Capitulo 4

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Dificultades

Mientras en el palacio se celebraba un gran banquete lleno de risas, música y platos abundantes, la situación en la villa de los hebreos era radicalmente diferente. La comida escaseaba y el ambiente estaba cargado de fatiga y resignación.

El sol comenzaba a ocultarse cuando Hueningkai finalmente llegó a su modesta casa. Aunque solo llevaba tres días trabajando en la construcción, hasta el momento no había recibido ningún regaño de los oficiales a cargo. Se sentía afortunado por eso. Tallar piedras era algo que le apasionaba, y aunque para otros su habilidad pudiera parecer insignificante, para él significaba todo. Era su manera de sentirse útil en un mundo que le resultaba cruel.

Mientras trabajaba en las plantaciones, había sido testigo muchas veces de cómo su padre llegaba a casa exhausto, con marcas de látigos y heridas en las manos, producto de largas horas de trabajo bajo el sol abrasador. Ver a su padre sufrir le había hecho desear desesperadamente ser de ayuda para su familia, y ahora, al tallar las piedras en la obra, sentía que al menos contribuía con algo, aunque fuese pequeño.

Al llegar a casa esa tarde, su madre lo recibió con una disculpa, lamentando no poder poner más comida en la mesa. "Esto es todo lo que pude conseguir hoy", murmuró, bajando la cabeza.

Sin embargo, su padre se acercó a ella, acariciándole el hombro con ternura. "No te preocupes, es suficiente", dijo con una sonrisa cálida, buscando aliviar el peso de su preocupación.

Todos se sentaron a la mesa, dieron gracias a Dios por el escaso alimento y comenzaron a comer. La conversación fue sencilla, intercambiando palabras sobre cómo había sido el día para cada uno. Para Hueningkai, esas pequeñas charlas familiares lo reconfortaban; eran el único refugio de normalidad en medio de un mundo que parecía girar cada vez más rápido hacia la opresión y la desesperanza.

Las semanas pasaron, y la rutina seguía inmutable para los hebreos. Trabajaban sin descanso bajo el implacable sol egipcio, con poca agua y peor comida. Cada día era una batalla por sobrevivir. Sin embargo, en el palacio todo era diferente. Los egipcios seguían con sus vidas tranquilas, especialmente en la realeza. El príncipe Soobin y Ryujin, la hija del sacerdote de Uaset, estaban más unidos que nunca. Según la reina Hyun-ah y Rashidi, las cosas entre los jóvenes iban de maravilla. Pasaban las tardes libres paseando por los exuberantes jardines del palacio o navegando en el majestuoso río Nilo, mientras sus risas llenaban el aire.

En una de esas conversaciones, Soobin descubrió algo sorprendente sobre Ryujin. La joven le reveló que sabía manejar una espada, habilidad que había aprendido después de que su madre muriera a manos de un forastero. Su padre, temiendo perder a su única hija, le había enseñado a defenderse. Desde entonces, Ryujin nunca salía de casa sin una pequeña daga, un regalo de su padre, que siempre llevaba oculta bajo su ropa.

Soobin estaba intrigado. "Es raro ver a una mujer con esa clase de habilidad", comentó un día mientras paseaban por el jardín.

Ryujin sonrió levemente, dejando que su mirada se perdiera entre los árboles. "Mi padre dice que en un mundo tan incierto, es mejor estar preparada", respondió con serenidad. "Nunca se sabe cuándo uno podría necesitar defenderse."

Con el tiempo, el príncipe y Ryujin comenzaron a llevarse mucho mejor de lo que ambos habían imaginado. Lo que en un principio había sido una relación forzada por razones políticas, ahora parecía transformarse lentamente en algo más genuino.

Una mañana, cuando Ra iluminaba con todo su esplendor las tierras de Egipto, el rey Hyo-Jong mandó llamar a su hijo para recibir un informe sobre el progreso de la construcción. Soobin se presentó ante su padre en la sala del trono, con la postura recta y una expresión que mezclaba respeto y profesionalismo.

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⏰ Última actualización: Sep 29 ⏰

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