En un oscuro callejón sin salida

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Estación de policía
Mexicali, Baja California.
0900 horas del 11 de marzo de 2023

Para el comandante Ramirez la mañana estaba siendo atípicamente tranquila a pesar del ajetreo habitual de la comisaría y la contingencia vivida gracias al maldito criminal que aún ni siquiera habían logrado identificar.

Ya había pasado más de una semana desde el cuarto y último homicidio del asesino en serie y eso, en cierta forma, le hacía más fácil la existencia a los agentes del orden pues el caso Ángel de la Muerte se estaba convirtiendo en un dolor de cabeza monumental debido a que la prensa no dejaba de meterse donde nadie la estaba llamando. Desde que apareció el primer cadáver había transcurrido ya un mes y medio y en ese período de tiempo fueron sancionados varios agentes por venderle información confidencial a los zopilotes que se hacían llamar periodistas. Y cuando cosas así sucedían los del alto mando presionaban a los investigadores para ponerle fin rápidamente al asunto en aras de evitar dañar la imagen del municipio y el estado.

No obstante, de momento tan desagradables personajes no se habían manifestado. Quizá porque incluso para ellos era obvio que no trataban con un asesino cualquiera. O tal vez estaban esperando que pasaran más días antes de abrir el pico para reclamar avances y despedir gente. A fin de cuentas no era un secreto para nadie la falta de evidencia vinculante al delincuente. Aunque nada de esto le quitaba la rareza a la ausencia de reacción por parte del alcalde de Mexicali o la gobernadora de Baja California.

No sé por qué las víboras andan tan calladas pero seguro es que más temprano que tarde van a venir a regar su veneno en mi jurisdicción. Y si me joden mucho les voy a cortar la cabeza de cuajo. A mí no van a meterme presión ni quitarme el condenado caso, pensó mientras revisaba la documentación recolectada del caso intentando ver si se había pasado algo por alto.

Totalmente en vano. No estaba leyendo nada que no hubiera sido leído ya en más de una ocasión.

Su determinación era admirable, sí, pero, ¿lograría llegar al fondo del asunto? Una incógnita cuya respuesta todos deseaban que fuera un sí.

―Permiso, jefe, ¿puedo pasar? ―Habló Meneses, uno de los investigadores a cargo del dichoso caso, asomando su cabeza por la puerta de la oficina de Emiliano.

El experimentado comandante dejó el expediente a un lado de la mesa y se acomodó en su silla antes de invitar a pasar al subordinado.

―¿Qué te trae por aquí, Alejandro? ¿Alguna información del caso? ―Cuestionó apenas el otro se sentó en el sitio correspondiente.

El agente hizo una mueca que denotaba incomodidad. En realidad la información no era otra más que malas noticias y sabía que eso le iba a amargar el humor al jefe. Y el jefe malhumorado y amargado era algo que había que temer.

―Volvió a matar a otro ―fue lo que dijo y el golpe al escritorio por parte de su superior no se hizo esperar.

―¡Me lleva la que me parió! ¡Maldito psicópata del demonio! Ni siquiera quince días de tranquilidad me permite tener ―espetó quejándose. A él le hubiera importado un carajo no poder agarrarlo si se hubiera conformado con las primeras cuatro víctimas. Pero no. Al jodido asesino no le bastó matar a cuatro y quedar en libertad. Tuvo que ir a por la quinta víctima y tuvo que hacerlo dentro de su jurisdicción. Un completo imbécil porque este nuevo asesinato acabó con cualquier posibilidad de darle carpetazo al caso. Y ahora se iba a empeñar en joderle la existencia a quien fuera el responsable de los homicidios. ―Dime que esta vez sí encontraron algo en la escena del crimen por favor ―pidió pasándose las manos por el cabello canoso en un intento por conservar la calma y bajarle al alteramiento de su ritmo cardíaco.

Ángel de la Muerte (en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora