El Sultán Perdido

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El viento azotaba el campo de batalla, un sonido agudo y penetrante que anunciaba la inminente destrucción. Genya, jadeante, mantenía su espada en alto mientras observaba al demonio frente a él. Sus músculos estaban tensos, el sudor corría por su frente, y la adrenalina llenaba cada fibra de su ser. No era la primera vez que luchaba contra un demonio, pero este en particular tenía algo distinto: una sonrisa maliciosa, como si supiera algo que Genya no.

—¡Maldito! —gruñó Genya mientras embestía, su hoja cortando el aire en un arco mortal.

El demonio esquivó, pero Genya estaba preparado. Dio un giro, empuñando su espada con ambas manos, y la clavó en el pecho del demonio. Sintió cómo la carne cedía bajo su filo, cómo la sangre oscura brotaba mientras el demonio soltaba un grito agudo y ensordecedor.

Pero, justo en ese momento, cuando Genya esperaba ver el cuerpo desvanecerse como el de cualquier otro demonio, algo cambió. El cielo sobre él se distorsionó, y un destello de luz cegadora lo envolvió. Intentó retroceder, pero fue inútil. La energía lo envolvió, y antes de que pudiera reaccionar, el suelo bajo sus pies desapareció.

Cuando la luz se desvaneció, Genya cayó pesadamente al suelo, jadeando. La primera sensación que lo golpeó fue el calor. Ya no estaba en el campo de batalla. No sentía el frío aire de la montaña, ni el olor a sangre y tierra. En su lugar, el ambiente estaba cargado de aromas dulces: jazmín, especias, flores. Abrió los ojos lentamente, intentando procesar su entorno. Estaba en una habitación amplia, decorada con telas de seda que caían del techo en suaves cascadas. La luz dorada del atardecer entraba por enormes ventanales, bañando la estancia en un cálido resplandor.

—¿Dónde... estoy? —murmuró para sí mismo, su voz ronca y entrecortada.

Antes de que pudiera levantarse del suelo, una figura conocida entró en su campo de visión. Zenitsu, uno de sus amigos más cercanos, apareció con una amplia sonrisa, pero había algo diferente en su actitud, algo extraño en sus ojos.

—¡Sultán Genya! —exclamó Zenitsu con entusiasmo, inclinándose profundamente—. Finalmente te has despertado, mi amor.

Genya parpadeó, su mente procesando lentamente lo que acababa de escuchar. ¿"Sultán"? ¿"Mi amor"? ¿Qué demonios estaba pasando? Retrocedió un paso, su mirada fija en Zenitsu, quien ahora lo miraba con una mezcla de adoración y preocupación.

—Zenitsu... ¿qué estás diciendo? —preguntó Genya, su voz temblando de incredulidad.

Zenitsu se incorporó, su rostro irradiando una mezcla de alegría y alivio. Caminó hacia él, con la suavidad de quien no tiene miedo, y extendió una mano para tomar la de Genya.

—Todo está bien, Genya —dijo con una sonrisa tranquilizadora—. Este es tu hogar. Somos tus concubinos. Siempre lo hemos sido. Y te hemos esperado con ansias. Pensamos que llegarías mañana pero llegaste pronto , pesábamos hacerte una gran ceremonia.

El cuerpo de Genya se congeló. La palabra "concubino" retumbaba en su cabeza, reverberando como un eco lejano que no lograba comprender. ¿Zenitsu, su amigo, hablaba en serio? Antes de que pudiera formular otra pregunta, las puertas de la habitación se abrieron de par en par, y otra figura familiar entró.

—¡Sultán! —gritó Inosuke con su habitual energía, aunque algo en su tono era diferente, casi devoto—. ¡Ya era hora de que despertaras! ¡Muero de hambre! ¡Vamos a comer!

Genya observó incrédulo mientras Inosuke se acercaba rápidamente, pero en lugar de abalanzarse sobre él como normalmente lo haría, se detuvo, inclinándose ligeramente en una muestra de respeto que nunca había visto en él. Genya estaba demasiado aturdido para moverse, para responder. La confusión nublaba su mente, y cada vez más preguntas lo acosaban.

Harem?!   -   AllxGenyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora