy bien.

Ruslana hizo una pausa, masticando lentamente mientras asimilaba la información. Luego apoyó los codos en la mesa y miró a Chiara con una mezcla de escepticismo y protección.

—Espera, ¿una madre? —dijo, claramente sorprendida—. Eso no lo esperaba. Oye, no quiero ser aguafiestas, pero eso suena... complicado, ¿no? Quiero decir, tiene un bebé de por medio, y tú... bueno, no eres de ese tipo de compromiso.

Chiara suspiró, sabiendo que Ruslana no la decía con mala intención. A pesar de ser tan despreocupada en la mayoría de las situaciones, cuando se trataba de proteger a sus seres queridos, se volvía muy directa.

—Lo sé, Rus. No estoy diciendo que vaya a pasar algo serio. Fue solo un café. Pero me cayó bien, me gustó hablar con ella. Es alguien diferente, ¿sabes? Es tranquila, pero tiene una energía que no puedo ignorar. Además, no me importa que tenga una hija.

Ruslana se cruzó de brazos, con una sonrisa entre divertida y desafiante.

—No estoy diciendo que lo de la hija sea malo, pero es otro tipo de responsabilidad. Tú amas tu libertad. Vives para la música, para ir de un lado a otro sin ataduras. ¿Estás segura de que esto no te va a complicar?

Chiara se quedó pensativa. Ruslana tenía un punto. Su vida era caótica, llena de conciertos improvisados, trabajo en la productora, y su constante necesidad de explorar. Pero había algo en Violeta que la intrigaba, algo que la hacía querer conocerla más allá de las primeras impresiones.

—Sí, lo sé, y no estoy buscando ataduras —respondió finalmente—. Solo me gustó pasar tiempo con ella. No sé si va a ir a algún sitio, pero tampoco estoy cerrada a ver qué pasa. No siempre tiene que ser complicado, ¿no?

Ruslana se levantó, y con su habitual energía despreocupada, le dio una palmada en la espalda.

—Está bien, amiga. Solo te digo que vayas con cuidado, eso es todo. Si esa tal Violeta es genial y te hace feliz, entonces perfecto. Pero tampoco te metas en algo que no estás lista para manejar. Si te tira para atrás el tema de la maternidad, mejor ser honesta desde el principio.

Un poco de luz - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora