Capitulo 1

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El Primer Paso al Destino

"Madre, te prometo que no provocaré a los oficiales," aseguré, esforzándome por sonreír mientras sentía cómo los ojos de mi madre me atravesaban, buscando señales de tranquilidad que yo mismo no sentía. Afuera de nuestra pequeña y humilde vivienda, el aire pesaba tanto como la responsabilidad que ahora cargaba. Hoy sería mi primer día trabajando en las obras pesadas. Un cambio forzado, un castigo autoimpuesto, una nueva realidad. Mi familia entera parecía estar al borde del colapso por la preocupación.

Hasta hace poco, había trabajado en la plantación, recolectando trigo, un trabajo rutinario que me permitía pasar desapercibido. Era un lugar donde las miradas no se detenían mucho en los que trabajábamos, una tarea que compartía mayormente con mujeres y niños. Pero todo cambió tras un reciente incidente que me marcó, no solo físicamente, sino en lo profundo de mi ser.

Recordé aquel día, la injusticia que quemaba en mi garganta. 

"Solo quiere un vaso de agua, ¿cómo puedes negárselo a un niño?" grité, incapaz de mantener el silencio cuando un pequeño esclavo había sido rechazado por un oficial.

La respuesta fue inmediata, cruel, como una daga al corazón. "Cállate, maldito esclavo, y vuelve a tu trabajo si no quieres ser castigado," respondió el oficial con frialdad, su mirada llena de desprecio, como si las palabras fueran una sentencia de muerte.

Pero yo ya no podía más. "¡No! Ustedes abusan de su posición para maltratarnos, no somos animales," exclamé, sintiendo cómo cada palabra se cargaba de una furia que nunca antes había experimentado.

El oficial no dudó en escupir las palabras que me condenarían. "Tu raza es un pedazo de estiércol." Esas palabras se clavaron en mi pecho. La humillación y el odio subieron por mis venas, encendiendo una chispa de rebelión. Estaba a punto de lanzarme contra él, decidido a borrar la insolencia de su rostro con mis propias manos.

Pero antes de que pudiera hacerlo, sentí la mano de mi hermana, Lila, deteniéndome. "Hueningkai, basta, respeta al oficial, pueden castigarte," dijo, su voz temblorosa pero firme. Ella era mi ancla en ese mar de rabia que me ahogaba.

El oficial, indignado por mi desafío, desenfundó su látigo. "¿Pensabas enfrentarte a mí? Maldita escoria, te enseñaré a respetarme," siseó, mientras se preparaba para golpearme. Pero Lila, sin miedo, se interpuso entre nosotros. "Apártate, piojosa, no me hagas perder la paciencia," gruñó el guardia, empujándola a un lado.

"No se puede perder algo que no se tiene," repliqué, sin pensar, desafiando su autoridad con un veneno en la voz que ni siquiera yo sabía que poseía.

Su ira fue inmediata. "¿Qué acabas de decir?" gritó, sus ojos destilando odio. El silencio cayó sobre el campo de trabajo, las miradas de los otros esclavos fijas en la escena. Sabía que había cruzado una línea peligrosa, y el oficial también lo sabía. "Desde mañana, trabajarás en la obra del nuevo templo para el dios Amón," sentenció, apuntándome con un dedo, como si firmara mi sentencia de muerte.

Así fue como fui condenado a las obras pesadas. Un castigo por defender la dignidad que, en sus ojos, nunca tuve.

Ahora, mientras me despedía de mi madre, podía ver el miedo en sus ojos. Miedo de que no volviera igual, de que las marcas del látigo y la brutalidad de los oficiales me quebraran. Pero más allá de sus palabras de aliento, ella sabía que no podía detener lo inevitable.

"Dios es mi soporte y la razón de mi existencia," repetía una y otra vez, aferrándose a su fe como a un salvavidas. Mi madre siempre había sido una mujer llena de fe y valentía, y aunque la veía fuerte, el miedo la desgarraba por dentro.

Between shadows and sand | SOOKAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora