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Los días posteriores al parto fueron duros. Mi cuerpo aún estaba débil, el dolor constante recordándome lo que había atravesado. Thomas seguía siendo mi sombra, siempre atento a cada movimiento, asegurándose de que no me esforzara más de lo necesario. Me acomodaba en la cama o en el nido del sótano mientras sostenía a nuestra hija, cuyo llanto parecía llenar cada rincón de la casa.

El problema no era solo mi recuperación, sino la vida misma con un bebé recién nacido. Su llanto era constante, especialmente durante la noche, cuando parecía que ninguna de mis caricias o intentos por calmarla eran suficientes. Thomas hacía lo que podía para ayudarme, pero ambos estábamos agotados.

Cada vez que nuestra hija lloraba, el tío Hoyt, un hombre grosero y malhumorado, se asomaba desde el pasillo, maldiciendo en voz alta.

—¡Maldita sea! ¿Es que esa cosa no se va a callar nunca? —gritaba, su voz retumbando en las paredes de la casa, haciendo que el bebé llorara aún más fuerte.

Thomas lo miraba con el ceño fruncido, pero no respondía. Sabía que cualquier discusión solo haría las cosas peores. Hoyt no era el tipo de hombre que aceptaba que alguien lo enfrentara, ni siquiera su propio sobrino.

—¡Ponle un maldito trapo en la boca o llévatela de aquí! ¡Alguien quiere dormir! —Hoyt seguía vociferando mientras yo intentaba consolar a nuestra hija, su llanto ahora más fuerte por el escándalo.

Sentía la tensión en el aire cada vez que Hoyt se quejaba. Thomas, siempre paciente, trataba de calmarme con miradas suaves, aunque ambos sabíamos que no podíamos continuar así por mucho tiempo.

Emily, mi amiga de toda la vida, pero parecía distanciarse más con cada día que pasaba. Siempre mantenía su distancia, inmersa en sus propios asuntos, como si intentara ignorar todo el caos que el bebé traía consigo. Cuando nuestra hija lloraba, apenas levantaba la mirada, enfocándose en algún libro.

—Es normal —decía sin emoción—. Todos los bebés lloran.

Su indiferencia me hacía sentir sola, aunque estaba rodeada de personas. Emily nunca ofrecía ayuda, ni siquiera palabras de apoyo. Simplemente se limitaba a observar de lejos mientras Thomas y yo lidiábamos con la realidad de ser padres primerizos.

Las noches eran las peores. La falta de sueño me estaba desgastando, y aunque Thomas hacía todo lo posible por aliviar mi carga, su propio agotamiento se hacía evidente. Cada grito de Hoyt parecía aumentar la presión dentro de la casa, como si estuviéramos al borde de un estallido.

Una noche, después de que Hoyt gritara nuevamente por el llanto del bebé, Thomas me abrazó con fuerza, envolviéndonos a mí y a nuestra hija.

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La vida en la granja siempre había sido tranquila. Aislada del mundo, sin vecinos cerca ni muchas visitas, todo giraba en torno a nuestras labores diarias. Pero desde que la bebé nació, esa paz había sido reemplazada por el constante llanto de nuestra hija y por el cansancio que venía con cada amanecer. Mi cuerpo aún estaba recuperándose del parto, y la tarea de cuidar a un recién nacido sin descanso me dejaba al borde de la exasperación.

Aun así, la presencia constante de Luda, la madre de Thomas, era lo que más me afectaba. Aunque me había ayudado a dar a luz, ahora parecía querer tomar el control de cada aspecto de la crianza de mi hija. Thomas, siendo tan protector como siempre, trataba de apoyarme en todo momento, pero su mutismo le hacía difícil mediar en las tensiones que comenzaban a crecer entre su madre y yo.

Una tarde, después de una noche en vela tratando de calmar a la bebé, estaba sentada en la mecedora en la cocina, amamantando con dificultad. Mi hija lloraba intermitentemente, inquieta. Apenas había logrado encontrar una posición cómoda cuando escuché los pasos firmes de Luda acercándose por el pasillo.

━━━⊱MONSTER⊰━━━Donde viven las historias. Descúbrelo ahora