Capítulo 1 - Las Coincidencias No Existen

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Lina Thompson

Esa mañana me desperté antes de que el sol siquiera comenzara a asomar en el horizonte. El cansancio pesaba en mi cuerpo como una losa, y por un instante consideré la idea de volver a la cama. Había dormido poco y mal, mi mente agitada por los pensamientos que no me daban tregua. Sabía que ese día tendría que reunirme con un cliente muy importante, alguien de quien todos hablaban en la empresa. Los rumores decían que era uno de los hombres más ricos de Londres, un magnate que había levantado un imperio de inversiones desde la nada. Tenía una reputación imponente, y era conocido por su capacidad de conseguir lo que quería, sin importar el costo. Aparentemente, estaba interesado en una de nuestras propiedades, un rascacielos imponente en el centro de la ciudad, con treinta y tres pisos, un ático de lujo, y vistas panorámicas que dejarían sin aliento a cualquiera.

Este trato, si lo cerraba, podía cambiar mi carrera. Sabía que la comisión sería astronómica, pero más allá de eso, lo que me importaba era el prestigio que ganaría dentro de la empresa. Este no era solo otro cliente, era el cliente. Y si lograba impresionarlo, sabía que mis oportunidades de ascender dentro de la compañía se multiplicarían.

Me levanté de la cama a regañadientes, con esa sensación de pesadez todavía aferrada a mis huesos. Me dirigí al baño y me metí bajo la ducha, dejando que el agua caliente relajara mis músculos. Mis pensamientos vagaban mientras me enjabonaba, repasando mentalmente lo que debía hacer para asegurarme de que todo saliera perfecto. Tenía que controlar cada detalle, desde mi apariencias hasta la más mínima expresión durante la reunión. Este hombre no era alguien que se impresionara fácilmente, y yo necesitaba ser más astuta, más estratégica.

Después de ducharme, salí del baño y me sequé con calma. Tenía una manía curiosa que jamás había compartido con nadie: siempre desayunaba desnuda. No sabía de dónde había sacado esa costumbre, pero lo cierto era que me hacía sentir libre, como si tuviera control total sobre mi cuerpo y sobre el día que comenzaba. Mientras tomaba un café y mordía una tostada con aguacate, mis ojos vagaban por la ventana del penthouse que había alquilado. Desde ahí, las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, creando una imagen que solía relajarme. Pero hoy no. Hoy había algo en el aire, algo que me hacía sentir intranquila.

Me apresuré a vestirme. Había seleccionado la noche anterior un vestido negro de seda que me hacía sentir fuerte, invulnerable. Se ajustaba a mi cuerpo perfectamente, realzando mis curvas sin ser vulgar. Los tacones altos que elegí eran los que siempre usaba cuando quería impresionar, y sabía que hoy no podía permitirme ningún error. Cogí las llaves de mi coche y salí de casa.

Mientras conducía hacia la reunión, las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre el parabrisas. Al principio eran ligeras, casi como un susurro, pero pronto se convirtieron en una tormenta que dificultaba la visibilidad. El tráfico era denso, como siempre en Londres, pero no me molestaba; estaba acostumbrada a los embotellamientos y, de alguna manera, me ayudaban a concentrarme. Mi mente repasaba cada aspecto del acuerdo: los puntos clave de la negociación, los términos financieros que debía destacar, y, sobre todo, la impresión que debía causar. Este cliente no era cualquier hombre de negocios; había algo en su historia, en la manera en que se movía por el mundo, que lo hacía diferente. Implacable, era la palabra que mejor lo describía.

Finalmente, llegué al edificio donde tendría lugar la reunión. Un club exclusivo, con un aire de misterio y lujo que parecía perfecto para alguien como él. El portero me saludó con una ligera inclinación de cabeza mientras salía del coche, y las luces suaves del interior me envolvieron cuando entré. Caminé con seguridad, mis tacones resonando suavemente sobre el mármol pulido. El ambiente era discreto, casi opresivo, con música suave que apenas se escuchaba de fondo. Había poca gente, y cada uno de los asistentes parecía absorto en sus propios asuntos, aunque sentía algunas miradas curiosas dirigidas hacia mí.

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