Cap 04

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Miguel se sentó en un banco del parque, el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y morados. Después de una larga jornada de mítines, su voz aún resonaba en su mente, pero ahora necesitaba un momento de calma. Miró a su alrededor, observando a las familias que disfrutaban del atardecer, y sintió una conexión con ellos.

Con una sonrisa, comenzó a compartir su historia con un grupo de jóvenes que se habían acercado, curiosos por conocer más sobre él.

—Sabes —empezó—, mi camino no ha sido fácil. Crecí en un barrio donde las oportunidades eran escasas y las dificultades, muchas. Desde pequeño, aprendí que el sentido del deber hacia mi comunidad era más que una responsabilidad; era una forma de vida.

Miguel recordó los días en que su madre trabajaba largas horas para mantener a la familia.

—Mi madre siempre dice que el verdadero éxito no se mide por lo que tienes, sino por lo que haces por los demás. Esa lección se quedó grabada en mi corazón—. Sus ojos brillaban mientras hablaba, y los más jóvenes escuchaban atentamente.

"Cuando decidí entrar en la política, sabía que no sería un camino fácil. He enfrentado críticas, desconfianza y, a veces, la soledad. Pero cada vez que me siento desanimado, recuerdo a las personas que dependen de nosotros, que luchan cada día por un futuro mejor. Eso me da fuerzas para seguir adelante."

Miguel hizo una pausa.

"El sentido del deber no es solo un deber; es un compromiso con cada uno de ustedes. A pesar de las adversidades, mi misión es ser la voz de aquellos que no la tienen, de aquellos que sienten que sus sueños están fuera de alcance. Y aunque el camino sea difícil, sé que juntos podemos construir un futuro más brillante."

Los jóvenes asintieron, inspirados por su pasión y determinación. Miguel sonrió, sintiendo que, a pesar de los desafíos, había encontrado su propósito.

"Así que, cuando vean a alguien que lucha por su comunidad, recuerden que cada pequeño esfuerzo cuenta. Nunca subestimen el poder de un corazón comprometido."

Sin embargo, la mente de Miguel estaba lejos de la tranquilidad. Comenzó a recordar la conversación que había tenido con Omar García Harfuch, sobre la necesidad de limar asperezas entre ellos. En aquella ocasión, ya había comenzado el proceso de selección de candidatos, y Miguel sabía que era hora de hacer las paces.

Decidido, se había dirigido al gimnasio donde sabía que Omar solía entrenar.

Al llegar, Miguel se sintió un poco nervioso, pero también emocionado. El gimnasio estaba lleno de ruido: el sonido de pesas chocando, el murmullo de las conversaciones y la música pulsante que animaba a todos a esforzarse un poco más.

Al entrar, sus ojos se posaron en Omar, quien estaba en la zona de pesas, concentrado y sudando mientras levantaba una barra.

La imagen de Harfuch era impresionante. Sus músculos estaban marcados, cada fibra visible bajo la luz brillante del gimnasio. El sudor corría por su piel, resbalando por sus brazos y pecho, acentuando aún más su físico esculpido. Miguel no pudo evitar admirar la forma en que se movía, con una confianza y determinación que lo hacían parecer casi imparable. Sus pectorales, firmes y bien definidos, se movían con cada repetición, y la concentración en su rostro era palpable.

Miguel sintió una mezcla de admiración y algo más que no podía identificar del todo. Había algo en la forma en que Harfuch se entregaba a su entrenamiento que lo atraía. Era como si cada levantamiento de peso no solo fuera un ejercicio físico, sino una declaración de intenciones, una lucha constante por superarse a sí mismo.

Decidió que era momento de acercarse, de dejar de ser un espectador. Se secó el sudor de la frente y se dirigió hacia el área de pesas, intentando parecer casual. Al acercarse, Harfuch levantó la vista y sus ojos se encontraron. Miguel sintió que su corazón latía más rápido, y por un momento, el ruido del gimnasio se desvaneció.

Miguel sintió un calor que le subía por el rostro. No era solo la energía del lugar; era la forma en que Omar reaccionaba, la manera en que le miraba. Era un recordatorio de lo que siempre había encontrado atractivo en él. Se aclaró la garganta, tratando de desviar sus pensamientos, y se acercó con una sonrisa.

—¡Oye, Omar! —llamó, intentando sonar casual—. ¿Tienes un momento?

Omar levantó la vista, sonriendo al reconocer a Miguel. La tensión que había sentido antes se disipó un poco al ver esa sonrisa. Miguel sabía que era el momento perfecto para hablar, pero también se dio cuenta de que la situación era más complicada de lo que había anticipado. Sin embargo, estaba decidido a dejar atrás el pasado y enfocarse en lo que realmente importaba: hacer las paces para que fuera una competencia por la candidatura del partido justa y honesta.

Miguel estaba sintiendo que una erección comenzaba a crecer cuando de repente, el sonido del teléfono interrumpió sus recuerdos con Harfuch. Era su supervisor, con un tono serio que no dejaba lugar a dudas sobre la gravedad de la situación.

—Miguel, necesitamos que te quedes allá donde estás. Hay un asunto urgente que atender —dijo su supervisor, con una voz que sonaba a advertencia.

Pero Miguel, con un instinto que le decía que algo no estaba bien, miró por la ventana y vio un par de camiones sospechosos estacionados en un callejón cercano. Su curiosidad se encendió.

—Entiendo, pero creo que he visto algo que podría ser importante —respondió, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a correr por sus venas.

—No te desvíes de tus tareas, Miguel. Es una orden —replicó su supervisor, pero Miguel ya había tomado su decisión.

Sin esperar más, se levantó de su silla, tomó su teléfono y salió de la oficina. La emoción y la adrenalina lo impulsaban a seguir su instinto. Caminó rápidamente hacia el callejón, asegurándose de que nadie lo viera.

Pero varios miembros de su equipo de campaña decidieron seguirlo para demostrarle su apoyo. Miguel insistía que no era seguro pero Tatiana le dijo que si no iban ellos entonces Miguel tampoco.

Al llegar, se escondieron detrás de unos contenedores de basura y Miguel sacó su teléfono. La escena que tenía frente a él era impactante: varios hombres estaban descargando cajas de mercancía con una etiqueta naranja, que claramente no eran legales durante las campañas electorales. Miguel comenzó a grabar, su corazón latiendo con fuerza mientras capturaba cada detalle.

Sabía que estaban desobedeciendo a sus superiores, pero en ese momento, la necesidad de hacer lo correcto y exponer la verdad era más fuerte que cualquier advertencia. La luz de la luna se filtraba entre los edificios, iluminando la escena clandestina que estaba documentando. Miguel se sintió como un verdadero reportero, listo para llevar la verdad a la luz, sin importar las consecuencias.

De repente, un ruido sutil rompió el silencio.

Secreto en la campaña | Harfuch x Torruco | YAOI HarfucoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora