Otra Vida

‹Capítulo 3›

Mirando el techo de mi habitación, comencé mi día haciéndome un montón de preguntas.

¿Cómo será ese tal «Ryū54»? ¿Cómo se verá? ¿De dónde será?

Inevitablemente mi cabecilla se había terminado obsesionando con esta persona tras la última partida que tuvimos. La noche anterior había sido de lo más entretenida e incluso fructífera para mis humildes dotes de gamer. Hablamos prácticamente toda la madrugada sobre Figxel como unos completos viciados del juego, tanto que la fluida conversación que mantuvimos me dejó insatisfecha. Me había quedado con ganas de conocerle más.

Por supuesto, esa maravillosa charla de estrategias y experiencias virtuales tuvo que llegar a su fin. El problema es que, justo en el instante en que más enganchada me sentía, fui abandonada por el otro. Así, sin previo aviso.

Eso me llevó a unas duras horitas de insomnio en las que no podía dejar de pensar en los posibles motivos por los que «Ryū54» se había marchado sin más. Tal vez un desafortunado fallo en la conexión. Quizás dije algo que le incomodase o simplemente se fue sin despedirse.

Finalmente llegué a la conclusión de que tampoco era necesario darle vueltas al tema, puesto a que ya nos habíamos encontrado dos veces consecutivas, una tercera vez era imposible. Por lo tanto, aquel desaparecimiento suyo era el adiós definitivo a una de las tantas personas con las que he interactuado en el juego. De todos modos, me resultaba difícil calmar mi curiosidad.

—¿Será una chica o chico? Jum, no lo sé. Supongo que un chico. Cuando hablaba con él se refería a sí mismo de forma masculina, pero eso no me confirma nada —reflexioné mientras giraba sobre mi colchón y me volteé hacia mi mesita de noche para hablarle a mi cachivache de confianza—. Miri, ¿sabías que últimamente las chicas se hacen pasar por chicos rudos en los videojuegos con tal de hacerse populares en la plataforma? Pff, como si un ser apático pudiese ser interesante. Aunque pensándolo bien, ese tipo de personajes sí que tienen un toque misterioso y tentador. ¿Tú qué crees?

Mi portátil se activó automáticamente y su respuesta fue casi lo mismo que oír a mi madre reclamarme para ir al colegio, solo que con palabras bonitas:

—Si me permite la franqueza, mi opinión respecto al asunto es innecesaria en este momento. No debería hacerse cuestiones de tan poca relevancia justo ahora o incumplirá con sus deberes de estudiante. La alarma programada ha sido pospuesta cuatro veces. Sus clases comenzarán en unos minutos.

Le lancé la almohada sin ser muy brusca.

—Miri, recibirás unos buenos ajustes más tarde. No me está gustando mucho esa faceta tan sincera, que lo sepas.

Me alisté lo más rápido que pude. Realicé mi aseo matutino habitual, tomé la opción de desayuno más rápida entre las escasas propuestas que ofrecía mi nevera y finalmente me encargué de arreglar mis pintas de zombie mañanera. Admiré mi ya presentable reflejo en el espejo y salí con rumbo a mi destino: la gran empresa científica ATS.

Nada más llegar tomé el elevador hasta el séptimo piso de la instalación, pues allí es donde se halla mi clase. Había mucha gente alrededor del aula, de hecho, más de la normal. Todos charlaban animadamente en lo que esperaban a que abrieran el salón. Sin embargo, en un buen rato, ningún profesor apareció para impartir las lecciones del día. Los estudiantes ya empezaban a desesperarse y otros hasta pensaban en marcharse.

Por otro lado, yo observaba la cuidad a través de las paredes de cristal del edificio. Desde pequeña adoraba el paisaje citadino que se apreciaba desde ese lugar. Se veía hermoso, dinámico.

Para sacarme de mi profunda admiración a los entornos, llegó finalmente uno de los maestros para comunicarnos una noticia importante:

—¡Atiendan todos! —al instante se hizo el silencio entre nosotros y las miradas cayeron sobre él—. Esta semana tendrán que trabajar muy duro. Reunimos aquí a los estudiantes para anunciarles que justo en este momento se realizará un examen masivo sobre lo que han estudiado. Espero que dominen el contenido o de lo contrario su rango bajará. Estén pendientes a sus posiciones.