★彡[ᴇʟ ʀᴜᴍᴏʀ]彡★

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En una pequeña villa pesquera, donde el viento siempre olía a sal y las olas rompían sin cesar contra la costa rocosa, vivía un joven llamado Duxo. Con el cabello enmarañado por la brisa marina y sus ojos lilas  llenos de sueños que nunca parecían cumplirse, Duxo, había crecido rodeado de cuentos y leyendas, historias que los pescadores compartían en las tabernas después de largas jornadas en el mar.

Entre las muchas leyendas que corrían por el pueblo, había una que siempre captaba su atención más que las demás: la historia de la sirena de aleta dorada. Era una criatura de belleza inigualable, decían, con escamas que brillaban como el oro bajo el sol. Cualquiera que lograra atrapar una de esas escamas sería rico más allá de su imaginación. Cada escama, según se rumoreaba, era oro puro, y la criatura nadaba en las aguas más profundas, alejada de la mirada de los hombres, esperando ser capturada.

La historia, sin embargo, no era solo de codicia y riqueza. Los ancianos también hablaban de advertencias, de maldiciones que caían sobre aquellos que intentaban poseer lo que no les pertenecía. Pero para Duxo, un joven sin familia y sin fortuna, todo eso no eran más que cuentos. Lo único real para él era la miseria diaria de no tener un hogar propio, ni siquiera una moneda con la que comprar un trozo de pan.

Una tarde, mientras caminaba por el puerto, escuchó de nuevo el rumor. Dos pescadores viejos, con piel curtida por el sol y manos temblorosas, discutían animadamente.

Te digo que la vi —afirmaba uno de ellos—. Su aleta brillaba como mil soles. Estaba justo al sur de la isla de las Rocas Negras.

No seas necio —respondió el otro con una risa sarcástica—. Esa historia lleva siglos contándose. Nadie ha visto nunca a esa sirena, y menos tú, con esos ojos llenos de ron.

El primero de los pescadores se levantó con un golpe en la mesa.

No estoy borracho —dijo, mirando a su compañero con furia—. Si no me crees, allá tú, pero sé lo que vi.

Duxo, quien había estado escuchando con atención, sintió cómo algo dentro de él se encendía. La isla de las Rocas Negras no estaba tan lejos. Podía llegar en un pequeño bote, si tenía suerte y las corrientes eran favorables. Además, ¿qué tenía que perder? Su vida en tierra no ofrecía más que dificultades y trabajos mal pagados. Si lograba encontrar a la sirena, si tan solo conseguía una de sus escamas, su destino cambiaría para siempre.

Decidido, Duxo se acercó a un viejo amigo del puerto, un hombre llamado locochon, quien siempre tenía un bote disponible para las travesías nocturnas.

Necesito tu bote, loco —dijo el chico de ojos lila , con una determinación que no era habitual en él.

Locochon lo miró con una ceja levantada.

¿Y para qué, muchacho? El mar no es lugar para aventuras sin sentido. ¿Qué estás buscando?

La sirena de aleta dorada —respondió Duxo sin vacilar.

Locochon soltó una carcajada, pero al ver que Duxo no bromeaba, su expresión cambió. Se inclinó hacia él, con los ojos entrecerrados.

Escucha bien, Duxo . Esa historia ha llevado a muchos hombres a su perdición. La codicia puede cegarte, y el mar... El mar no tiene misericordia.

Pero Duxo  no se dejó disuadir. Después de un largo silencio, locochon, con un suspiro, le entregó las llaves de su pequeño bote.

Haz lo que creas necesario, pero ten cuidado, Duxo . El mar no es lugar para los soñadores.

Con el corazón latiendo con fuerza, Duxo se embarcó al anochecer, llevando solo lo esencial: una red, un cuchillo y algo de comida. Mientras remaba, las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, reflejándose en la superficie del agua como miles de pequeñas luces. El viento soplaba suave, empujando el bote hacia la isla de las Rocas Negras, un lugar envuelto en misterio y temor.

Las horas pasaron lentamente. A medida que avanzaba, las luces del pueblo se desvanecían, dejándolo solo con el vasto océano y el sonido de las olas. La luna llena iluminaba el camino, pero Duxo no podía sacudirse la sensación de que algo lo observaba desde las profundidades.

Finalmente, a la distancia, divisó las imponentes rocas negras, alzándose como gigantes oscuros en el horizonte. El lugar tenía una atmósfera inquietante, pero Duxo no retrocedió. Amarró el bote en una pequeña cala y, con el cuchillo en la mano, comenzó a explorar el área.

Horas pasaron sin que nada sucediera, pero justo cuando empezaba a pensar que todo era una pérdida de tiempo, un brillo en el agua llamó su atención. El corazón de Duxo  se aceleró mientras se acercaba lentamente al borde de las rocas. Allí, en la quietud de la noche, la vio.

La sirena.

O

Bueno,dirá Tritón

Su aleta dorada resplandecía bajo el agua, como si el sol mismo estuviera atrapado en sus escamas. Era más hermosa de lo que jamás había imaginado, y su rostro irradiaba una extraña mezcla de tristeza y sabiduría. Por un momento, Duxo  olvidó su objetivo. No podía creer que estaba frente a una criatura tan extraordinaria.

Sin embargo, antes de que pudiera moverse, una sombra se deslizó detrás de él. Unos ojos fríos y calculadores lo observaban desde las sombras. Era un hombre mayor, con una mirada avariciosa y una sonrisa cruel. Duxo  lo reconoció al instante:Natalan, un cazador furtivo y comerciante del mercado negro, famoso por sus crueles tácticas para capturar criaturas exóticas.

Así que tú también la buscas, chico —dijo Natalan, dando un paso adelante—. Pero este triton  no es para ti. Ya lo he seguido por semanas. Esta es mi oportunidad de hacerme rico.

Duxo retrocedió, su mano apretando el cuchillo.

No dejaré que lo  tomes —respondió, sintiendo por primera vez el impulso de proteger a alguien

Natalan soltó una risa burlona.

Veremos quién se queda con el tesoro.

Y así, en la tranquilidad de la noche, comenzó una lucha no solo por el oro, sino por algo mucho más profundo: el destino de una criatura mágica y la inesperada conexión que empezaba a formarse entre Duxo y el tritón

𝕰𝖓𝖈𝖍𝖆𝖓𝖙𝖊𝖉• Duxino•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora